Flores robadas para el h¨¦roe tuerto de Creta
Se cumplen 80 a?os de la muerte del arque¨®logo y oficial brit¨¢nico John Pendlebury a manos de los paracaidistas alemanes durante la invasi¨®n de la isla griega en 1941
El pasado 22 de mayo se cumplieron 80 a?os de la muerte en Creta a manos de paracaidistas alemanes cabreados del notable arque¨®logo John Pendlebury (1904-1941), que dirigi¨® excavaciones en Tell el-Amarna y en Cnosos. No es que los Fallschirmj?ger o los nazis tuvieran algo en contra de la arqueolog¨ªa ¡ªtodo lo contrario, como sabe cualquiera que haya seguido las aventuras de Indiana Jones; de hecho, Himmler, Goering y Goebbels practicaron el turismo en Micenas, por ejemplo, aunque ello no les hizo, desde luego, mejores personas¡ª. Es que Pendlebury, asombrosa mezcla de erudito y hombre de acci¨®n, y del que soy muy fan, hasta el punto que ya ver¨¢n, fue adem¨¢s capit¨¢n de Inteligencia brit¨¢nico y organizador de la correosa resistencia griega contra la invasi¨®n alemana de Creta en 1941, a la que combati¨® a tiro limpio codo a codo, imagino que a los sones de la askimandoura, la gaita cretense hecha con el est¨®mago de una oveja, junto a sus amigos andartes, guerrilleros, los Pendlebury thugs, entre los que se contaban gente tan brava y a evitar como los jefes de clanes Manolis Bandouvas, Giorgos Petrakogiorgos (!) o Antonis Grigorakis alias Satanas, Satan¨¢s, que se gan¨® el apodo ya de ni?o en la pila bautismal al tirar de las barbas del pope que le impart¨ªa el sacramento. Baste con decir que uno de los admiradores de Pendlebury era nada menos que el a su vez tan admirado Patrick Leigh Fermor, que lo conoci¨® en Creta, precisamente, poco antes de que lo mataran; la impresi¨®n le dur¨® toda la vida (y eso que muri¨® con 96 a?os, el jueves hizo, ay, 10 a?os).
Seg¨²n una de las muchas leyendas que los cretenses, como suelen hacer, acu?aron en torno a Pendlebury, Hitler no pod¨ªa conciliar el sue?o hasta que le trajeran el ojo de cristal que el brit¨¢nico llevaba en la cuenca izquierda desde que perdi¨® de ni?o el original y que le daba un aire tan caracter¨ªstico, como de bizco raro. En su biograf¨ªa de referencia The Rash Adventurer (Libri, 2007), el aventurero temerario u osado ¡ªcon pr¨®logo de Paddy, por cierto, que le describe como un ¡°wonderfully buccaner¡±¨D, Imogen Grundon explica que no se sabe muy bien c¨®mo se desgraci¨® el globo ocular Pendlebury: sus padres lo dejaron un par de d¨ªas con unos familiares cuando ten¨ªa dos a?os y al regresar estaba as¨ª, tuerto, el ni?o. Una versi¨®n apunta a que se clav¨® accidentalmente un l¨¢piz, a lo David Bowie; otra, que se lo hizo al meterse en un arbusto con espinas.
Quiz¨¢ ese rasgo que lo identificaba con piratas y h¨¦roes m¨ªticos de un solo ojo como Horacio Cocles (¡°And how can man die better / Than facing fearful odds, / For the ashes of his fathers, / And the temples of his gods¡±) contribuy¨® a forjar su car¨¢cter de aventurero rom¨¢ntico, valiente y, como dicen los anglosajones, swashbuckler, atl¨¦tico, algo fanfarr¨®n y h¨¢bil con la espada. Por cierto, Pendlebury era un gran esgrimista: hay una foto memorable que le muestra haciendo un fondo como para escacharrarte los abductores en 1931 en la terraza de Villa Ariadna, la legendaria residencia de sir Arthur Evans y los subsiguientes directores de excavaciones en Cnosos.
Tambi¨¦n le gustaba disfrazarse, como a Paddy y a Lord Byron, que era el modelo de ambos. Sol¨ªa vestirse de kapetano (l¨ªder de banda) cretense: pantalones de montar oscuros, chaleco sobre camisa blanca, capa con capucha y los bordes bordados en negro pespunteado de rojo, botas altas blancas y pa?uelo negro, el mavromantili, enrollado en la cabeza a la manera local. Nunca abandonaba su bast¨®n estoque y siempre cargaba daga y rev¨®lver. En otra foto famosa, en las ruinas de Amarna, posa exhibicionista con el p¨¢lido torso desnudo y un espectacular collar de cuentas desenterrado que le da un imposible aire de fara¨®n de Myfair.
