La arque¨®loga accidental que oy¨® caminar a Nefertiti
Se publica la hermosa cr¨®nica de excavaciones en Amarna de Mary Chubb, que trabaj¨® en el yacimiento egipcio con John Pendlebury, el h¨¦roe tuerto de Creta

No una, sino dos Nefertiti han pasado recientemente por mis manos ¡ªde lector¡ª. Poco despu¨¦s de La faraona oculta, la novela de Abraham Ju¨¢rez que se ha alzado con el premio de narrativas hist¨®ricas Edhasa, me he le¨ªdo tambi¨¦n Aqu¨ª vivi¨® Nefertiti (Alba, 2022), de Mary Chubb. Los dos libros coinciden no s¨®lo en que aparece en ambos la reina Nefertiti, que ya es tema, sino en que son obra de sendos outsiders del mundo acad¨¦mico y literario. En el caso de Ju¨¢rez, simple aficionado a la egiptolog¨ªa, su novela, la primera, se publica cuando el autor es ya un jubilado de banca de 67 a?os, mientras que Chubb (1903-2003), conocida como ¡°la arque¨®loga accidental¡±, no public¨® su deliciosa cr¨®nica de las excavaciones en los a?os treinta en la antigua ciudad fara¨®nica de Amarna ¡ªen las que participaba como secretaria¡ª hasta 1954. ¡°Hab¨ªa polvo por todas partes y yo agot¨¦ la ¨²ltima gota de champ¨²¡±, dice en uno de sus simp¨¢ticos pasajes.
La historia de Mary Chubb, que describ¨ªa ¡°el extra?o negocio de la arqueolog¨ªa¡± como ¡°esa forma de vivir al rev¨¦s¡±, es muy curiosa: consigui¨® un trabajo en la Egypt Exploration Society (EES) ¡ªfundada en 1882 por el arque¨®logo y orientalista Reginald Stuart Poole y Amelia Edwards, la abuela de la Egiptolog¨ªa¡ª s¨®lo para financiarse sus estudios de escultura en la Escuela de Arte de Londres y no porque le importara para nada el Antiguo Egipto. Pero el contacto casual con un objeto arqueol¨®gico, un trozo de azulejo esmaltado del que se desprendi¨® un reguerillo de arena, dispar¨® su inter¨¦s y se present¨® voluntaria para hacer de secretaria para todo de la misi¨®n de la sociedad en Tell el-Amarna, en el sitio de la abandonada capital del fara¨®n hereje Akenat¨®n. All¨ª, con 29 a?os, desarroll¨® su gusto por las antig¨¹edades egipcias y la arqueolog¨ªa hasta convertirse en un miembro indispensable del equipo que dirig¨ªa John Pendlebury, ese arque¨®logo aventurero tuerto que es uno de los personajes m¨¢s interesantes del siglo XX, y me quedo corto.
Pendlebury (1904-1941) excav¨® extensivamente en Tell el-Amarna durante siete a?os (a menudo, cuando se produc¨ªa un hallazgo interesante, al grito de ¡°?mi Majestad exige cerveza!¡±) pero su verdadera patria de adopci¨®n era Grecia. Fue conservador jefe de Cnossos en la estela de Evans y se dej¨® literalmente la vida en aras de su byronica helenofilia: enviado como vicec¨®nsul y agente encubierto a Creta, que conoc¨ªa como la palma de su mano, durante la Segunda Guerra Mundial para organizar a la guerrilla local de cara a la m¨¢s que previsible invasi¨®n nazi, los paracaidistas alemanes lo hirieron y luego lo fusilaron en mayo de 1941 durante el gran desembarco aerotransportado y la consiguiente batalla por la isla. Su tumba en Suda Bay, cerca de Canea, es un lugar de peregrinaci¨®n para los esp¨ªritus sensibles a las vidas rom¨¢nticas, yo incluido.

