El reverso tenebroso del verano
Atascos, ciudades desiertas, salmonelosis, aeropuertos colapsados, insolaciones, monstruos marinos, ¡®trabacaciones¡¯, arena entre los dedos de los pies... La estaci¨®n m¨¢s esperada del a?o tambi¨¦n tiene su faceta oscura
El olor a crema solar. El chiringuito. Ba?arse en la poza del r¨ªo. Recordar la infancia. Los flujos del deseo. Ponerse triste al final. No en todos los planetas hay verano, se debe a la inclinaci¨®n del eje de la Tierra, generada por las condiciones de formaci¨®n del planeta. As¨ª, la astrof¨ªsica precede a Georgie Dann, que nos dej¨® hace unos meses. Pero los humanos llenamos esta circunstancia azarosa de un imaginario propio. Porque en verano buena parte de la poblaci¨®n tiene vacaciones, y eso es lo que le confiere su aura m¨ªtica... y sus absurdos m¨¢s profundos.
La sociedad playoc¨¦ntrica
La obsesi¨®n por la playa: tal vez el lugar m¨¢s deseado por el asalariado medio, pero, al mismo tiempo, un lugar objetivamente inc¨®modo y peligroso. En la playa la arena se introduce en todos los pliegues del cuerpo, el viento cierra los ojos, los reflejos del sol deslumbran. La mente es atenazada por el aburrimiento total, que obliga a leer los art¨ªculos veraniegos de los peri¨®dicos. Amenaza el melanoma, el kraken oculto entre las olas, la salmonelosis en el almuerzo. En una playa demasiado calurosa el protagonista de El extranjero, de Albert Camus, asesina fr¨ªamente a un hombre, como si tal cosa. No es para menos.
La reportera Mar¨ªa Paredes, de 37 a?os, se fue de vacaciones a Menorca algunos d¨ªas despu¨¦s de hacer un reportaje sobre las picaduras de medusa y la plaga de peligrosas carabelas portuguesas que invad¨ªa la costa balear. Como discut¨ªa con su pareja, se fue a hacer esn¨®rquel para liberar la mente: ¡°Quiz¨¢s podr¨ªa ver alg¨²n pececillo que me alegrara el d¨ªa¡±, recuerda.
Se alej¨® de la orilla en una cala serpenteante y recoleta, buceando, buceando, lleg¨® a un lugar donde el azul del agua se volvi¨® negro. ¡°Hab¨ªa salido a mar abierto, de pronto sent¨ªa un fuerte oleaje y estaba en mitad de la mism¨ªsima nada, a tomar por saco de la orilla. Lo que era peor, sin que nadie supiera que yo estaba all¨ª¡±, cuenta. A los pocos segundos sinti¨® el peor dolor que hubiera padecido, como si le estuvieran dando descargas el¨¦ctricas en el pecho, la espalda y el tobillo, en lo que parece un cuento de terror. Le hab¨ªan picado las medusas, abundantemente. Gracias a otro nadador pudo salir por un costado de la cala. En la arena su novio, tan tranquilo, la mir¨® con desd¨¦n: ¡°?Pero por d¨®nde se te ha ocurrido irte?¡±. Son cosas que pasan en la playa, en verano, una versi¨®n a nivel usuario de la pel¨ªcula Tibur¨®n, tal vez el m¨¢s c¨¦lebre retrato de los horrores que puede esconder el est¨ªo bajo su dorada superficie.
Hace no muchas d¨¦cadas la orilla del mar era un lugar solo transitado por rudos marineros de piel curtida y por locos, en el que encallaban las ballenas, los barcos, los cad¨¢veres. Pero hubo en momento, en la bisagra entre el s. XIX y el XX, en el que la playa pas¨® de ser amenazante a volverse distinguida y luminosa, frecuentada por la burgues¨ªa y la m¨¢s fina aristocracia. Coco Chanel hizo mucho por difundir el gusto por la piel bronceada, que antes era propia de piratas y jornaleros. Las clases pudientes buscaban los beneficios del litoral en la salud y la paz en el esp¨ªritu. As¨ª pintaron la playa Sorolla y algunos impresionistas: apacible, fresca, et¨¦rea, elegante. Con el tiempo, la extensi¨®n de las vacaciones a mayores sectores de la poblaci¨®n, la emergencia de la clase media o la democratizaci¨®n del turismo, la sociedad deriv¨® en playoc¨¦ntrica.
