Joaqu¨ªn Sorolla y Esteban Vicente: c¨®mo convertir la pasi¨®n por los jardines en luz para su arte
Una de las exposiciones del verano confronta a dos artistas que no se conocieron pero compart¨ªan su gusto por la vegetaci¨®n como fuente inspiradora
Cuando Claude Monet (1840-1926) estaba en sus ¨²ltimos a?os de vida, confes¨® que se hab¨ªa convertido en artista gracias a las flores. Jardinero y horticultor entregado, los cuadros de paisajes del gran pope del impresionismo son un ejemplo de experimentaci¨®n que despu¨¦s servir¨ªa de inspiraci¨®n para los dem¨¢s impresionistas, los posimpresionistas y las vanguardistas de principios del siglo XX. En jardines salvajes o perfectamente delineados se metieron, literalmente, Paul Klee, Emil Nolde, Gustav Klimt, Vassily Kandinsky o Henri Matisse.
En Espa?a hubo una peque?a pero espectacular lista de nombres que asombraron al mundo a ambos lados del Atl¨¢ntico. Fueron Joaqu¨ªn Sorolla, Esteban Vicente, Joaqu¨ªn Mir y Santiago Rusi?ol. Los dos primeros, Sorolla y Vicente, un impresionista y un expresionista abstracto, protagonizan A la luz del jard¨ªn, una de las grandes exposiciones del verano, en la que puede verse c¨®mo dos artistas que no llegaron a conocerse compartieron una misma manera de desentra?ar la luz entre el verdor de sus paisajes particulares. La muestra se abre al p¨²blico este viernes en el Museo de Arte Contempor¨¢neo Esteban Vicente de Segovia, con entrada gratuita, y permanecer¨¢ abierta hasta el 2 de octubre. En Nueva York, la ciudad en la que Vicente consigui¨® el reconocimiento y el ¨¦xito internacional, se celebrar¨¢ una exposici¨®n similar en el Parrish Art Museum, del 7 de agosto al 16 de octubre.
La directora conservadora del museo segoviano, Ana Dold¨¢n de C¨¢ceres, es tambi¨¦n la comisaria de una exposici¨®n ideada en 2019, pero que, como tantas cosas, se vio aplazada por la pandemia. Ella asegura que nada ha mermado el proyecto original y las 80 obras que cuelgan en las salas arman un concepto expositivo con el que se describe c¨®mo ambos, con diferentes formas de expresi¨®n, indagaron en los mismos escenarios (los jardines) para extraer luz con la que retar al tiempo. El grueso de los cuadros procede del propio museo, depositario del legado del artista que por su actividad republicana se march¨® de Espa?a en 1939. Instalado en Nueva York, obtuvo en 1940 la nacionalidad estadounidense. El museo ha completado el discurso con numerosos pr¨¦stamos de colecciones p¨²blicas y privadas y ha tenido la colaboraci¨®n especial del Museo Sorolla, de Madrid, que ha prestado las siete obras de jardines que sirven de eje central de la exposici¨®n y para las que se ha creado un montaje diferencial, jugando con diferentes tonos de rosa.
Aunque eran muchos los pintores que disfrutaban experimentando en sus propios jardines, no todos se ara?aban las manos arrancando malas hierbas o abriendo huecos para depositar las semillas. De Monet se cuenta que sab¨ªa todo sobre la jardiner¨ªa y que sus instrucciones llegaron a ser seguidas por nada menos que seis jardineros. Sorolla, muy exitoso y ocupado, compr¨® en 1905 el solar del paseo del General Mart¨ªnez Campos de Madrid donde construy¨® su casa, su estudio y un espectacular jard¨ªn que se cre¨® siguiendo las indicaciones estrictas de ¨¦l. Debido a sus m¨²ltiples viajes, muchas veces enviaba las indicaciones por escrito a su esposa, Clotilde Garc¨ªa del Castillo, tambi¨¦n amante devota de un jard¨ªn dividido en tres espacios y con un patio andaluz al estilo neoespa?ol.
