Barrie Kosky reinventa a Falstaff
El director de escena australiano insufla nueva vida al famoso personaje de Shakespeare en la ¨²ltima ¨®pera de Giuseppe Verdi en el Festival d¡¯Aix-en-Provence
Tras las risas ocasionales y la creciente sensaci¨®n de propuesta fallida que se vivi¨® en la inauguraci¨®n del Festival d¡¯Aix-en-Provence con Le nozze di Figaro, el p¨²blico sigui¨® la representaci¨®n de Falstaff la noche del jueves con una sonrisa casi constante: no existe quiz¨¢ mejor constataci¨®n de que una comedia funciona. El director de escena australiano Barrie Kosky ha mostrado siempre una especial afinidad por las tramas jocosas y a menudo ha sido capaz de descubrir vetas de humor all¨ª donde aparentemente no las hab¨ªa. Abundan, por supuesto, en el libreto que Arrigo Boito ¨Csu aut¨¦ntico hijo putativo¨C escribi¨® para un Verdi anciano, ya al cabo de la calle de todo, que se embarc¨® en su ¨²ltima ¨®pera, con la que volv¨ªa a la comedia despu¨¦s de medio siglo, casi como un pasatiempo de vejez, sin pensar realmente en cantantes ni en teatros concretos, un divertimento privado sin las presiones constantes que hab¨ªa padecido durante buena parte de su carrera, una huida de las convenciones que hab¨ªan amenazado siempre con atenazar su inventiva: ?puede extra?ar a alguien que la ¨®pera se cierre con una fuga? Pero Falstaff es tambi¨¦n un homenaje a sus antepasados (Mozart, Rossini), contempor¨¢neos (Wagner) e incluso a s¨ª mismo, un ep¨ªlogo c¨®mico a una vida cargada de tragedias.
Desde las im¨¢genes que nos han llegado de Victor Maurel (el bar¨ªtono marsell¨¦s que encarn¨® el papel protagonista en el estreno de la ¨®pera de Verdi en 1893) hasta la encarnaci¨®n de Simon Russell Beale en la serie televisiva The Hollow Crown, y con parada obligada, por supuesto, en la majestuosa creaci¨®n que hizo Orson Welles en Campanadas a medianoche, Sir John Falstaff se ha asociado visualmente a un hombre mayor, de pelo cano, barba abundante, desastrado, un tanto decr¨¦pito, borrach¨ªn, torpe de movimientos y precedido de una prominente barriga de resultas de sus excesos: ¡°Il Pancione¡± lo llama cari?osamente Verdi en sus cartas. Cuando se levant¨® el tel¨®n en el Teatro del Arzobispado, a¨²n con las ¨²ltimas luces del crep¨²sculo, se vio en escena, sin embargo, a un hombre mucho m¨¢s joven, sin barba, pelo oscuro, ¨¢gil, vivaz, que est¨¢ cocin¨¢ndose su comida rodeado de manjares y especias como puede hacerlo ¨²nicamente un sibarita o un buen gourmet. Una imagen, por tanto, en las ant¨ªpodas de la marcada a fuego en nuestro imaginario del personaje.
Tampoco el bar¨ªtono ingl¨¦s Christopher Purves es el tipo de cantante que esperar¨ªamos encontrar nunca protagonizando Falstaff. Pero no se trata de una elecci¨®n casual: es un gran actor, se mueve con soltura en escena y rompe justamente, como parece ser el deseo de Kosky, con los arquetipos tradicionales. El australiano traslada todo el frenes¨ª de la primera escena (que arranca de sopet¨®n, sin obertura ni preparaci¨®n instrumental) con la vivacidad que requiere la escritura tersa y milim¨¦trica del sabio y viejo Verdi. El ataque en Do mayor de la orquesta coincide de hecho con el golpe seco de Purves para chafar un ajo y estas conexiones entre foso y escena, entre la m¨²sica y la actividad culinaria de Falstaff, no dejan de sucederse. Una de las mejores es la que se produce despu¨¦s de que sus adeptos Bardolfo y Pistola salmodien vociferando un am¨¦n, tras lo cual Falstaff les reprende dici¨¦ndoles: ¡°Cessi l¡¯antifona. La urlate in contrattempo¡±. Y sus posteriores golpes de cuchillo sobre la tabla de cortar suenan sincopados respecto a los acordes de la cuerda en fortissimo. Kosky es tanto un hombre de teatro como un m¨²sico y sus montajes se benefician siempre de esta duplicidad.