Mary Chubb, una mujer morena, peque?a (ella misma se describe como ¡°ni esbelta ni sofisticada¡±), inteligente y con un notable sentido del humor inspirado por su debilidad por Wodehouse (tambi¨¦n por H. G. Wells: es capaz de mencionar a los eloi y los morlock hablando de Akenat¨®n), trabaj¨® con Pendlebury en Tell el-Amarna durante dos campa?as (de noviembre de 1930 a febrero de 1931 y de octubre de 1931 a febrero de 1932) que en su libro aparecen fundidas en una sola. Luego, tras un viaje de placer a Grecia con los Pendlebury, la EES no la pudo contratar m¨¢s (siempre andaban mal de dinero: en eso la egiptolog¨ªa no ha cambiado nada) y el c¨¦lebre Henri Frankfort la reclut¨® para las excavaciones del Oriental Institute de la Universidad de Chicago en Tell Asmar (antigua Eshnunna), en Irak, sobre las que escribi¨® su otro libro memorial¨ªstico, City in the Sand (1957). De regreso a Gran Breta?a, en 1942 fue arrollada por un cami¨®n militar cuando iba en bicicleta y result¨® gravemente herida. A resultas del accidente perdi¨® una pierna. Dado que no pod¨ªa volver a las excavaciones, se puso a escribir. Ella misma explica que fue a partir de observar p¨¢jaros durante la convalecencia, algo que solo puede hac¨¦rnosla m¨¢s simp¨¢tica a¨²n. Envi¨® un art¨ªculo sobre birdwatching a Punch y se lo publicaron, as¨ª que sigui¨® escribiendo. Y surgi¨® Aqu¨ª vivi¨® Nefertiti, cuyo primer esbozo fue una colaboraci¨®n de 15 minutos en la radio en 1951.
El libro es absolutamente encantador y posee adem¨¢s el inter¨¦s de describir c¨®mo era una excavaci¨®n arqueol¨®gica en los a?os treinta, cuando el m¨¦todo cient¨ªfico a¨²n conviv¨ªa con algunas condiciones y actitudes de la edad heroica de la egiptolog¨ªa. En internet he encontrado unas viejas filmaciones de las campa?as, para quien quiera tener im¨¢genes de ese mundo. Chubb se incorpor¨® a la misi¨®n como eficiente secretaria del director (Pendlebury, el munir), pero acab¨® haciendo pr¨¢cticamente de todo, como ella misma enumera: escayolista, qu¨ªmica, enfermera, delineante, pintora, arque¨®loga, restauradora, carpintera y diplom¨¢tica. Incluso aport¨® ella el lema de la expedici¨®n: ¡°Infra dig¡±, excavar m¨¢s abajo, y profundizar.

Durante el largo viaje en barco hasta Egipto trat¨® de aprender ¨¢rabe, pero ¨²nicamente fue capaz de memorizar una palabra, albanafsaji, violeta, y, deplora ¡°no hay violetas en Tell el-Amarna¡± (precioso t¨ªtulo para un poema). Chubb ofrece en su libro unos datos sobre Akenat¨®n, su ¨¦poca y su capital (algunos hoy ya obsoletos) y recuerda que los expedicionarios, seis, entre ellos otra mujer, Hilda, la esposa de Pendlebury, eran herederos de una ya larga tradici¨®n de excavaciones en el sitio, incluidas las de Petrie y las de los alemanes (Ludwig Borchardt) que encontraron, y birlaron, el famoso busto de Nefertiti. De paso en El Cairo, la autora describe con mucha gracia su visita a la Gran Pir¨¢mide, que le result¨® una pesadilla al sufrir de claustrofobia, pero que realiza por pundonor, apretando los dientes, dici¨¦ndose que ¡°era improbable que la pir¨¢mide eligiera aquel martes por la tarde para derrumbarse¡±, y considerando: ¡°Si los dem¨¢s iban, yo tambi¨¦n¡±. Una de los nuestros Mary, efectivamente. Sintetiz¨® la experiencia afirmando que se sinti¨® ¡°como una pasa en un bizcocho gigante¡±.