La sociedad playoc¨¦ntrica es la que pone la playa en el centro. La gente espera las vacaciones para ir a la playa. La gente quiere ganar la loter¨ªa para ir a la playa. La gente va a la playa, se hace fotos y las pone en Instagram. No es nuevo, la fascinaci¨®n tambi¨¦n cegaba a Paco Mart¨ªnez Soria en El turismo es un gran invento. Es como si el Jard¨ªn del Ed¨¦n hubiera sido en realidad una playa de la que fuimos expulsados y a la que siempre queremos volver. Pero muchas personas son disidentes del playocentrismo y van a la playa a disgusto, manifiesto o no: sufren en silencio los horrores playeros solo para complacer a sus acompa?antes o porque, al fin y al cabo, ir a la playa es lo que toca. Lo normativo, en lenguaje contempor¨¢neo.
Ahora lo que encalla en la playa no son los cad¨¢veres de los n¨¢ufragos (excepto los de las pateras) sino los cuerpos de los turistas, que, comprobamos, no se parecen tanto a la anatom¨ªa praxiteliana de la publicidad como a los cuerpos mundanos del porno amateur. Algunos artistas, como el fot¨®grafo brit¨¢nico Martin Parr, han retratado el costumbrismo fluorescente de las playas vacacionales, el rid¨ªculo del para¨ªso anhelado convertido en un lugar abarrotado de sombrillas, colchonetas hinchables y contribuyentes, en cuya homogeneidad nos vemos reflejados.
Rebeli¨®n en el aeropuerto
Para llegar a los lugares de veraneo es preciso desplazarse, lo que provoca algunos de los eventos m¨¢s traum¨¢ticos del periodo vacacional. Por ejemplo, los atascos a las salidas de las ciudades cuando se da la se?al para escapar o, lo que es m¨¢s triste, el embotellamiento que espera a la vuelta y tras el cual ni siquiera hay un horizonte luminoso, sino la vuelta a la rutina gris.
En su relato La autopista del sur, Julio Cort¨¢zar imaginaba un atasco a la entrada de Par¨ªs, bajo el aplastante calor del verano, en el que la ciudadan¨ªa atrapada se acostumbraba a vivir d¨ªa tras d¨ªa, porque el atasco no se acababa nunca. All¨ª se formaba una sociedad en miniatura, donde el comportamiento humano, llevado a situaciones extremas, revelaba su verdadera naturaleza. Hay sed, hambre, enfermedad, un suicidio. A veces, en verano, cuando el tr¨¢fico colapsa, tememos habernos metido entre las neuronas del enorme cronopio. En el cuento, cuando el embotellamiento por fin termina, la vida de los protagonistas contin¨²a como si nada hubiera pasado, igual que acaban las vacaciones y vuelve la rutina.
No son las autopistas los ¨²nicos lugares asociados al transporte donde se dan escenas tremendas en verano. Los aeropuertos ya son de por s¨ª lugares inquietantes: de no lugares los calific¨® el antrop¨®logo Marc Aug¨¦, espacios cl¨®nicos y as¨¦pticos con los que es pr¨¢cticamente imposible establecer una relaci¨®n emocional. A veces, en ellos se l¨ªa parda, como en la pel¨ªcula Aeropuerto. Una parte no desde?able de la poblaci¨®n tiene un miedo irracional, aunque comprensible, a montarse en una m¨¢quina alada que, empujada por motores a reacci¨®n, viaja a 10 kil¨®metros de altura, rompiendo la maldici¨®n de ?caro. Son 2,5 millones de espa?oles, un 5% de la poblaci¨®n, seg¨²n el Instituto Nacional de Estad¨ªstica (INE).