Su propuesta esc¨¦nica se desarrolla sobre un espacio ¨²nico, una suerte de comedor de una modesta casa de comidas (trasunto lejano de la Posada de la Jarretera) que permite una gran libertad de movimientos para los distintos personajes y cuyos clientes del segundo acto (solitarios, bebedores, mudos, grises, tristes) parecen sacados de una pel¨ªcula de Aki Kaurism?ki. A partir de ah¨ª, todo es teatro, gran teatro, y con contados elementos de atrezo (mesas, sillas, los sacos con la colada en el segundo acto) y trajes negros y luz atenuada en la ¨²ltima escena del bosque de Windsor, todo cuanto vemos tiene sentido y encaja con suavidad con el original, a pesar de que los sucesivos cambios de escena no tengan su correspondiente correlato visual. Kosky los marca a tel¨®n bajado, al igual que la transici¨®n del primer al segundo acto, con dos voces en off (primero femenina, luego masculina y, mediado el segundo acto, con ambas altern¨¢ndose o superponi¨¦ndose) que recitan por megafon¨ªa las recetas de primer plato (cangrejos a la bordelesa), segundo (pularda del caballero) y postre (peras). Pero lo hacen como si el proceso de preparaci¨®n fuera una secuencia marcadamente er¨®tica, sensual, excitante, en la que el ¡°Bon app¨¦tit!¡± final se llena de ambig¨¹edad y condensa, por supuesto, los dos grandes placeres que Kosky identifica en Falstaff, con quien probablemente se identifica no poco: la cocina y el sexo.
Detalle a detalle, el director australiano va dando forma a este nuevo Falstaff: cuando, en el famoso mon¨®logo del primer acto, afirma que el honor no puede devolvernos un pelo perdido, Purves se quita la peluca y es solo entonces cuando descubrimos que es, en realidad, calvo. Al darse la vuelta, vemos que, debajo del delantal con que cocina, aparte de una camiseta de tirantes, lleva tan solo un min¨²sculo tanga. Luego llegar¨¢n otras pelucas y ropas estrafalarias, como cuando viste, literalmente de la cabeza a los pies (zapatos incluidos), traje, camisa y chaleco con el mismo estampado de las paredes y el suelo, como si quisiera fundirse con su entorno (o pasar inadvertido si la situaci¨®n lo requiriese). Comparados con ¨¦l ¨Cexc¨¦ntrico, imprevisible, fantasioso, quijotesco¨C, todos los dem¨¢s personajes parecen m¨¢s convencionales o, como cuando Ford se hace pasar por el se?or Fontana con un impecable traje y zapatos blancos y disimulando, como Falstaff, su calvicie con una peluca, meras caricaturas de s¨ª mismos. Kosky no cae en la trampa de forzar la comicidad y las cuatro mujeres (Alice, Meg, Quickly y Nannetta) mantienen un perfil esc¨¦nico m¨¢s bajo, concentrando su comicidad en sus respectivas partes vocales, risotadas conjuntas incluidas. A Ford le concede m¨¢s recorrido (el mismo que le confieren Boito y Verdi), mientras que Bardolfo, Pistola y el Dr. Cajus aparecen tambi¨¦n retratados con nitidez: el primero como un pillo experimentado y al cabo de la calle de todo, el segundo como la quintaesencia del granuja italiano joven, rudo y simpl¨®n, y el tercero como el viejo estirado e iluso, condenado a convertirse en el hazmerre¨ªr final en la ¨²ltima escena. Durante la fuga, Kosky hace encender las luces del patio del Teatro del Arzobispado: ¡°Tutti gabbati!¡±, todos burlados, en el escenario, pero tambi¨¦n fuera de ¨¦l.
