El d¨ªa de Hollande: nueva entrega de las cr¨®nicas de Emmanuel Carr¨¨re desde el juicio por los atentados de Par¨ªs
Esta semana, un presidente de la Rep¨²blica ante la abogada de un terrorista
Cap¨ªtulo 12
1. Un debate
Gran efervescencia, el mi¨¦rcoles pasado: recib¨ªamos a Fran?ois Hollande. Todos los periodistas-turistas que vinieron el primer d¨ªa y se marcharon el segundo hab¨ªan vuelto y nos obligaban a apretujarnos en los bancos en los que hab¨ªamos contra¨ªdo h¨¢bitos. Para caldear la sala mientras aguard¨¢bamos la llegada del astro, hubo un raro y peque?o debate ¡ªraro porque era totalmente ocioso y al mismo tiempo de excelente calidad¡ª sobre si el testimonio del expresidente era oportuno en el juicio. ?Qu¨¦ luz pod¨ªa aportar sobre los hechos, la personalidad de los acusados o su moralidad, triple criterio requerido, me inform¨¦ en esta ocasi¨®n, por el art¨ªculo 331 del C¨®digo Penal? Puesto que se hab¨ªa denegado la condici¨®n de partes civiles a personas que estaban dentro del Estadio de Francia, donde no sucedi¨® nada, ?por qu¨¦ prestar tanta atenci¨®n a Hollande, que tambi¨¦n estaba en el interior y contra quien, que sepamos, no dispar¨® nadie? ?Por qu¨¦ ese favoritismo? ?Porque era presidente de la Rep¨²blica? Respuesta evidente: s¨ª, porque lo era. Y fue a ¨¦l, concretamente, a quien aludieron los terroristas. Les o¨ªmos decir, en la terrible grabaci¨®n de audio del Bataclan: ¡°Agradecedlo a vuestro presidente Hollande¡±. Si os matamos es por su culpa, porque es ¨¦l quien empez¨® a lanzar bombas sobre nuestras mujeres y nuestros ni?os. A pesar de este ¨²ltimo cartucho utilizado por los abogados de la defensa, que plantearon este problema inexistente, lo sensato era concluir como lo hizo el ministerio p¨²blico: se juzgar¨¢ la pertinencia de este testimonio en cuanto lo hayamos escuchado. Y adem¨¢s, ahora que Hollande estaba presente, no ¨ªbamos a pedirle que se volviera a su casa.
2. Una piedrecilla en el zapato
Mientras aguard¨¢bamos hac¨ªamos apuestas: ?habr¨¢ un incidente en la audiencia? ?Saldr¨¢ de su cabina Salah Abdeslam, como lo hac¨ªa al principio del juicio, como despu¨¦s no ha vuelto a hacerlo? Un amigo abogado ten¨ªa su propia previsi¨®n: en el momento en que Hollande se acerque a la barra, y antes incluso de que abra la boca, Abdeslam se levanta y, apunt¨¢ndole con el dedo, grita: ¡°?El acusado es ¨¦l! ?Es ¨¦l el que deber¨ªa estar en el banquillo!¡±. Confes¨¦moslo: por muy partidarios que seamos de la serenidad en los debates, esper¨¢bamos algo parecido. No ocurri¨® nada. S¨ª: una confusa y de todos modos demasiado tard¨ªa agitaci¨®n de Abdeslam, al que el presidente del tribunal le cort¨® de inmediato la palabra porque entre presidentes se echan una mano. Hollande estuvo digno, articulado, un poco r¨ªgido pero sin renunciar al humor en ning¨²n momento: Hollande en persona. Los abogados de las partes civiles le hicieron preguntas respetuosas y en su mayor¨ªa in¨²tiles, y ¨¦l respondi¨® en s¨ªntesis que si volviera a suceder actuar¨ªa de la misma manera.
La ¨²nica que intent¨® algo fue Olivia Ronen, la abogada de Abdeslam. Resumo su argumentaci¨®n. El discurso de los terroristas es que los atentados son una reacci¨®n leg¨ªtima al terrorismo de Estado practicado por Francia, primero en Irak y despu¨¦s en Siria: ojo por ojo y diente por diente, m¨¢s val¨ªa no empezar. El discurso del Estado no solo es que una reacci¨®n semejante ser¨ªa en todo caso inadmisible, sino que adem¨¢s el argumento no se sostiene porque el Estado Isl¨¢mico amenaz¨® a Francia antes y no despu¨¦s de las primeras acciones en Irak. Seg¨²n la f¨®rmula de Hollande: por lo que somos ¡ªel pa¨ªs de la libertad¡ª, no por lo que hemos hecho. Todo el mundo parece estar de acuerdo en esto y sin embargo es lo que impugna Ronen: ¡°Espere, se?or presidente¡±, dice ella, ¡°veamos de cerca la cronolog¨ªa. Fue el 21 de septiembre de 2014 cuando Mohamed al Adnani, portavoz del Estado Isl¨¢mico, hace un solemne llamamiento para castigar al mundo occidental y, en especial, a los ¡®malvados y sucios franceses¡¯. ?Y cu¨¢ndo se produjeron los primeros ataques franceses en Irak?¡±. ¡°Pues¡±, responde Hollande, que olfatea la trampa, ¡°a finales de septiembre...¡± (despu¨¦s, entonces). ¡°No¡±, dice Ronen, ¡°el 19 de septiembre¡± (antes, por tanto)¡±. Francia ataca al Estado Isl¨¢mico dos d¨ªas antes de anunciar ¨¦ste que va a atacar a Francia. De modo que Abdeslam tiene raz¨®n desde el estricto enfoque de la cronolog¨ªa: somos nosotros, Francia, los que hemos declarado la guerra a los pac¨ªficos ciudadanos del Estado Isl¨¢mico. Es un detalle, enseguida pasamos a otro asunto, pero yo pens¨¦ que Ronen era valiente al se?alarlo, con los pocos cartuchos de que dispone, y me pregunt¨¦ si este detalle, esta piedrecilla en el zapato de Hollande, no era tambi¨¦n en cierto modo una piedrecita en el camino de una defensa de ruptura, tal como la teoriz¨® y aplic¨® con esc¨¢ndalo Jacques Verg¨¨s durante el juicio de Klaus Barbie, hace exactamente 35 a?os.