La profesora Gema Estudillo iba de viaje a Catania, Italia. Tras dos intentos fallidos de aterrizaje se dirigieron al aeropuerto de Calabria, atravesando una tormenta en el estrecho de Mesina. Aquello parec¨ªa la comedia absurda Aterriza como puedas. ¡°Todos saltando, la gente vomitando, una rezando Madonna m¨ªa, al de al lado le dio un s¨ªncope y le tuvieron que tumbar¡±, cuenta entre divertida y horrorizada. El aeropuerto de Calabria tambi¨¦n estaba cerrado, as¨ª que se dirigieron a Lamezzia (a tres horas). ¡°La azafata miraba a la otra azafata con cara de miedo, las turbulencias eran toboganes, el capit¨¢n mete el turbo y nos quedamos pegados al respaldo del asiento, alguien grita, no tienen gasolina... yo me meto un lexatin en la boca, sin agua ni nada¡±. Finalmente, salvaron el pellejo, aterrizaron, como casi siempre. Nunca olvidemos que el avi¨®n, seg¨²n todas las estad¨ªsticas, es el medio de transporte m¨¢s seguro que existe.
Pero los mayores terrores se dan en tierra, en esas im¨¢genes mil veces repetidas en los informativos: turistas con sus sue?os rotos por odiosos retrasos y cancelaciones. Iban a un resort todo incluido y se han quedado durmiendo en un banco donde la puerta de embarque, apoyando las piernas en una monta?a de equipaje que ya no sirve para nada. Los que est¨¢n despiertos hablan a las c¨¢maras con una ira inusitada, casi revolucionaria, e increpan a los trabajadores de la aerol¨ªnea como quien lincha a un monarca del siglo XIX. El calor nos hace m¨¢s agresivos, seg¨²n ha encontrado el psic¨®logo Craig A. Anderson, de la Universidad de Iowa. Y con las vacaciones de la gente no se juega.
La pel¨ªcula La terminal, protagonizada por Tom Hanks, recrea una situaci¨®n similar en la que, por diferentes razones, una persona se queda atrapada en un aeropuerto. Estaba inspirada en la historia real de Mehran Karimi Nasseri, un refugiado iran¨ª que, incapaz de conseguir asilo en Europa, vivi¨® durante dos d¨¦cadas en el aeropuerto Charles de Gaulle de Par¨ªs. No es extra?o, por lo dem¨¢s, que las personas sin hogar se asienten en estos lugares con electricidad, seguridad, calor y agua corriente. Algo bueno ten¨ªan que tener, aunque para pagar un caf¨¦ con leche y cruas¨¢n te pidan un ri?¨®n.
Quedarse en casa
Hay quien no sufre atascos en autopistas ni estancamientos, pero porque no sale de su ciudad. Les sucede a aquellos chavales de familia trabajadora en la pel¨ªcula Barrio de Fernando Le¨®n de Aranoa, que no ten¨ªan m¨¢s que hacer en el est¨ªo que haraganear por descampados de extrarradio y ver la playa a trav¨¦s del informativo de Mat¨ªas Prats. A uno de ellos le tocaba una flamante moto acu¨¢tica en un sorteo... pero no le quedaba otro remedio que atarla a una farola del barrio, generando una de las im¨¢genes ic¨®nicas del cine patrio. Muchas ciudades se transforman en verano en un espacio fantasmal, donde todo sucede al ralent¨ª, como si la vida se hubiera ido a otra parte... visto desde el ajetreo actual, no parece tan mal plan. Pero, aun as¨ª, quedarse en casa, por no tener recursos o por no tener vacaciones, es otro de los grandes terrores estivales. Mientras, vemos en Instagram las piernas de nuestros amigos, que parecen frankfurts al sol. ¡°Aqu¨ª, sufriendo¡±, postean con inquina. As¨ª pasaba en la canci¨®n La playa, de Los Planetas, cuyo narrador se quedaba muerto de celos mientras su pareja se iba a la costa con las amigas: ¡°Y no me llamaste ni una sola vez¡±.