Falstaff es siempre, por la propia naturaleza de la ¨®pera, un ejercicio teatral eminentemente coral. Kosky mueve sobre su sencillo y desnudo tablero todas las piezas con enorme sabidur¨ªa esc¨¦nica, m¨¢s interesado en dibujar a su nuevo Falstaff mediante la acumulaci¨®n de peque?os detalles teatrales que en golpes de efecto puntuales (como hab¨ªa sucedido en gran medida el d¨ªa anterior en Las bodas de F¨ªgaro). Christopher Purves no intenta hacerse pasar por lo que no es y da vida a su personaje con sus medios vocales, los mismos que luci¨® hace poco como capit¨¢n Balstrode en el sensacional Peter Grimes del Teatro Real o los que le hicieron triunfar aqu¨ª, en Aix-en-Provence, en 2012 como El Protector en Written on Skin, de George Benjamin. Su Falstaff no adolece de un solo exceso, de una sola incongruencia, y es, asimismo, la suma de sucesivas y sutiles pinceladas psicol¨®gicas. Muy bien cantado, con muy cuidada dicci¨®n italiana, muchos echar¨¢n de menos a cantantes de voz m¨¢s rotunda, o graves m¨¢s poderosos, o mayor presencia f¨ªsica, pero nada de eso cuadra con la concepci¨®n de Kosky. Al final, el brit¨¢nico fue muy aplaudido, con toda justicia, en el Palacio del Arzobispado al filo de la medianoche.
St¨¦phane Degout, triunfador en Aix en 2016 como un Pell¨¦as de referencia en la producci¨®n de Pell¨¦as et M¨¦lisande de Katie Mitchell, saca a la luz su vis c¨®mica en una espl¨¦ndida composici¨®n de Ford, especialmente meritoria cuando se muda en el se?or Fontana. Con plenas facultades vocales, con un italiano igualmente mod¨¦lico, se convierte en el segundo gran protagonista de la representaci¨®n y concentra todas las miradas en sus movimientos esc¨¦nicos. Entre las mujeres, destaca la Nannetta dulce y l¨ªrica de Giulia Semenzato, todo un descubrimiento. Carmen Giannattasio no es quiz¨¢ la voz ideal para Alice, ni es tampoco la mejor de las actrices, pero no desentona, sobre todo cuando deja salir su voz sin miramientos, junto a la Meg contenida pero precisa de Antoinne Dennefeld y, sobre todo, a la experimentad¨ªsima Daniela Barcellona como Mrs Quickly, que cant¨® este mismo papel en el Teatro Real en 2019. Aqu¨ª ha mostrado que su voz sigue sin ser la que fue, sobre todo en los graves, pero que s¨ª conserva intacto su dominio de la expresi¨®n corporal y, sobre todo, facial: con muy pocos gestos consigue arrancar f¨¢cilmente las risas del p¨²blico y granjearse su simpat¨ªa.
El reparto se completa con el Fenton suave y so?ador de Juan Francisco Gatell (el Don Ferrando del inolvidable Cos¨¬ fan tutte de Michael Haneke), que estuvo magn¨ªfico en sus escenas con Nannetta y en su soneto del tercer acto. Gregory Bonfatti (Cajus), Rodolphe Briand (Bardolfo) y Antonio di Matteo (Pistola) conforman el excelente tr¨ªo de secundarios masculinos. Al frente de la orquesta, el mismo director que en el reci¨¦n citado Falstaff madrile?o de 2019, el joven y entusiasta Daniele Rustioni. Ahora ha causado una impresi¨®n parecida: es un placer verlo dirigir tan relajado y con tan grande dominio de la partitura, derrochando sonrisas, dibujando las melod¨ªas con su mano derecha, siguiendo con sus labios todas las intervenciones vocales. Al frente de una orquesta peor que la Sinf¨®nica de Madrid, la de la ?pera de Lyon (de la que es director titular), consigue resultados irreprochables estil¨ªstica y musicalmente, aunque, como en el Teatro Real, se echa de menos que apenas explore los extremos y se mantenga instalado casi en todo momento en un confortable terreno intermedio, lejos de posibles percances.
El Festival d¡¯Aix-en-Provence nos ha mostrado, por tanto, dos maneras muy diferentes de abordar una ¨®pera c¨®mica: la enrevesada y recargada de Lotte de Beer, y la despojada y sustancial de Barrie Kosky, que abre, adem¨¢s, una nueva v¨ªa e interesant¨ªsima v¨ªa de acercamiento a Falstaff. La primera fue recibida con cortes¨ªa, la segunda con bravos continuados. Pero, a partir del viernes, se acaban las risas y empiezan los dramas: en este orden, Tristan und Isolde de Wagner, el Combattimento di Tancredi e Clorinda de Monteverdi y el estreno mundial de Innocence, de Kaija Saariaho. Toda la historia de la ¨®pera comprimida en tres entregas.
Babelia
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