La guerra de los ¡®gentlemen¡¯
Una arriesgada maniobra militar permiti¨® a Bernardo de G¨¢lvez recuperar la ciudad de Pensacola, en Florida, para la Corona espa?ola en 1781
Gracias a un macharatungo Espa?a recuper¨® la Florida Occidental en 1783, no sin antes poner sitio a la ciudad de Pensacola (EE UU) dos a?os antes y de sorprender con su genialidad t¨¢ctica a las defensas brit¨¢nicas del asentamiento fortificado. Los macharatungos no son una tribu india de Estados Unidos que apoyaba a los s¨²bditos de Carlos III, sino el gentilicio de los habitantes del pueblo malague?o de Macharaviaya, localidad donde naci¨® en 1746 Bernardo de G¨¢lvez y Madrid. G¨¢lvez fue un aut¨¦ntico caballero de la guerra en unos a?os en que Espa?a, Inglaterra, Francia y unos incipientes Estados Unidos se peleaban entre s¨ª, unos por mantener sus posesiones en el continente, y otros por la libertad. Tan exquisito se mostraba el militar andaluz en sus formas, que sus archienemigos le mostraban un enorme respeto. En una ocasi¨®n, y antes de atacar Pensacola, y al enterarse de la escasez de alimentos de la guarnici¨®n brit¨¢nica que la defend¨ªa, les envi¨® 150 barriles de trigo para que no pasasen hambre. Peter Chester, gentlemen y gobernador brit¨¢nico, le dio las gracias, y se lo comieron todo.
En 1778, Francia decidi¨® apoyar a las Trece Colonias que se hab¨ªan rebelado contra Inglaterra. Las cosas se oscurec¨ªan, por tanto, para la Corona espa?ola, ya que la guerra podr¨ªa provocar que los ingleses atacasen las posesiones de Carlos III en Centroam¨¦rica con el fin de dividir las tierras del imperio. As¨ª que Madrid le comunic¨® a G¨¢lvez, entonces gobernador de Luisiana, que fuese engrasando los fusiles o lo que bien tuviera a mano. Lo primero que hab¨ªa que hacer, se le orden¨®, era reforzar el golfo de M¨¦xico; y la Florida Occidental, en manos brit¨¢nicas, resultaba una pieza fundamental, seg¨²n relata Carmen de Reparaz, en un art¨ªculo de la Real Academia de la Historia. Ser¨ªa necesario tomar su capital, Pensacola, que estaba protegida por una bah¨ªa a la que solo se pod¨ªa acceder atravesando una estrecha entrada que, a su vez, ten¨ªa una isla (La Rosa) delante, lo que obligaba a realizar una complicadas y lentas maniobras de acercamiento. Adem¨¢s, estaba defendida por potentes bater¨ªas de costa. Intentar el asalto por mar, una locura.
As¨ª que G¨¢lvez mand¨® dos esp¨ªas a la ciudad, al capit¨¢n del Ej¨¦rcito Jacinto Panis, que pidi¨® ver al gobernador ingl¨¦s con la excusa de que le hab¨ªan insultado en el Mississippi, y a un colono llamado Francisco Ruiz de Castro. Los informes que elaboraron hablaban de que ¡°las fortificaciones [brit¨¢nicas] estaban en mal estado¡±, los ca?ones desmontados y las murallas cay¨¦ndose. Pero los ingleses hab¨ªan comenzado a reparar todo a gran velocidad. Ahora o nunca.
Pero G¨¢lvez, en vez de atacar Pensacola directamente, decidi¨® tomar al asalto la cercana Mobila, de donde los pensacole?os se suministraban de carne. Lo primero que hicieron las tropas del malague?o fue arramblar con todo animal de cuatro patas comestible para que a los de Mobila, y luego a los de Pensacola, les sonasen las tripas. ¡°Que os rind¨¢is que nos hemos quedado con todas las vacas¡¡±, m¨¢s o menos le espet¨® educadamente G¨¢lvez al gobernador de Mobila, el comandante Durnford. Ese le respondi¨® que nones, pero que agradec¨ªa la deferencia, que brindaba por el rey de Espa?a, y que le regalaba ¡°vino, cordero y una docena de pollos¡±, seg¨²n relata Larrie D. Ferreiro en su magn¨ªfico libro Hermanos de Armas (Desperta Ferro 2019). El 12 de marzo, Durnford, tras un intenso bombardeo espa?ol, alz¨® la bandera blanca.
En agosto de 1780, los ingleses ten¨ªan ya acuartelados en Pensacola, que hab¨ªa reparado sus defensas, a unos 2.000 hombres, entre profesionales y milicianos, adem¨¢s de una destacada fuerza de esclavos e indios chocraws y creeks. Al frente de todos ellos, el general de brigada John Campbell.
