Los romanos se re¨ªan de los calvos pero no de los ciegos: Mary Beard desvela las claves del humor en la antig¨¹edad
La profesora de Cambridge analiza en ¡®La risa en la antigua Roma¡¯ hasta qu¨¦ punto los chistes permiten entender la sociedad romana
Los Monty Python dejaron muy claro en La vida de Brian lo que han hecho los romanos por nosotros: ¡°El acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigaci¨®n, la sanidad, la ense?anza, el vino, los ba?os p¨²blicos, la ley y el orden¡±. Y la profesora de Cl¨¢sicas de Cambridge Mary Beard a?ade otro elemento esencial a esta lista: el humor y los chistes. En el libro La risa en la antigua Roma, un ensayo editado por Alianza Editorial en traducci¨®n de Miguel ?ngel P¨¦rez P¨¦rez, intenta explicar de qu¨¦ se re¨ªan los romanos y si nosotros hemos heredado su humor. Tambi¨¦n si los chistes pueden ser una forma de comprender la sociedad de la antigua Roma.
Una de las conclusiones de Beard es que, aunque haya chistes que ahora nos resultan bastante absurdos y lejanos, muchas otras bromas que circulaban entonces siguen siendo populares en la actualidad. Las piedras del Coliseo de Roma o del acueducto de Segovia han sobrevivido casi dos mil a?os, pero la risa tambi¨¦n. Por ejemplo: ¡°Un tipo va al peluquero y este le pregunta: ¡®C¨®mo quiere que le corte el pelo¡¯. Y el se?or responde: ¡®En silencio¡±. Y otro chiste del que existen numerosas versiones ¨Cy del que se dice que era el favorito de Sigmund Freud¨C tambi¨¦n se remonta al mundo cl¨¢sico: ¡°Un rey se encuentra con su doble y le pregunta: ¡®?Trabaja tu madre en palacio?¡¯. Y el doble contesta: ¡®No, pero mi padre s¨ª¡±.
Dado que (afortunadamente) ya no se utiliza la orina como elemento esencial para dejar la ropa reluciente en una lavander¨ªa, como ocurr¨ªa en la Roma antigua, algunos chistes romanos resultan dif¨ªcilmente comprensibles como este: ¡°Un agarrado entr¨® en una lavander¨ªa y, como no pod¨ªa mear, se muri¨®¡±. Ni siquiera Mary Beard le encuentra un sentido l¨®gico y apunta esta explicaci¨®n: ¡°Como el taca?o no quer¨ªa dar bajo ning¨²n concepto su valiosa orina gratis la retuvo hasta que estall¨® la vejiga y muri¨®¡±.
Gracias a historiadores cl¨¢sicos como Dion Casio, pero tambi¨¦n a una recopilaci¨®n de chistes de la antig¨¹edad que ha sobrevivido, Philogelos (El amante de la risa), una recopilaci¨®n de 256 bromas de en torno al siglo V, sabemos que los romanos se re¨ªan de la alopecia, pero no de la ceguera, que hac¨ªan chistes sobre crucifixiones o parricidios y que emperadores como C¨®modo o Cal¨ªgula ten¨ªan un humor bastante siniestro. Suetonio ofrece un ejemplo del tipo de bromas que se gastaba este ¨²ltimo tirano: ¡°En uno de sus banquetes m¨¢s suntuosos de pronto le entraron grandes risotadas. Los c¨®nsules que estaban recostados junto a ¨¦l le preguntaron de qu¨¦ se re¨ªa. ¡®Tan solo de la idea de que, con un movimiento de cabeza m¨ªo, a los dos os degollar¨ªan al instante¡±. El humor era tambi¨¦n, como ahora, una cuesti¨®n de poder.
¡°Creo que el humor siempre tiene que ver, en parte, con el poder¡±, explica Mary Beard, de 67 a?os, en una entrevista por correo electr¨®nico. ¡°Se puede ver muy claramente en las bromas en torno al emperador. Los malos emperadores utilizaban la risa para humillar, como Cal¨ªgula en este caso. Los buenos emperadores disfrutaban de las bromas amistosas con su pueblo y pod¨ªan aceptar alguna broma con el esp¨ªritu adecuado. Pero la cosa va m¨¢s all¨¢. Al igual que nosotros, los romanos utilizaban el humor para clasificar a los extranjeros. Los habitantes de la ciudad de Abdera, por ejemplo, eran divertidamente est¨²pidos¡±.