Los cuadros de Sorolla que acompa?an a los de Esteban Vicente fueron pintados durante el ¨²ltimo per¨ªodo de su vida. ¡°Sorolla hizo del jard¨ªn¡±, afirma la comisaria, ¡°una obra de arte en s¨ª misma. Arte y Naturaleza se funden en su particular para¨ªso, un lugar de inspiraci¨®n que empez¨® a plantar en 1911 y que desde 1916 no dej¨® de pintar. Tanto como tem¨¢tica ¨²nica y principal o como escenario ante el que posaban sus personajes retratados¡±. Los siete lienzos que aqu¨ª se exponen est¨¢n fechados entre 1916 y 1919.
Las rosas, lirios, alhel¨ªes, calas, adelfas y geranios de todos los colores aparecen en sus ¨®leos, reconocibles entre grandes masas de color o como protagonistas en forma de lilo, lirio o pensamiento. ¡°Le interesa el color, la luz y la atm¨®sfera¡±, se?ala Dold¨¢n. ¡°Se advierte un cierto camino hacia la abstracci¨®n. Son cuadros realizados en una sola sesi¨®n. Sentado en el jard¨ªn, obligado por la enfermedad, a veces remataba el trabajo en menos de dos horas¡±.
Cuando Sorolla fallece, en 1923, Esteban Vicente ten¨ªa 20 a?os y hab¨ªa dejado su Tur¨¦gano (Segovia) natal. En Par¨ªs conect¨® con las vanguardias europeas y con Matisse. Despu¨¦s de la guerra, cuando ¨¦l colabora pintando camuflajes para los republicanos, acaba instal¨¢ndose en Estados Unidos y volviendo plenamente a la pintura.
La pasi¨®n de Vicente por los jardines le ven¨ªa de muy ni?o. El ¨¦xito obtenido al cosechar alpiste en un tiesto, le llev¨® a lanzarse al cultivo de las rosas. Entre los recuerdos m¨¢s gratificantes de su vida se?alaba c¨®mo vio crecer una rosa sembrada por ¨¦l y descubrir las espinas de sus hojas. A partir de entonces, en cuanto dispon¨ªa de un poco de tierra, cavaba un hoyo y sembraba sus plantas.
Su gran obra paisaj¨ªstica lleg¨® cuando pudo crear su propio jard¨ªn. Ocurri¨® en 1961, de la mano de su tercera esposa, Harriet Godfried, con la que compr¨® una granja de estilo colonial y 8.000 metros cuadrados en Bridgehampton, en Long Island. La comisaria cuenta que ese jard¨ªn se convirti¨® en campo de color ¡°porque la naturaleza era fuente indispensable para Vicente, una experiencia sensorial que rescat¨® en sus pinturas para darle un sentido de sosiego y armon¨ªa m¨ªstica a sus pinturas. La mirada del artista se centra en el jard¨ªn, en unas masas de color fruto de la infinidad de plantas que plantaba en un mismo espacio de un mismo tono. Son campos de amarillos, blancos, malvas o fucsia que traslada a sus pinturas¡±.
Dold¨¢n recuerda que Vicente no pintaba al aire libre como los impresionistas. Lo hac¨ªa en el granero que utilizaba como estudio, alternando la pistola difusora de color y, a veces, los pinceles. El jard¨ªn fue cuidado y mimado hasta en sus detalles m¨¢s nimios hasta el ¨²ltimo momento. A su muerte, el 10 de enero de 2001, poco antes de cumplir 98 a?os, el cuidado qued¨® en manos de su esposa. A la muerte de ella, ambos hicieron un ¨²ltimo viaje hasta el jard¨ªn de su museo segoviano, donde descansan sus restos. Alrededor de un monolito se agolpan flores que quieren resucitar lo que fue el jard¨ªn de Bridgehampton.
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