Los militares espa?oles llevaban semanas, meses, discutiendo c¨®mo tomar aquella ciudad. No se pon¨ªan de acuerdo. Pero entonces lleg¨® el enviado del rey, Francisco de Saavedra y Sagronis, con un mensaje: ¡°Hay que expeler totalmente a los ingleses del seno mexicano¡±. Se acabaron las discusiones. Partieron 32 barcos y 1.500 soldados, aproximadamente un tercio de lo recomendado por la prudencia. Atacar¨ªan por mar, mientras las tropas de Mobila, unos 900 hombres, lo har¨ªan por tierra. Una pinza.
La escuadra espa?ola intent¨® acceder a la bah¨ªa por su estrecha entrada, rodeando la isla de La Rosa y lo logr¨®. Pero surgi¨® un imprevisto: los primeros barcos en penetrar encallaron por el escaso calado de la rada. El comandante naval, Jos¨¦ Calvo de Iraz¨¢bal, orden¨® entonces volver para rebajar el peso de las naves. G¨¢lvez enfureci¨® y le exigi¨® que lo intentase de nuevo, ya que algunos soldados espa?oles hab¨ªan quedado aislados en la isla y estaban siendo repelidos por los hombres de Campbell y los indios choctaws. El comandante Calvo se neg¨®. Solo se hablar¨ªan una vez m¨¢s en la vida.
G¨¢lvez march¨® entonces directo a su barco, el Galveztown, y orden¨® que pusiese rumbo a Pensacola, no sin antes lanzarle a la cara a Calvo: ¡°Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle [a us¨ªa] el miedo¡±. Logr¨® meter cuatro naves en la bah¨ªa sin apenas da?os, porque las bater¨ªas inglesas no pod¨ªan cubrir toda la zona de combate. Calvo, enrojecido, le sigui¨® con el resto de naves. Desembarcaron todos cerca de la ciudad y, como siempre, empezaron los mensajes entre sitiadores y sitiados. ¡°Que te rindas¡±. ¡°Que no¡±. O en lenguaje de la ¨¦poca: ¡°Tomamos parte en esta guerra por deber, no por odio [firmado G¨¢lvez]¡±. ¡°Defenderemos este puesto hasta el final [Campell]¡±, reconstruye el finalista del Pulitzer Larrie D. Ferreiro. Acordaron, no obstante, proteger a los civiles, intercambio de prisioneros y que la lucha se limitase al fuerte George, donde estaba el comandante brit¨¢nico y sus soldados.
Al d¨ªa siguiente de desembarcar, buenas noticias. Diecis¨¦is buques cargados de armamento y 1.600 soldados de refuerzo llegaban desde Cuba, adem¨¢s de que las tropas de Mobila segu¨ªan acerc¨¢ndose sin ser vistas. Pero los brit¨¢nicos salieron en tromba del fuerte y rechazaron a los espa?oles, provocando grandes bajas. G¨¢lvez result¨® herido en el abdomen. Sin embargo, arribaron m¨¢s buenas noticias. Otros veinte barcos, con el militar Jos¨¦ Solano al frente, de refuerzo. La fuerza atacante -integrada por espa?oles, franceses e irlandeses- llegaba ya a los 7.000 soldados, mientras que Campbell segu¨ªa escribiendo desesperadamente a Jamaica pidiendo refuerzos sin ¨¦xito. La lucha a muerte durar¨¢ m¨¢s de un mes sin avances notables para nadie.
Sin embargo, un golpe de suerte lo cambiar¨¢ todo. Un ob¨²s espa?ol cay¨® sobre el polvor¨ªn brit¨¢nico de la Reina y provoc¨® una tremenda explosi¨®n con m¨¢s de 100 muertos. A los brit¨¢nicos, ya no les quedaba para defenderse ni munici¨®n. Campbell alz¨® la bandera blanca.
El malague?o fue recompensado con el t¨ªtulo de conde de G¨¢lvez y el lema ¡°Yo solo¡±. Solano, con el de marqu¨¦s de Socorro. Carlos III no era muy original a la hora de poner nombre a los honores. El congresista de Florida Jeff Miller reclam¨® que G¨¢lvez fuese reconocido como Ciudadano Honorario de Estados Unidos, un galard¨®n que han recibido muy pocos personajes hist¨®ricos, seg¨²n Francisco Reyero en su obra Y Bernardo de G¨¢lvez entr¨® en Washington (Editorial Papeles del Sitio, 2019). La distinci¨®n se le concedi¨® en 2014 y su retrato cuelga en el Congreso de Estados Unidos.
Los macharatungos, mientras, se sienten muy orgullosos de su hijo, el que tom¨® Pensacola ¡°solo¡±, por lo que decidieron que el 4 de julio -fiesta nacional de Estados Unidos- tambi¨¦n lo fuera de este precioso pueblo blanco de la Axarqu¨ªa malague?a, tan lejos geogr¨¢ficamente de Florida, pero tan cerca en su coraz¨®n. y en su historia.
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