Ya en el sitio arqueol¨®gico explica las precarias condiciones de alojamiento, el car¨¢cter y las indumentarias de sus compa?eros (Hillary lleva salacot y un rev¨®lver, John una capa cretense con capucha) y de los trabajadores locales que contratan; el peligro de las serpientes y escorpiones (Pendlebury se sienta encima de uno y lo pasa realmente mal) y la sorpresa ante los aullidos de los chacales, ¡°como almas en pena que vagaran por las ruinas, llorando por sus vidas y hogares perdidos¡±. La voz de Mary est¨¢ llena de humor e iron¨ªa, pero late en ella sobre todo una intensa emotividad que hace al libro ¨²nico. Poco a poco nos va sumergiendo en la emoci¨®n de la arqueolog¨ªa, el descubrir la sensaci¨®n ¨²nica de tener en las manos cosas que hasta entonces no hab¨ªa tocado nadie m¨¢s que alg¨²n s¨²bito de Akenat¨®n, ¡°alguien que¡±, se entusiasma, ¡°probablemente hab¨ªa visto al fara¨®n y a su esposa Nefertiti y a sus hijas paseando por la ciudad¡±.
Aparte de que algunos conocimientos de Amarna que se mencionan est¨¢n desfasados ¡ªhoy sabemos que Akenat¨®n y Nefertiti no eran hermanos¡ª hay varias cosas del libro de Chubb que pueden sorprender al lector que conozca a Pendlebury. Una es que no menciona la falta del ojo del arque¨®logo (lo perdi¨® de ni?o y llevaba uno de cristal), algo que curiosamente compart¨ªa con el busto de Nefertiti. La otra, que no describe la escena de una de las m¨¢s conocidas fotos de Pendlebury, el chocante retrato que se hizo en Tell el-Amarna con el torso desnudo y luciendo un gran collar fara¨®nico hallado en el yacimiento. Lo primero es posiblemente por una cuesti¨®n de decoro posteduardiano; lo segundo se explica f¨¢cilmente porque la imagen fue tomada en 1929, la campa?a antes de que acudiera Chubb.

Implic¨¢ndose cada vez m¨¢s en la excavaci¨®n, la joven explica que nunca se hab¨ªa sentido tan ¡°arenosa, polvorienta y entusiasmada¡±, una descripci¨®n exacta de la egiptolog¨ªa de campo. Siente ¡°una descarga el¨¦ctrica¡± cada vez que encuentra un amuleto y la cautiva la magia de Amarna, lo que la lleva a meterse en tumbas pese a su claustrofobia. En el sepulcro real, ¡°ignominioso y profanado¡±, observa las pinturas con escenas de la muerte de la princesa ni?a Meketat¨®n y se emociona: ¡°Todos estos murales estaban desconchados y tambi¨¦n destrozados como una evocaci¨®n de aquella pena lejana que de alguna manera perduraba en el aire mohoso¡±. La campa?a culmina con el hallazgo del maravilloso dintel de la casa de Hatiay, de lingotes de oro que hay que vigilar con el rev¨®lver desenfundado, y de una hermosa cabecita de escultura de estilo t¨ªpicamente amarniano y que encuentra la propia Mary. La joven y el equipo creen que representa a la princesa Ankesenpat¨®n (despu¨¦s Ankesenam¨®n), la hija de Akenat¨®n y Nefertiti y luego esposa y reina de Tutankam¨®n.
Aquella cabecita (hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York), se extas¨ªa Chubb, hab¨ªa estado olvidada en aquel lugar abrasado de Egipto ¡°mientras Troya ard¨ªa, Senaquerib saqueaba ciudades, la grandeza de Atenas llegaba a su cenit y se hund¨ªa; y all¨ª segu¨ªa cuando Harold cay¨® en Hastings, y el ¨²ltimo Plantagenet muri¨® en Bosworth Field¡±. Y, al pasear sola por las ruinas, impresionada por el hallazgo, llega el momento culminante del libro y de la vida de la autora: ¡°Un viento fr¨ªo vibr¨® un momento como el roce de una t¨²nica y un vestido¡ un susurro d¨¦bil, como el de unos pies ligeros con sandalias, hasta que dej¨® de o¨ªrse con la brisa. Entonces todo fue luz de luna y silencio: s¨®lo se o¨ªan los d¨¦biles y lejanos aullidos de los chacales, que parec¨ªan f¨²nebres lamentos de fantasmas, de la gente que, como la bella dama Nefertiti, vivi¨® en estos parajes¡±. Mary, Mary, ?ll¨¦vanos contigo!
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