Historias de perdici¨®n
'The house of the rising sun', de The Animals, es un caso ejemplar del m¨²sico listo que despluma a sus compa?eros con la complicidad del negocio musical
Lo cuenta Christopher Hitchens en su biograf¨ªa, Hitch-22. Situaci¨®n: noche de verano en Balliol, su exclusivo college de Oxford. Se ha relajado la disciplina y el director permite que un conjunto formado por alumnos act¨²e en el campo de cr¨ªquet. Todo va pl¨¢cidamente hasta que tocan una versi¨®n ¡°bastante potente¡± de The house of the rising sun, el ¨¦xito de The Animals. As¨ª describe el futuro polemista lo que ocurri¨®:
¡°De repente, fuimos invadidos por una multitud de chicos (e incluso chicas) de los alrededores. Cruzaron unos l¨ªmites sociales y geogr¨¢ficos que nunca hab¨ªan transgredido, descubriendo que era deliciosamente sencillo. De todos modos, se comportaron con educaci¨®n y curiosidad; hasta mis peores contempor¨¢neos reaccionaron con cortes¨ªa y tolerancia. Hubo cierta confraternizaci¨®n hasta que las autoridades del college vieron lo que pod¨ªa pasar y cortaron la electricidad a los instrumentos. Solo entonces, ya demasiado tarde, apareci¨® la polic¨ªa¡±.
Otros art¨ªculos del autor
Este le¨®n nunca duerme?(08/08/2019), sobre una de las melod¨ªas africanas m¨¢s universales.
La magia de Woodstock no se puede repetir?(01/08/2019), sobre los or¨ªgenes de uno de los grandes festivales.
Hitchens, empapado de cultura grecolatina, imagin¨® que se repet¨ªa el episodio de Orfeo con su lira, amansando a las fieras del bosque. ¡°Fue un tiempo despu¨¦s cuando pens¨¦: no, idiota, lo que viste y o¨ªste fue el comienzo de los sesenta¡±.
El mundo al rev¨¦s: los cachorros de la clase dominante imitando a m¨²sicos proletarios. The Animals ven¨ªan de Newcastle, una de tantas ciudades norte?as donde la Revoluci¨®n Industrial ya era arqueolog¨ªa urbana. Su vocalista, Eric Burdon, recordaba haber crecido viendo las oxidadas gr¨²as del r¨ªo Tyne como intimidantes criaturas prehist¨®ricas. The Animals pertenec¨ªan a una generaci¨®n apasionada por la m¨²sica afroamericana pero tambi¨¦n abierta al folk hecho con guitarra de palo. Del primer elep¨¦ de Bob Dylan sacaron las caras A de sus primeros lanzamientos: Baby let me follow You down y The house of the rising sun. Ambas fueron radicalmente transformadas. Mientras la primera era puro ritmo l¨²brico, la segunda alcanz¨® una rara grandeza: la amarga cr¨®nica en primera persona del eclipse de un tah¨²r alcoh¨®lico, desgranada entre arpegios de guitarra y un solemne ¨®rgano Vox.
Aparte de la electrificaci¨®n, la novedad es el protagonista: sol¨ªa cantarse desde el punto de vista de una prostituta, que lamenta sus a?os perdidos en un burdel de Nueva Orleans, supuestamente conocido como La Casa del Sol Naciente.
Hubo magia: se grab¨® en una sola toma y nadie quiso volver a intentarlo, a pesar de que sus 4,29 minutos pod¨ªan asustar a las emisoras, habituadas a radiar canciones que duraban aproximadamente la mitad. Y lleg¨® el momento del papeleo. El grupo ten¨ªa pactado firmar el tema como tradicional, arreglado por los cinco miembros. El m¨¢nager puso reparos: ¡°Demasiado largo. ?Qu¨¦ tal si ponemos uno y luego os repart¨ªs las regal¨ªas¡±. Alguien sugiri¨® que, por orden alfab¨¦tico, se atribuyera al teclista, Alan Price. Aceptado.
Lo que no imaginaron los otros cuatro pardillos es que as¨ª qued¨® registrado en la sociedad de autores. Un a?o despu¨¦s, por sorpresa, justo antes de una gira, Alan Price dej¨® a los Animals. Para trabajar como solista, explic¨®. Y para no tener que dar explicaciones a unos compa?eros a los que hab¨ªa desvalijado: hab¨ªa decidido quedarse con todo el copyright.
Hablamos de millones. La s¨ªsmica grabaci¨®n de The Animals ha sido utilizada en centenares de recopilaciones, en publicidad, en el cine (recuerden Casino, de Scorsese). Encima, las versiones posteriores de?The house of the rising sun llevan la firma de Alan Price, aunque usen un arreglo totalmente diferente, como la grabaci¨®n aflamencada de Santa Esmeralda, reciclada por Tarantino para Kill Bill.
Da lo mismo. Todas terminan engrosando la fortuna de Alan Price, supuestamente un hombre de convicciones socialistas. Siempre ha rehusado hablar de su apropiaci¨®n, excepto para recordar un episodio de los inicios, cuando le robaron un Wurtlitzer y el resto de los Animals se neg¨® a pagarle un nuevo piano el¨¦ctrico. En un par de ocasiones, Price ha participado en reuniones de The Animals. Los otros aprovecharon para rogarle que, a partir de entonces, compartiera el publishing. Ni caso.
Hac¨ªa 1982, Eric Burdon se present¨® en las oficinas de su antiguo productor, Mickie Most. El tema hab¨ªa tenido un repunte de popularidad y esperaba cobrar un pellizco. De eso nada, le explicaron: seg¨²n sus libros, era Burdon qui¨¦n les deb¨ªa 675 libras (730 euros). Un ejemplo impecable de ese arte llamado contabilidad creativa.
La mano larga de Bob Dylan
Hasta 1964,?The house of the rising sun hab¨ªa salido ¨²nicamente en discos de onda folk; la interpretaci¨®n m¨¢s difundida fue la de Dylan. El problema: copiaba el arreglo de Dave Van Ronk, que pensaba grabarla y consideraba que la versi¨®n dylaniana ten¨ªa "toda la sutileza de un neandertal trabajando con un hacha de piedra". El enfrentamiento fue la comidilla del Greenwich Village, hasta que hicieron las paces. Durante sus primeros a?os, muchos colegas denunciaron las rapi?as de Dylan, que debi¨® pagar compensaciones a Jean Ritchie o Paul Clayton. Otros quisieron resolverlo a pu?etazos pero Bobby ya era inaccesible.
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