El Viernes 13 [el d¨ªa del atentado del Bataclan] recuerda a menudo el juicio de Barbie. Tanto en Lyon entonces como en Par¨ªs hoy, la puesta en escena era grandiosa. Han transformado el vest¨ªbulo en un tribunal capaz de acoger a 700 personas, han elevado la altura del pretorio, todo se ha filmado. Han querido hacer de este juicio el proceso del nazismo, de la ocupaci¨®n, de la tortura, un juicio ejemplar ante la historia. Con una salvedad. La salvedad de que estaba Verg¨¨s, que emple¨® todo su talento en esgrimir de todas las maneras un argumento similar al que balbucea Ronen: vuestra justicia no vale nada. No la reconozco porque la Gestapo tortur¨® en Francia, de acuerdo, pero Francia tortur¨® en Argelia y nadie piensa en juzgarla. As¨ª que en el juicio de Barbie solo hablar¨¦ de la tortura en Argelia. Y no me digan que esto no tiene nada que ver, porque no es verdad. Pongan en orden su propia casa.
3. ¡°El abogado del terror¡±
Es el t¨ªtulo del formidable documental que Barbet Schroeder dedic¨® a Verg¨¨s, un personaje novelesco que empez¨® siendo un valeroso combatiente anticolonialista antes de convertirse, a partir de la causa palestina, en el defensor de todos los terroristas de los a?os setenta, de algunos dictadores sanguinarios ¨Dpero marxistas¨D y, la culminaci¨®n de su carrera, de un verdugo nazi. Agazapado en la penumbra dorada de su despacho, ante sus estatuillas jemeres ¡ªes posible que regaladas por Pol Pot¡ª, tiene la sonrisa del gato de Cheshire, la voz meliflua y sard¨®nica: un malvado ideal para James Bond.
Barbet Schroeder le pregunta qu¨¦ recuerdo conserva del juicio de Barbie. Regocijado por la pregunta, paladea el adjetivo en la boca antes de soltarlo: ¡°?Euforizante!¡±. Luego da una calada del puro, encantado de s¨ª mismo, y prosigue: ¡°Hab¨ªa 39 abogados de partes civiles y yo estaba solo. Lo cual quiere decir que cada uno solo val¨ªa una cuadrag¨¦sima de m¨ª. Recuerdo que, antes del juicio, Roland Dumas me dijo que iba a contratarlo una asociaci¨®n de resistentes. ¡®?Qu¨¦ te parece?¡¯. Yo le respond¨ª: No te tengo miedo, pero te lo desaconsejo. Vais a ser 40 fulanos repitiendo lo mismo y fingiendo la misma emoci¨®n simulada: la dignidad humana... el deber de la memoria... nunca jam¨¢s esto... Los tres primeros, si son buenos actores, tendr¨¢n un peque?o ¨¦xito, pero a partir del cuarto van a decir: ?Basta! ?Basta! Dumas acept¨®, de todas formas, pero yo pregunto: ?puede decirme el nombre de uno solo de aquellos tenores que yo ten¨ªa enfrente? Un juicio es un lugar m¨¢gico, una caja de sorpresas. ¡®Nunca jam¨¢s esto¡¯: lo hemos o¨ªdo decir cien veces, con la voz tr¨¦mula, pero en realidad se dec¨ªan a s¨ª mismos: ?qu¨¦ m¨¢s va a inventar hoy este cabr¨®n de V¨¨rges?... Esto me divierte, me excita, pero no es solo eso. No soporto que humillen a un hombre. No soporto que a un hombre solo, aunque sea el ¨²ltimo de los canallas, le insulte una multitud de linchadores. Un d¨ªa alguien me pregunt¨®: ?usted habr¨ªa defendido a Hitler?¡±. De nuevo, la sonrisa de gato. ¡°Respond¨ª: ¡®Incluso defender¨ªa a Bush¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.