Rebecca West, el cl¨¢sico de la literatura brit¨¢nica todav¨ªa por descubrir
Periodista, escritora y feminista, la autora fue una de las figuras m¨¢s relevantes de las letras del milenio pasado
Rebecca West consigui¨® recorrer parte del siglo XX dinamitando cualquier posibilidad de que su nombre y obra se aparejaran a una etiqueta o una ideolog¨ªa. Lo hizo con su particular mirada sobre la historia de Yugoslavia, los juicios de Nuremberg al r¨¦gimen nazi y su manera de entender el feminismo -entonces concebida como odio a los hombres-. ¡°Nunca he sido capaz de averiguar qu¨¦ es exactamente el feminismo; solo s¨¦ que la gente me llama feminista cada vez que expreso sentimientos que me diferencian de un felpudo¡±, afirm¨®. As¨ª, hasta convertirse, en una de las figuras m¨¢s relevantes de la literatura del milenio pasado.
Naci¨® en 1892 en Londres con el nombre Cecily Isabel Fairfield que r¨¢pidamente se cambi¨® a Rebecca West en homenaje a la hero¨ªna rebelde de la obra La casa de Rosmer, de Henrik Ibsen. Con 16 a?os dej¨® el colegio por una tuberculosis y se convirti¨® en autodidacta. Ya entonces su padre, un periodista de origen irland¨¦s, las hab¨ªa abandonado. Como en la trilog¨ªa La familia Aubrey, una de sus obras de ficci¨®n que publica por primera vez en castellano Seix Barral, West y su hermana quedaron a cargo de su madre, una pianista escocesa.
La publicaci¨®n ahora en Espa?a de La familia Aubrey ejemplifica c¨®mo su obra vuelve de manera intermitente, sin orden, a la primera l¨ªnea literaria. Reino de Redonda edit¨® Un reguero de p¨®lvora y El significado de la traici¨®n. Ediciones B public¨® en 2001 Cordero negro, halc¨®n gris, una de sus obras m¨¢s importantes en las que narra la historia de Yugoslavia y que es imposible de encontrar en Espa?a. Zut Ediciones (M¨¢laga), Herce Editores (Madrid), Viena (Barcelona), Argos Vergara (Barcelona), Destino (Barcelona) y Erein Argitaletxea (Gipuzkoa) son las otras seis editoriales que han publicado alguna de sus obras de manera puntual.
Con 26 a?os, West ya firmaba en el semanario feminista The Freewoman. Poco tiempo despu¨¦s public¨® su primera novela, El retorno del soldado. Desde 1918 no dej¨® de escribir, aunque la cr¨ªtica de anta?o nunca fue tan generosa con ella como con sus coet¨¢neas Virginia Woolf y Doris Lessing. En una entrevista en The New York Times, antes de morir, West reconoci¨® el talento de Woolf al mismo tiempo que dibuj¨® su particular relaci¨®n. ¡°Escribi¨® que ten¨ªa los brazos peludos. Le pregunt¨¦ a mi abogado si pod¨ªa denunciar a una persona muerta y me dijo que no podr¨ªa denunciar a alguien, aunque siguiera vivo, por una frase as¨ª¡±, record¨®.
Sus primeros art¨ªculos period¨ªsticos recog¨ªan su experiencia en los movimientos por el derecho al voto de la mujer -en los que se hab¨ªa iniciado en la adolescencia con su hermana- al mismo tiempo que trataban sobre la sexualidad femenina. La escritora reclam¨® en sus textos la necesidad de las mujeres al sexo, a amar y desear con ¡°la misma fiereza¡± que los hombres.
