En cierta calle
En la fachada de la casa de Primo Levi no hay ning¨²n recuerdo de su presencia. No hay una placa ni un panel explicativo

Tur¨ªn es una maqueta exacta de Tur¨ªn. Tur¨ªn es un modelo de ciudad que se parece a aquel mapa de Borges que era tan fiel en todos sus detalles que ten¨ªa el mismo tama?o del territorio que representaba. Tur¨ªn es plana, cuadriculada, geom¨¦trica, como un tablero de ajedrez, una apoteosis del ¨¢ngulo recto y de la perspectiva. Uno camina por una calle con soportales magn¨ªficos en direcci¨®n hacia una plaza que se distingue al fondo y el punto de fuga es una estatua ecuestre en el centro justo de la plaza, y los arcos de los soportales y las losas ajedrezadas del suelo van disminuyendo de tama?o seg¨²n se alejan de la mirada, como en esos fondos de ciudades ideales en las pinturas del Quattrocento. En Tur¨ªn el aficionado a la pintura y a las ciudades se acuerda unas veces de Piero della Francesca y otras de Giorgio de Chirico. De Piero es la claridad racional de lo visible en la plena luz limpia de una ma?ana. Seg¨²n anochece y las plazas y las avenidas que desembocan en ellas van qued¨¢ndose vac¨ªas, Tur¨ªn tiene un aura de ciudad fantasma a la manera de De Chirico, que se acentuar¨¢ sin duda en sus inviernos de capital ya muy al norte, y que quiz¨¢ ser¨ªa mucho m¨¢s pronunciado en los tiempos en que Tur¨ªn era abrumadoramente una ciudad industrial.
Primo Levi habla de la ¡°geometr¨ªa obsesiva¡± de Tur¨ªn. La sorpresa de llegar es descubrir que no se trata de una geometr¨ªa agobiante, y ni siquiera mon¨®tona. La calidad tan alta del planeamiento urbano, de los edificios, los parques, otorga una liviandad singular a lo que habr¨ªa podido ser opresivo, a la manera de los grandes despliegues de magnificencia administrativa del antiguo mundo austroh¨²ngaro. Hay escalas imponentes, pero tambi¨¦n hay una especie de gracia, una amplitud que ensancha al mismo tiempo los pulmones del que camina y las perspectivas que contempla. Es, literalmente, una amplitud de miras: al final de muchas calles y de las avenidas mayores est¨¢ unas veces la vista de las colinas verdes al otro lado del Po y otras el perdurable asombro de las laderas y las cimas de los Alpes coronadas de nieve, levant¨¢ndose de pronto con vehemencia geol¨®gica en los l¨ªmites de una llanura f¨¦rtil. La seriedad maciza de las columnas de los soportales tiene su contrapunto en las filas de casta?os y tilos de copas formidables en los bulevares y en los parques. Contra la piedra labrada de las fachadas, en la penumbra de las b¨®vedas, se empiezan a encender a la ca¨ªda de la tarde los neones de colores suaves que anuncian caf¨¦s, restaurantes, bares, comercios. A¨²n no se ha hecho de noche y ya se despliegan como flotando en el aire las palabras iluminadas de un vocabulario de ne¨®n: Pizza, Caff¨¨, Bar, Hotel, Albergo. M¨¢s que indicar algo, parece que lo enuncian, que lo concentran en una pura existencia de tipograf¨ªa luminosa. Doblando una esquina, cerca de la medianoche, al fondo de una calle de portales cerrados, veo una sola palabra vertical, un apellido, ¡°Gramsci¡±. Me acerco como una polilla hacia la luz. Gramsci es el nombre de un restaurante de comida piamontesa.
Hay nombres que lo atraen a uno a las ciudades. Lo gu¨ªan a uno por ellas buscando una direcci¨®n se?alada con una cruz en un mapa, sigui¨¦ndola con esa br¨²jula siempre confusa del tel¨¦fono. La tarde de este domingo de mayo yo voy por los soportales del Corso Vittorio Emanuele siguiendo en el mapa el camino hacia la esquina de Re Umberto. Bajo los soportales ya se aloja la sombra y se han encendido los concisos neones. En el horizonte el sol resplandece todav¨ªa contra la nieve de los Alpes. Voy deprisa porque no quiero que se me haga de noche. En la esquina del Corso Re Umberto veo el n¨²mero 20. El 75 no puede estar muy lejos. Seg¨²n avanzo se va quedando atr¨¢s la animaci¨®n de la avenida principal. El Corso Re Umberto tiene edificios residenciales de mucho empaque, con puertas altas, balcones de piedra, placas doradas de m¨¦dicos y despachos de abogados. Las copas de los casta?os en flor llegan a los pisos m¨¢s altos. Cuando Philip ?Roth vio esta calle se acord¨® de inmediato de otro paraje urbano de respetabilidad parecida, a la vez sobria y pr¨®spera, la West End Avenue de Nueva York.
Roth vino aqu¨ª en septiembre de 1986 para visitar a Primo Levi. Yo me doy prisa para llegar antes de que anochezca a la casa donde vivi¨®: la misma en la que hab¨ªa nacido, en la que muri¨® solo unos meses despu¨¦s de recibir en ella a Roth. Ando m¨¢s r¨¢pido, pero tardo en llegar. Los edificios son tan anchos que entre un n¨²mero y otro hay m¨¢s distancia de lo que parece. No me cruzo con nadie en esta soledad de tarde de domingo. La soledad y el silencio del domingo a?aden una dosis de congoja a la emoci¨®n que se hace m¨¢s intensa seg¨²n me acerco.
He llegado por fin. El n¨²mero 75 est¨¢ en la esquina de la Via Gian Battista Vico, por la que viene un contraluz de poniente que brilla en las ventanas altas. Esta es la fachada que Primo Levi vio al regresar del campo de exterminio, como un muerto en vida que vuelve de la muerte. En la fachada de la casa de Primo Levi no hay ning¨²n recuerdo p¨²blico de su presencia. No hay una placa memorial con su nombre. No hay un panel explicativo. En la soledad de la calle es m¨¢s visible esa ausencia. Est¨¢ el n¨²mero 75 labrado en el dintel y la doble puerta de madera oscura, cerrada a cal y canto. Y junto a ella, en una l¨¢mina de lat¨®n dorado, est¨¢n los timbres del portero autom¨¢tico, al lado de los nombres de los inquilinos. Las letras son peque?as y he de fijarme bien para encontrar el que busco: ¡°Levi.3¡±.
No hay nada m¨¢s. Me alejo un poco para mirar toda la fachada. En un balc¨®n del cuarto piso hay una planta de geranios. En una ventana del tercero, detr¨¢s de una cortina blanca, hay dos orqu¨ªdeas, una blanca, la otra morada. Me da reparo hacer fotos, quedarme tanto rato en esa esquina solitaria, como un merodeador o un intruso. Si hubiera alg¨²n cartel conmemorativo, la emoci¨®n no ser¨ªa tan profunda, la mezcla de admiraci¨®n y tristeza, el eco del horror, en este silencio. Miro el timbre y pienso que Philip Roth s¨ª lo pulsar¨ªa, que escuchar¨ªa un momento despu¨¦s la voz de Primo Levi.
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