¡°Estuve una semana ingresada por salmonelosis, en verano de 2019¡å, recuerda Carolina ?lvarez, profesora de Cl¨¢sicas y bajista de la banda punk Estrogenuinas. Y no fue en el chiringuito de la playa, sino en su ciudad habitual, Salamanca. Siente cercanos aquellos v¨®mitos y diarreas, la p¨¦rdida de seis kilos de peso, fiebres y taquicardia por deshidrataci¨®n. ¡°Cagu¨¦ verde durante semanas¡±, a?ade. Ingresaron a 20 personas porque la bacteria lleg¨® a la sangre, y ?lvarez tuvo insuficiencia renal. ¡°Cuando en el hospital me preguntaron si no me llam¨® la atenci¨®n el mal sabor del pincho, les dije que no era muy distinto al de otros pinchos de Salamanca¡±, recuerda la afectada. ¡°Me jodieron el verano¡±.
Hay un equivalente existencial a quedarse en casa en estos meses: cumplir a?os en verano. ¡°A ver, es una mierda muy grande que tu cumplea?os sea en verano¡±, dice Noelia Due?as, que trabaja en Recursos Humanos y tiene 40 reci¨¦n cumplidos. Seg¨²n su escalofriante relato, siempre se ha perdido eso de llevar las chucher¨ªas al colegio, o las meriendas en casa de los amigos a base de bocatas de Nocilla. ¡°Me invitaban a sus fiestas y yo nunca pude devolverles la invitaci¨®n. Cuando era mi cumple no quedaba nadie con quien celebrar¡±, se?ala compungida. Ya de mayor, las amigas se juntaban para reunir dinero, comprar regalos, organizar una cena, salir de fiesta por ah¨ª... ¡°Pero llegaba mi cumplea?os y no hab¨ªa ni regalo, ni cena ni fiest¨®n¡±, concluye la perjudicada. ¡°Ni siquiera llamaban para felicitar¡±.
Trabajar en verano, en los t¨ªpicos trabajos estacionales que tanto alivian el desempleo espa?ol, tambi¨¦n tiene su enjundia. ¡°Mi peor verano fue trabajando en un hotel de Salou, disfrazada de china, de rollo tex-mex o de gondolera para acompa?ar la comida barata del buf¨¦¡±, relata la qu¨ªmica In¨¦s Rodr¨ªguez Garc¨ªa, de 45 a?os, ¡°las condiciones laborales eran buenas sobre el papel, pero esclavistas en la pr¨¢ctica¡±. A un compa?ero turco le sangraban los pies de tanto estar de pie. ¡°Luego la gente se drogaba mucho, para desconectar¡±, a?ade. Tan malas son las condiciones en ciertos sectores veraniegos que este a?o est¨¢ siendo dif¨ªcil encontrar trabajadores: la gente tiene un l¨ªmite.
Otra perversi¨®n moderna de lo vacacional es el concepto de trabacaciones (trabajo y vacaciones), que es una especie de s¨ªntesis hegeliana que concilia a los contrarios y los supera. O, m¨¢s bien, una estafa, porque se entiende que el sentido de las vacaciones es que no se trabaja. Las trabacaciones, seg¨²n el glosario contempor¨¢neo, ser¨ªan esos periodos donde uno se va de vacaciones, pero en los que, gracias a la tecnolog¨ªa (y salt¨¢ndose el derecho a la desconexi¨®n), puede seguir trabajando con un ordenador conectado a internet. As¨ª, ahora que las fronteras entre el trabajo y el ocio se difuminan cada vez m¨¢s, proliferan los hoteles con salas de coworking: hay quien suelta el daiquiri en la piscina para, perlado de cloro, irse a mirar un ratito en el ordenador una tabla de Excel con el Tour de Francia de fondo.
Y aunque uno sobreviva a la peripecia y regrese al hogar despu¨¦s de tantas contrariedades y sobresaltos, probablemente m¨¢s cansado que cuando parti¨®, todav¨ªa no est¨¢ a salvo: queda la depresi¨®n posvacacional.
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