Una de las cuestiones que plantea el libro, publicado originalmente en 2014 y basado en una serie de conferencias que Beard pronunci¨® en la universidad estadounidense de Berkeley (California) en 2008, es que estudiar la risa permite comprender la sociedad romana, aunque una parte de la poblaci¨®n ¡ªlos esclavos, pero tambi¨¦n, parcialmente, las mujeres¡ª se queda en un espacio de sombra. Y, a la vez, es un espejo en el que nos podemos mirar para estudiar nuestra propia sociedad.
En el ep¨ªlogo, la profesora y divulgadora del mundo cl¨¢sico rememora una conversaci¨®n en un caf¨¦ de Berkeley con un clasicista que le¨ªa desde que era estudiante, Erich Gruen, sobre muchos de los temas que trat¨® en sus conferencias. ¡°?Podr¨ªamos llegar alguna vez a encontrarle la gracia a un chiste de crucifixiones?, ?c¨®mo ser¨ªa una historia de la risa de la antig¨¹edad y c¨®mo encajar¨ªa en ella la romana?¡±, se preguntaba Beard. Y recuerda lo que le respondi¨® Gruen: ¡°Lo sorprendente de la risa romana no era su rareza, sino que dos mil a?os despu¨¦s, en un mundo radicalmente distinto, todav¨ªa podamos re¨ªrnos de algunos chistes que hac¨ªan que los romanos se partieran de risa. ?No es el principal problema la comprensibilidad de la risa romana y no lo contrario?¡±.
Preguntada sobre lo que nos pueden ense?ar los chistes sobre Roma, Beard responde: ¡°Lo que hace re¨ªr a las diferentes culturas nos lleva directamente a sus relaciones de poder y a sus ansiedades. A menudo me ha llamado la atenci¨®n la forma en que los romanos se re¨ªan de las cuestiones de identidad err¨®nea (?c¨®mo saber c¨®mo es alguien?), mucho m¨¢s que nosotros, aunque sigue siendo un elemento en algunas comedias. Estoy seguro de que su importancia en la cultura romana est¨¢ relacionada con un gran problema en un mundo sin documentos de identidad: ?c¨®mo se puede estar seguro de que alguien es quien dice ser? La risa tambi¨¦n te lleva a un mundo popular que rara vez se vislumbra. Parece, por ejemplo, que los romanos encontraban graciosa la calvicie, pero pensaban que era cruel re¨ªrse de los ciegos¡±.
Chistes de Lepe
Y sobre si los chistes antiguos siguen siendo graciosos, la profesora recuerda una broma que nos muestra que los romanos ten¨ªan sus propios chistes de Lepe o de belgas. ¡°Algunos lo son, pero no todos. Y aqu¨ª hay un problema: no siempre reconocemos los chistes romanos malos como chistes. Simplemente, los pasamos por alto. No puedo afirmar honestamente que muchos de ellos sean tronchantes, pero algunos pueden provocar una sonrisa. Me gusta mucho el del hombre de Abdera que se encuentra con un eunuco en la calle con una mujer. Le dice: ¡®Hola, esta debe ser su esposa¡¯... ¡®No¡¯, replica el eunuco, ¡®la gente como yo no tiene esposa¡¯. ¡®Bien¡¯, responde el tipo de Abdera al eunuco, ¡®entonces es tu hija¡±.
De todos los chistes que recoge en el libro, el m¨¢s extra?o y absurdo es tal vez el m¨¢s divertido: ¡°Un listillo, un calvo y un barbero que iban a de viaje acamparon en un lugar solitario. Acordaron que cada uno de ellos se quedar¨ªa despierto en turnos de cuatro horas para proteger el equipaje. Cuando le toc¨® al barbero hacer la primera guardia, para pasar el rato le afeit¨® la cabeza al listillo y, terminado su turno, lo despert¨®. Entonces, el listillo se rasc¨® la cabeza y se encontr¨® con que no ten¨ªa pelo. ¡®Pero qu¨¦ idiota es el barbero¡¯, dijo. ¡®Se ha equivocado y ha despertado al calvo en vez de a m¨ª¡±. Es un chiste que podr¨ªa haber aparecido en una pel¨ªcula de los hermanos Marx.
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