Aquella dicha lejana de la reconciliaci¨®n
Para muchos espa?oles, la Constituci¨®n hoy solo es un puente que, lejos de unir las dos orillas irreconciliables de la memoria, solo sirve para irse de vacaciones a Benidorm
Despu¨¦s de los a?os de dictadura, el 22 de julio de 1977 se abrieron las puertas del Congreso en la Carrera de San Jer¨®nimo de Madrid y entraron por primera vez los diputados y senadores elegidos democr¨¢ticamente en las elecciones de 15 de junio para desarrollar la Ley de la Reforma Pol¨ªtica. Muchas horas antes del acto las calles de alrededor fueron tomadas por las fuerzas de seguridad, que adem¨¢s de las metralletas que llevaban en brazos ten¨ªan a su disposici¨®n unas cajas de madera con la estampilla de Santa B¨¢rbara surtidas con botes de humo y balas de goma. El miedo era entonces una moneda corriente, de modo que el n¨²mero de guardias triplicaba al menos al de los padres de la patria.
A las doce en punto aparecieron los Reyes bajo el dosel del estrado en el hemiciclo. Don Juan Carlos luc¨ªa el uniforme de gala de capit¨¢n general y un bronceado de regata; Do?a Sof¨ªa, vestida como una figura femenina de Watteau, ten¨ªa ya el rostro muy macerado por la m¨²sica de Bach. Diputados y senadores, todos muy encorbatados en trajes oscuros de domingo, se pusieron en pie e hicieron sonar los aplausos de rigor, expectantes, todos salvo los socialistas, quienes, para marcar territorio, optaron por permanecer con las manos en los bolsillos. Solo aplaudieron al final del discurso real. Queda hoy muy lejos aquel estado de gracia que envolv¨ªa como un aura al Monarca, rubio, alto, simp¨¢tico, a quien de forma gratuita se le asign¨® el m¨¦rito de haber tra¨ªdo la democracia, pese a haber sido el pueblo el que la hab¨ªa conquistado muy arduamente. Queda hoy muy lejos aquella alegr¨ªa por la victoria de la libertad.
Al principio el Congreso fue tomado por un circo por los periodistas. Los fot¨®grafos se paseaban por el hemiciclo, sub¨ªan y bajaban por los estrados a su antojo y, como quien va de cacer¨ªa, cuando ve¨ªan a un diputado bostezando, o dormido o con el dedo barrenando su nariz, le disparaban a bocajarro el flash de la c¨¢mara. Los cronistas parlamentarios us¨¢bamos im¨¢genes taurinas. Todos esperaban que hubiera bronca y en ese caso, como en las corridas antiguas, alg¨²n periodista en el palco de la prensa exclamaba: ¡°?M¨¢s caballos!¡±. Hasta que se impuso el peto, el diestro sol¨ªa torear con dos o tres pencos con las tripas al aire agonizando en la arena.
Someter a aquellos fot¨®grafos que iban de safari por el hemiciclo hasta inmovilizarlos en una tribuna y que el Congreso recuperara la dignidad institucional no fue una tarea f¨¢cil. No ten¨ªa ning¨²n sentido el humor sarc¨¢stico, las burlas sat¨ªricas, algunas muy sangrantes, contra el Parlamento, en un momento en que la democracia mostraba una suprema debilidad y se mov¨ªa entre el paquete de medidas que hac¨ªan aflorar a duras penas toda la miseria de la dictadura y los paquetes de goma del terrorismo de ETA. La risa tambi¨¦n pod¨ªa ser otra forma de terrorismo. Adolfo Su¨¢rez era tomado por los franquistas y tambi¨¦n por los socialistas como un aventurero, un impostor, un traidor, un analfabeto, un tah¨²r, insultos parecidos a los que hoy se oyen desde la bancada de la derecha contra el presidente del Gobierno.
La Reforma Pol¨ªtica hab¨ªa embarrancado, aquella gresca no ten¨ªa salida. Adolfo Su¨¢rez estaba una ma?ana de pie en la barra del bar del Congreso ante una tortilla francesa y un caf¨¦ cortado y, de pronto, como si se le acabara de ocurrir, ante el camarero que le atend¨ªa y unos periodistas que ten¨ªa al lado, exclam¨®: ¡°?Hay que hacer una Constituci¨®n!¡±. Estaba apuntando la primavera y las acacias empezaban a florecer y para entonces, con los Pactos de la Moncloa, se produjo el milagro del consenso, hoy tan denostado, y todas las fuerzas pol¨ªticas de uno y otro bando comenzaron a empujar en la misma direcci¨®n para sacar la carreta del charco hasta llegar, despu¨¦s de un azaroso trayecto de 15 meses, al 27 de diciembre de 1978 para que el rey Juan Carlos sancionara el texto constitucional en el palacio del Congreso. De eso hace 43 a?os. Aquella ma?ana lluviosa el Rey, sin ning¨²n matiz oscuro, se puso al frente de esta empresa democr¨¢tica y se declar¨® el primer comprometido en que la soberan¨ªa fuera devuelta a los ciudadanos. Fue un tiempo lleno de sangre, dudas y miedo, y tambi¨¦n de dicha, en que los espa?oles apostamos por no volvernos a matar. Hoy pocos j¨®venes valoran lo que cost¨®.
Pero despu¨¦s de tantos a?os hoy el rey Juan Carlos, escarnecido por supuestas irregularidades fiscales, ha buscado refugio en un pa¨ªs ¨¢rabe donde no se cumplen las m¨ªnimas reglas de la democracia y en el Congreso vuelven cada d¨ªa los insultos y la bronca de anta?o para recobrar la alta consideraci¨®n de circo. Quedan muy lejos aquellos tiempos en que el sue?o de la reconciliaci¨®n nacional se cre¨ªa posible en medio del jard¨ªn de los derechos humanos que simbolizaba la Carta Magna. Pero ?qu¨¦ significa hoy la Constituci¨®n? Para muchos espa?oles solo es un puente, que lejos de unir las dos orillas irreconciliables de la memoria, solo sirve para irse de vacaciones a Benidorm.
Babelia
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