Bibliograf¨ªa
La familia Aubrey (Seix Barral)
Un reguero de p¨®lvora (Reino de Redonda)
El significado de la traici¨®n (Reino de Redonda)
La sexualidad y sus primeras disertaciones -que siempre le acompa?aron- sobre la relaci¨®n entre hombres y mujeres trazaron su camino hasta H.G. Wells. Ella ten¨ªa 20 a?os y el autor de La guerra de los mundos 46 cuando se encontraron por primera vez despu¨¦s de que West le llamara ¡°la solterona entre los novelistas¡± en una cr¨ªtica a su novela Marriage. El escritor la invit¨® a comer pese a la cr¨ªtica. En la segunda cita, West se qued¨® embarazada. ¡°Nunca he conocido a nadie como ella, y dudo que antes de ella existiera alguien as¨ª¡±, asegur¨® ¨¦l.
Wells, casado en ese momento, compr¨® una casa en el campo para West y su hijo Anthony. La relaci¨®n se prolong¨® durante 10 complicados a?os. ¡°No logro explicarme por qu¨¦ se ha agotado el amor que me profesabas hace tan solo tres meses. Pero es algo que se me escapa por completo, algo que me revuelve las tripas. Y el hecho de que seas t¨² precisamente quien me revuelve las tripas me saca todav¨ªa m¨¢s de quicio, porque eres el ¨²nico obst¨¢culo que me separa de la paz. Es evidente que tienes raz¨®n: no tengo nada que ofrecerte. A ti solo te atraen las emociones fuertes y la comodidad¡±, le escribi¨® por carta, una de las misivas de West que alberga la Universidad de Yale.
Pese a la tortuosa experiencia que culmin¨® con un hijo renegando de su madre, las biograf¨ªas sobre la escritora recuerdan una de sus frases sobre H. G. Wells: ¡°Es uno de los hombres m¨¢s interesantes que he conocido. No era fuerte, escribi¨® mucho y fue el padre y la madre de la ciencia ficci¨®n¡±. La manera de Wells de entender la guerra impregn¨® el trabajo de West que, sin embargo, siempre cit¨® a Mark Twain y Henry James entre sus referentes.
"Reportajes a la altura de la literatura"
Cordero negro, halc¨®n gris (1941) sigue fija como una de sus grandes obras. Un millar de p¨¢ginas sobre los Balcanes que result¨® de su viaje a la regi¨®n con su marido Henry Maxwell Andrews, un banquero multimillonario. Para entonces West ya se hab¨ªa despojado de su odio al capitalismo que aparec¨ªa en algunos de sus textos. Su militancia nunca estuvo cerca de la religi¨®n ni de la ideolog¨ªa.
En Un reguero de p¨®lvora West reuni¨® seis reportajes de tem¨¢tica judicial, entre ellos los tres art¨ªculos sobre los juicios de N¨¹remberg que la revista estadounidense The New Yorker le encarg¨® en 1946, 1949 y 1954 originalmente titulados Invernadero con cicl¨¢menes. Una gran producci¨®n que, hasta cierto punto, le trajo cierta melancol¨ªa.
Siempre asegur¨® haber echado en falta haber incluido m¨¢s ficci¨®n en sus 20 t¨ªtulos. ¡°Es como comparar c¨®mo suena la m¨²sica y un discurso: ofrece mejores matices emocionales¡±, confes¨® en alguna ocasi¨®n sin renegar de su trabajo como periodista para diversos medios estadounidenses. La cr¨ªtica siempre ha considerado que su reporterismo estaba ¡°al nivel de la literatura¡±.
Vivi¨® como escrib¨ªa. Con irreverencia e inteligencia. Como se evidencia en las cartas de Yale. En 1953 escribe a Ingrid Bergman para decirle: ¡°Estoy segura de que quiere mucho a su marido, pero tarde o temprano va a tener que asumir que carece del m¨¢s m¨ªnimo talento. Usted tiene unas aptitudes ¨²nicas y una personalidad arrolladora. Me parece absurdo que sacrifique esos dones en favor de su vida sentimental¡±. A contrapelo. As¨ª se despidi¨® de H.G. Wells: ¡°En los pr¨®ximos d¨ªas, no me va a quedar otro remedio que levantarme la tapa de los sesos o cometer un acto a¨²n m¨¢s devastador que el propio suicidio. Sea como fuere, no pienso tolerar que otros se apropien de mi final¡±. Casi un epitafio.
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