Se cuenta en la isla que los paracaidistas y los miembros del Sonderkomando von K¨¹nsberg, la unidad especial enviada para capturar documentos secretos, revolvieron macabramente las tumbas de los ca¨ªdos en la lucha hundiendo los dedos en los gelatinosos ojos de los cad¨¢veres hasta dar con el cuerpo del temido oficial brit¨¢nico. Se dice tambi¨¦n que, al hallarlo y exhumarlo, un agente de la Gestapo llamado Hartmann lo apoy¨® en una pared y lo acribill¨® con su pistola para poder alardear de que hab¨ªa disparado contra el c¨¦lebre Pendlebury. El hombre deb¨ªa estar hecho ya un colador, pues el relato m¨¢s cre¨ªble de lo que le pas¨® al arque¨®logo y militar en aquellas horas confusas y violentas de la lucha por Creta ¡ªy que es al que da cr¨¦dito Antony Beevor en su can¨®nico libro sobre la batalla (Creta, Cr¨ªtica 2006)¡ª establece que tras ser malherido en los combates en la Puerta Chania de Heracli¨®n (la Puerta de San Romano cretense: los h¨¦roes siempre est¨¢n en las puertas de las murallas) los paracaidistas lo sacaron de la cama en que yac¨ªa y lo fusilaron contra un muro. No est¨¢ claro si fue porque lo reconocieron y le ten¨ªan ganas o porque lo consideraron un franc- tireur de los que les hab¨ªan disparado mientras estaban colgados indefensos en el aire (Pendlebury iba tras ser herido sin uniforme, con una camisa de civil). O simplemente porque estaban de mala hostia, cosa relativamente comprensible cuando te han aniquilado la primera oleada de ataque ya en el cielo (por lo visto, a los paracaidistas hab¨ªa que apuntarles a las botas y as¨ª seguro que te los cargabas), est¨¢s muerto de sed y has visto a algunos camaradas mutilados salvajemente entre los olivos por los civiles cretenses, incluidos monjes como el padre Stylianos Frantzeskakis, lanzados a la guerra al cuchillo en la m¨¢s pura tradici¨®n goyesca.
Pendlebury estuvo demediado entre Egipto y Grecia hasta que finalmente se volc¨® en esta. Su filohelenismo se manifest¨® en su pasi¨®n por el Egeo, Creta y los cretenses. Gran deportista (en Cambridge compiti¨® en atletismo con varios de los personajes reales de Carros de fuego), recorri¨® incansable la isla, de arriba abajo paso a paso, patousia me patousia, como dicen all¨ª, buscando yacimientos arqueol¨®gicos y sobre todo siendo inmensamente libre y feliz en sus excursiones, que le proporcionaron un conocimiento excepcional del terreno y una intimidad extraordinaria con las gentes del lugar.
Casado con una mujer 13 a?os mayor que ¨¦l, Hilda White, y padre de dos hijos, Pendlebury, amante de lo salvaje y remoto, no se contentaba con la vida familiar y acad¨¦mica: se ve¨ªa como un explorador, en continuo movimiento. Cuando estall¨® la Segunda Guerra Mundial, el arque¨®logo se reconvirti¨® de manera entusiasta en soldado y agente. Ofreci¨® sus servicios y conocimientos al ej¨¦rcito brit¨¢nico, que con la amplitud de visi¨®n que caracteriza a los militares lo destinaron a caballer¨ªa. Luego se dieron cuenta de lo ¨²til que pod¨ªa ser en Creta como una especie de Lawrence de Arabia isle?o organizando a los paisanos contra la invasi¨®n alemana, que todo el mundo sab¨ªa que acabar¨ªa produci¨¦ndose. Lo reclutaron los servicios secretos y le dieron el rango de capit¨¢n y una cobertura como vicec¨®nsul. Particip¨® en algunas audaces misiones de comandos contra las islas italianas del Dodecaneso. En una ocasi¨®n, dej¨® un saco en el porche del consulado en Canea; al preguntarle el c¨®nsul qu¨¦ conten¨ªa, contesto: ¡°Oh, nada, granadas de mano¡±. ¡°?Pero eso es peligroso!¡±, se alarm¨® el diplom¨¢tico. ¡°Solo si les da mucho el sol¡±, respondi¨®.
