Una sopa portuguesa es, con certeza, una sopa portuguesa
Un periodista de ¡®The Times¡¯ equipar¨® la cocina inglesa a la lusa y la reacci¨®n fue furibunda en Twitter
?Qu¨¦ es la paz interior? La que te deja una buena sopa. En las tascas de Lisboa se respira esa paz de barriga caliente. La sentimos en esta modesta taberna que se encuentra frente al Mercado del Campo de Ourique, que es como una maqueta de barrio so?ado, civilizado, rico en tiendecillas y tascas. Hasta tiene un cementerio, el de Dos Prazeres, ideal para el sue?o eterno. Pero antes de morir, dej¨¦monos la vida en las tascas. Hay algunas tur¨ªsticas en el centro, pero luego est¨¢n estas otras, replegadas hacia su vecindad, ofreciendo el men¨² sempiterno, que parece cocinado por una madre ¨²nica dedicada a calentar los est¨®magos portugueses.
Acuden los trabajadores. Acuden abuelas solitarias. Hay abuelos que se quedan tan pichis en la barra para tomarse un caf¨¦ con leche y un pastel salado. En la tele, aparece Rebelo de Sousa, Marcelo, el llamado presidente de los abrazos, por esa afici¨®n suya a echarse en brazos del pueblo. Hay una coherencia entre la edad del presidente de la Rep¨²blica y los clientes de las tascas, que parecen tomarse la convocatoria de elecciones con la serenidad con la que enfrentaron la revoluci¨®n de j¨®venes, sin aspavientos.
Este verano, un columnista del Expresso, Ricardo Dias Felner, escribi¨® un reportaje sobre uno de los aspectos m¨¢s sensibles del coraz¨®n portugu¨¦s: el de su cocina. El periodista titulaba: ?Y si la cocina portuguesa no fuera la campeona del mundo? En la pieza hac¨ªa referencia a la rese?a demoledora que el cr¨ªtico culinario de The Times, Giles Coren, escribi¨® en 2015 sobre esta cocina desacomplejadamente maternal. Afirmaba el ingl¨¦s que la gastronom¨ªa portuguesa ven¨ªa a ser como la inglesa, pero en un pa¨ªs con mejor tiempo. No sab¨ªa el incauto experto lo que le esperaba. Jam¨¢s fue tan compartido un art¨ªculo del Times por un pueblo; jam¨¢s un cr¨ªtico habr¨¢ recibido tan furiosos insultos. El tal Coren acab¨® diciendo: ¡°A juzgar por todos los portugueses que me han llamado cabr¨®n esta semana, pienso que consegu¨ª atraer a un pa¨ªs entero a mi Twitter, pero soy tan malo con la tecnolog¨ªa que no doy con la tecla para silenciar a ese pa¨ªs entero¡±.
El portugu¨¦s Dias Felner reconoce que la valoraci¨®n que los portugueses hacen de su cocina tal vez no se corresponde con su excelencia, pero a usted y a m¨ª nos enternece ese amor sin fisuras que los lusos tienen por lo suyo, ?a que s¨ª?
Cuando Saramago fantaseaba con una comunidad ib¨¦rica yo a¨²n no conoc¨ªa este pa¨ªs como para poner en duda que a un portugu¨¦s le guste ser algo m¨¢s que portugu¨¦s. Viniendo de Espa?a esta unanimidad nacional conmueve. El amor por lo propio se concentra en las tascas, donde uno encuentra un men¨² calcado de otro, igual de caliente, de caserillo, casi igual de barato. Los clientes parecen tambi¨¦n los mismos. En la vitrina de la barra suelen exponerse adem¨¢s los pasteles, de un tama?o descomunal: dulc¨ªsimas variaciones de huevo, harina y az¨²car, los tres ingredientes nacionales. Tentaciones ineludibles para los ojos de la ancianidad, que puede comer y merendar en la misma tasca, ante la misma tele, y ante el mismo Marcelo.
En las vitrinas de los bares/reposter¨ªas/tascas lisboetas los croissants son un espect¨¢culo, ¡°la envidia de los franceses¡±, grandes y densos como pollos. Compras un croissant y puedes invitar a cuatro espa?oles, porque un portugu¨¦s se vale solo para engullirlo. Luego vienen las malas noticias: es el segundo pa¨ªs de Europa con m¨¢s diabetes, despu¨¦s de Alemania, que siempre quiere quedar por encima. Pero esos inconvenientes no deben ensombrecer una realidad que tal vez los ojos de un cr¨ªtico de cocina no percibe: el encanto de la comida portuguesa no est¨¢ en la variedad ni en la sofisticaci¨®n sino en ofrecer sabores que disparan los recuerdos infantiles. Si lo entendimos con una magdalena, por qu¨¦ no concederle la misma cualidad a una sopa en la que se mete la cuchara sin saber jam¨¢s qu¨¦ es lo que ¨¦sta sacar¨¢ de esa inmersi¨®n: ?alubias, grelos, zanahoria, berza, chorizo, patata y m¨¢s patata?
Lo extraordinario es que los j¨®venes portugueses, en la onda con la tendencia europea de recuperar lo local, han revitalizado las tascas, que nunca llegaron a desaparecer: ahora, el camarero de camisa blanca y cejas rotundas se ha transformado en un hipster. Pero cuidado, el hipsterismo no ha colonizado el men¨². La sopa de la madre es ahora la de la abuela. Y as¨ª hasta la extinci¨®n de la especie.
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