F¨¢bula del expulsado
El desclasado vive en rebeld¨ªa contra sus limitaciones y quiere conquistar el rango al que considera que tiene derecho
Algunas historias cardinales, la literatura est¨¢ cont¨¢ndolas siempre: una de ellas es la del heredero o la heredera perdidos, la criatura robada o extraviada al nacer que crece como extra?a en un mundo que no es el suyo, se?alada y aparte, destinada sin embargo al cabo de muchas peripecias a recobrar la posici¨®n y el nombre que le pertenecen. Es la historia, la f¨¢bula m¨¢s bien, del Patito Feo, la del Gato con Botas, la de Cenicienta. Est¨¢ ya en los cuentos orales m¨¢s antiguos y sigue estando en los culebrones de la televisi¨®n, en la mejor literatura y en la m¨¢s barata; incluso, de manera al parecer instintiva, en la imaginaci¨®n de muchos ni?os, en eso que Freud llam¨® ¡°la novela familiar¡±, perturbadora y consoladora a la vez, la idea que el ni?o alberga de que sus padres son unos impostores, de que ¨¦l o ella en realidad son hijos de personas con mucho m¨¢s dinero o m¨¢s lustre, que alguna vez encontrar¨¢n su rastro y vendr¨¢n a su rescate.
Cervantes invent¨® versiones jugosas de la f¨¢bula en varias de las Novelas ejemplares. Sobrevive y se renueva a trav¨¦s de todas las tecnolog¨ªas narrativas: en las novelas por entregas del siglo XIX, en los melodramas del cine mudo, en los seriales de la radio que yo escuchaba de ni?o, corriendo a veces al salir de la escuela para llegar a tiempo a casa, oyendo al empujar la puerta la sinton¨ªa prometedora, las palabras del locutor que anunciaba el cap¨ªtulo del d¨ªa.
En el follet¨ªn, en el melodrama, la restituci¨®n del expulsado corrige un abuso y por lo tanto legitima el orden social: la afrenta no era la condici¨®n universal de los pobres o los marginados, sino el malentendido de que se confundiera con ellos a un hijo extraviado de la nobleza. El Patito Feo en realidad era un cisne. La Gitanilla de Cervantes tiene sangre aristocr¨¢tica. En el siglo XIX, las ficciones serias aprovechan estos elementos inmemoriales para dar cuenta de la realidad contempor¨¢nea, los trastornos originados por la expansi¨®n del capitalismo y la revoluci¨®n industrial, los extremos de pobreza y riqueza que separan a las personas por abismos m¨¢s profundos todav¨ªa que los del antiguo orden feudal. En la fauna humana de las novelas de Balzac resalta siempre la figura del desclasado que vive en rebeld¨ªa contra sus limitaciones de origen y quiere conquistar el rango al que se considera con derecho, el dinero, la gloria, el amor de las mujeres resplandecientes que no ser¨ªan tan atractivas si no miraran desde la altura de su privilegio.
El Pijoaparte nunca conseguir¨¢ limpiar la mancha de su origen, por mucho que seduzca a unos ni?atos de la oligarqu¨ªa catalana que juegan a ?revolucionarios
El h¨¦roe de estas novelas siente las diferencias de clase como una injuria y una herida personal. Su sentido de la justicia puede ser menos claro que su resentimiento. Su ambici¨®n de ascenso y revancha social cobra con frecuencia la forma de una fiebre de conquista er¨®tica, que ser¨¢ tambi¨¦n el im¨¢n de su desastre. El Julien Sorel de Stendhal es un antepasado del personaje de Montgomery Clift en A Place in the Sun, que ya ven¨ªa de una novela de Theodore Dreiser. Nuestro Juan Mars¨¦, en?ltimas tardes con Teresa convirti¨® a Manolo, El Pijoaparte, en la encarnaci¨®n espa?ola de todos esos h¨¦roes de la rebeld¨ªa visceral de clase, un Julien Sorel de la periferia charnega de Barcelona en los a?os sesenta que nunca conseguir¨¢ limpiar la mancha de su origen, por mucho que su exotismo de marginal y de obrero seduzca transitoriamente a unos ni?atos de la oligarqu¨ªa catalana que juegan a ?revolucionarios.
?ltimas tardes con Teresa es una de esas novelas que se vuelven cada a?o m¨¢s contempor¨¢neas. He pensado mucho en ella leyendo ahora otra novela del mismo linaje, otra historia de un descastado y desclasado, The Princess Casamassima, de Henry James. James es un escritor tan inmenso que uno puede llevar toda la vida ley¨¦ndolo y sin embargo seguir llev¨¢ndose grandes sorpresas, como cuando lo descubri¨® por primera vez. Yo no hab¨ªa le¨ªdo esta novela y ni siquiera ten¨ªa una idea vaga de lo que trataba. Ahora no me explico c¨®mo he tardado tanto en llegar a ella. The Princess Casamassina, que se public¨® en 1886, pertenece a la madurez de Henry James, a la plenitud de su poder¨ªo como novelista.
Como en las f¨¢bulas, en la novela hay, desde luego, una princesa que lleva ese bello nombre, y en la que James concentra su talento incomparable para los retratos de mujeres. Pero lo que hay, sobre todo, es un viaje a los confines de la injusticia social, de la pobreza, de la condici¨®n obrera; una topograf¨ªa alucinante de las clases sociales cristalizada en el mapa de Londres, dotada de una realidad irrespirable y t¨¢ctil: la atm¨®sfera empapada de humedad y oscurecida por el humo del carb¨®n, el barro y el fr¨ªo del invierno en las calles mal iluminadas por faroles de gas. James cont¨® que hab¨ªa urdido esta novela mientras daba caminatas de muchas horas por Londres, observ¨¢ndolo todo. Es la ciudad donde nacieron las ficciones tenebrosas del ¨²ltimo ?Dickens y en la que Karl Marx escrib¨ªa El capital.
El propio Marx podr¨ªa haber sido uno de sus personajes: refugiados pol¨ªticos, revolucionarios justicieros o delirantes, como los de Conrad en The Secret Agent. Entre esa menesterosa multitud humana surge alguien singular que muy pronto resulta ser un antiguo conocido nuestro, un descastado, Hyacinth Robinson, alguien que no cuadra, que nunca va a encontrar su sitio, que lleva en su cara, en su figura, hasta en su nombre los signos de su rareza, porque naci¨® en la miseria y estuvo a punto de ser tragado por ella, pero ahora tiene un oficio digno, aunque trabaja con sus manos, y eso ya lo sit¨²a muy abajo en el orden social. Viste como un artesano, pero hay en ¨¦l una distinci¨®n innata, quiz¨¢ conectada al misterio de su origen. Su capacidad de observar la injusticia y su rabia de clase est¨¢n tan arraigadas en ¨¦l como su sentido de la belleza. No ha podido tener una educaci¨®n formal, pero lo aprende todo r¨¢pido porque se fija mucho, y ejerce su capacidad est¨¦tica en el oficio de encuadernador.
Como Manolo, El Pijoaparte, Hyacinth Robinson lleva estampada su singularidad en su nombre y, lo mismo que ¨¦l, ser¨¢ fatalmente seducido por la belleza luminosa de una mujer de otra clase y por su c¨ªrculo de lo que llama Juan Mars¨¦, con gran precisi¨®n t¨¦cnica, ¡°se?oritos de mierda¡±. Seguimos la vida de este h¨¦roe con nuestra fascinaci¨®n antigua por la f¨¢bula: pero sabemos, casi desde el principio, que el destino que le aguarda pertenece al reino amargo de las novelas y de la realidad.
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