Cuando empezaron a llover paracaidistas el 20 de mayo de 1941, Pendlebury corri¨® con sus irregulares cretenses a uno de los sitios m¨¢s calientes de la lucha, y all¨ª fue herido. Es dif¨ªcil decir qu¨¦ hubiera hecho nuestro hombre de sobrevivir a la batalla. Probablemente se hubiera quedado emboscado en las monta?as de Creta convirti¨¦ndose en una pesadilla para los ocupantes, el Minotauro de su laberinto de resistentes. All¨ª habr¨ªa recibido a Paddy y qui¨¦n sabe si hubiera montado con ¨¦l el famoso secuestro del general Kreipe o algo a¨²n m¨¢s audaz¡
Dec¨ªa que se han cumplido 80 a?os de la muerte de Pendlebury y yo, que acostumbro a llegar siempre tarde a todo, esta vez he llegado antes. No he podido viajar a Creta para homenajear como se merece al h¨¦roe en su aniversario, pero resulta que ya lo hice por anticipado en 2019 y (por pura casualidad) precisamente un 22 de mayo, el d¨ªa del deceso. No soy ni mucho menos la ¨²nica persona que conozco que ha tenido el detalle de visitar la sepultura de Pendlebury en el cementerio militar de Suda Bay, cerca de Chania (Canea). De hecho, somos casi legi¨®n esos nuevos Pendlebury thugs ¡ªmenos belicosos que los originales pero igualmente apasionados¡ª entre los que se cuentan la escritora Mar¨ªa Belmonte y el arque¨®logo ?ngel Carlos P¨¦rez Aguayo, que por cierto se est¨¢ encargando de la edici¨®n cient¨ªfica de la traducci¨®n al castellano de la estupenda gu¨ªa del Palacio de Minos en Cnosos de Pendlebury (con pr¨®logo de Evans), la primera obra que se va a publicar en nuestro pa¨ªs del personaje (en Confluencias).
Tengo muy fresca la visita a Pendlebury porque viajaba con unos amigos que andaban ya muy mosqueados con el itinerario supuestamente improvisado por el que les iba llevando y que casualmente conduc¨ªa por todos los escenarios de la Segunda Guerra Mundial en Creta, incluida la famosa curva en que Paddy secuestr¨® a Kreipe (y que merece cr¨®nica aparte), el ¨¦pico cementerio de los paracaidistas alemanes sobre el disputado aeropuerto de Maleme y el hoy suburbial cruce en G¨¢latas donde los maor¨ªes del 18? batall¨®n de Nueva Zelanda les montaron una inolvidable harka a los paracaidistas de Ramcke y a las tropas de monta?a del coronel Utz antes de cargar contra ellos.
¡°Vale, te acompa?amos al cementerio a tu performance, pero ve rapidito¡±, estableci¨® Gemma. Consciente de que dispon¨ªa de poco margen, ingres¨¦ en el bonito camposanto aliado a la carrera y trat¨¦ de localizar de un vistazo la tumba de Pendlebury. Pero no ten¨ªa ni idea de d¨®nde se encontraba y las 1.500 tumbas de soldados de la Commonwealth, sobrevoladas por bandadas de vencejos como Meserschsmitts, me parec¨ªan todas iguales. Vi a lo lejos a un sepulturero con camisa blanca y aire fiero de andartes y le grit¨¦, ¡°?Zito Hellas!, viva Grecia, ??Pendlebury?!¡±, mientras me tapaba un ojo. Se?al¨® con un amplio movimiento de la mano una zona a la izquierda y sigui¨® a lo suyo. Fui recorriendo l¨¢pidas blancas y nombres, hasta que de milagro di con la que buscaba. ¡°Captain J. D. S. Pendlebury, General List, 22 may 1941, age 36, He has outsoared the shadow of our night¡±. Ca¨ª sobre el c¨¦sped de rodillas de la emoci¨®n y tras depositar unas flores que hab¨ªa cogido prestadas de la tumba vecina de un an¨®nimo piloto de la RAF proced¨ª a tomar un pu?ado de tierra como reliquia. Trat¨¦ de imaginar c¨®mo estar¨ªa all¨¢ abajo el h¨¦roe despu¨¦s de tantas vicisitudes y si llevar¨ªa ropa griega. No me dio tiempo a mucho m¨¢s, dado que ya me reclamaban mis compa?eros, inquietos por d¨®nde cenar¨ªamos. Ah¨ª queda la referencia de la tumba para quien quiera visitarla y rendir tributo al corajudo Pendlebury: 115317, Grave ref 10.E.13.
¡°He has outsoared the shadow of our night¡±, super¨® la sombra de nuestra noche. Una hermosa cita (de Shelley, de la eleg¨ªa a Keats, Adonais) para el hombre que excav¨® el pasado y tomando en sus manos el destino de los cretenses como Lawrence el de los ¨¢rabes no dud¨® en mirar cara a cara la muerte con su ¨²nico ojo. Pendlebury, el valiente c¨ªclope ingl¨¦s, esp¨ªritu definitivamente libre y omnipresente en la indome?able belleza agreste de Creta.
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