La espera de las Pen¨¦lopes de la posguerra espa?ola
El documental ¡®Canci¨®n de una dama en la sombra¡¯ reivindica, a partir de 28 cartas de un exiliado, el papel de miles de mujeres que sacaron adelante tras la contienda a las familias en ausencia de sus maridos

En el abismo melanc¨®lico de una tarde de domingo, para atemperar el fr¨ªo del exilio que separa la Espa?a de posguerra y la Francia de la Resistencia, Armand pone la gramola. Lejos quedan su casa, su familia, su vida. Suena J¡¯attendrai, la canci¨®n de moda en una Europa que cruje. Rina Ketty canta: ¡°Esperar¨¦ el d¨ªa y la noche, siempre esperar¨¦ tu regreso. Tu regreso esperar¨¦, pues el p¨¢jaro que huye viene a buscar el olvido en su nido¡±. Parece que le canta a ella: a Soledad, su joven esposa.
Ella espera a Armand desde que se alist¨® en el frente cuando estall¨® la Guerra Civil. Ella le sigue esperando desde que cruz¨® los Pirineos ¡ªuno m¨¢s entre los miles de republicanos espa?oles que emprendieron la huida¡ª y dej¨® los campos de concentraci¨®n para servir en una compa?¨ªa de trabajos francesa. Para defender a Francia de los nazis y evitar represalias pol¨ªticas en la Espa?a franquista.
Es esa larga espera ¡ªla de una espa?ola an¨®nima entre los miles de mujeres de posguerra que aguardaron largos a?os de hambre y tristeza a que volvieran los Ulises de la guerra¡ª el fen¨®meno que retrata Canci¨®n a una dama en la sombra, una pel¨ªcula documental de la cineasta Carolina Astudillo, que deconstruye el mito de Pen¨¦lope y que pone el foco en esas olvidadas de la historia que no se limitaron a tejer y destejer. Con un toque original: lo hace a partir del contenido de 28 cartas que Armand le envi¨® a su mujer desde el exilio.
La pel¨ªcula, que ha comenzado ya su recorrido por festivales, es un documento dolorosamente bello. Solo hay que escuchar las amargas y sentidas palabras que escribe, cada domingo sin falta, Armand: ¡°Si te pudiera tener entre mis brazos. Cu¨¢nta pena por mi culpa. Nuestra vida es la cosa m¨¢s gris que pueda concebirse, y por m¨¢s que nos esforcemos por hacerla alegre, raramente lo conseguimos¡±. Escribe: ¡°En el exilio, todos los d¨ªas y todos los meses se parecen. Hay que dejar tiempo al tiempo: es in¨²til atormentarnos. Nuestros deseos no van a cambiar el curso de los acontecimientos¡±. O tambi¨¦n: ¡°Tus cartas son mi ¨²nico consuelo. M¨¢ndame papel smoking, as¨ª podr¨¦ fumar recordando el sabor de los pitillos de Espa?a. Y no me olvides, como yo no te olvidar¨¦ nunca¡±.
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Todo eso, un domingo tras otro, se lo escribe a Soledad. Y tambi¨¦n a sus hijos, Eugenia y Albert, que crecen con la madre en Caldes de Montbui, en el coraz¨®n del Vall¨¦s barcelon¨¦s. Astudillo ¡ªcineasta chilena afincada en Barcelona, cuya filmograf¨ªa ha transitado por la mirada femenina, la lucha contra el olvido y la voz de los perdedores sedientos de libertad¡ª acompa?a la lectura de estas cartas con unas evocadoras im¨¢genes de textura antigua rodadas en S¨²per 8 y 16 mil¨ªmetros. El efecto est¨¦tico, con la m¨²sica at¨¢vica de Carles Mestre, es envolvente.
Aparte de las cartas, el largometraje tambi¨¦n rescata im¨¢genes en movimiento de archivos familiares que muestran a familias catalanas acomodadas que vivieron una posguerra pl¨¢cida, tan distinta a lo que narran las cartas de Armand. Ni?os bien vestidos, con juguetes inaccesibles para la mayor¨ªa, aparecen en pantalla mientras Armand le escribe a su hija, con emoci¨®n, que ha conseguido una mu?equita de trapo que alg¨²n d¨ªa le entregar¨¢ como recuerdo de las aventuras de pap¨¢.
Pero pap¨¢ no es Ulises, porque no volver¨¢. Ni Soledad es Pen¨¦lope, porque cada d¨ªa va a la f¨¢brica para sacar adelante a la familia. Toda la cinta invita a una reflexi¨®n de g¨¦nero que subvierte los roles masculino y femenino, asentados en el imaginario de posguerra.
Igual que se perdieron las cartas de Soledad y solo escuchamos las escritas por Armand, esta Canci¨®n a una dama en la sombra pone de relieve c¨®mo se han perdido las voces de tantas mujeres que esperaron. Miles de esposas, madres, hermanas, hijas. Todas esperaron en tiempos de violaciones, de pelo rapado y aceite de ricino. Unos tiempos en que la etiqueta de roja era una pesada carga. La que supon¨ªa el peligro de la disidencia. Igual que lo sufrieron esas brujas de Caldes paseadas sobre un carro y ahorcadas en el siglo XVII por orden del Santo Oficio, las nuevas brujas, a ojos del r¨¦gimen de Franco, tuvieron que lidiar con los nuevos inquisidores, mientras esperaban el regreso de sus maridos, de sus hermanos, de sus hijos.
Los contrastes se superponen en las casi dos horas de pel¨ªcula. La historia de los vencidos es contada con im¨¢genes ¡ªmuy desconocidas¡ª de los vencedores. La negaci¨®n del mito pasivo de Pen¨¦lope en la Odisea es combinado con bordados hechos hoy por manos que no esperan a que la Historia la cuenten otros y las vuelvan a silenciar a ellas. Unas voces de coro griego van recordando frases adaptadas de Marguerite Duras, la escritora de la soledad. Morir es dejar de esperar, por ejemplo. O esta otra: ¡°Solo nosotras esperamos a¨²n, con una espera de todos los tiempos, la de las mujeres de todos los tiempos, de todos los lugares del mundo: la espera de los hombres volviendo de la guerra¡±.

Sin embargo, esa ¨¦pica guerrera del hombre exiliado la compensa Astudillo con otra ¨¦pica min¨²scula: la del dolor y la angustia de la espera femenina, una espera activa, laboriosa, entregada a trabajos duros y mal pagados; una espera sin reconocimiento en los libros ni en la memoria. Una actitud muy alejada de aquellas madres abnegadas y esposas sumisas que preconizaba la Secci¨®n Femenina, cuyas im¨¢genes en el documental constituyen el diapas¨®n perfecto para tomar el pulso de aquella ¨¦poca en que Armand le ped¨ªa m¨¢s cartas y alguna foto a su esposa para poder pasar las yemas de sus dedos por su rostro; la ¨¦poca en que Soledad le¨ªa las cartas de su marido a la luz de las velas en la seguridad del hogar.
El contenido de aquellas cartas no era nada convencional. Se interesa constantemente por la educaci¨®n de sus hijos. Pide que su madre los forme y les d¨¦ cultura para que no sean ni vagos, ni ladrones, ni embusteros, ni hip¨®critas. Aunque en algo est¨¢ tranquilo: ¡°No hay infancia triste, pues no hay infancia consciente¡±, escribe.
Hay otro tema que sorprende: la sexualidad. Armand le promete varias veces su fidelidad. Nunca tocar¨¦ a otra mujer, le dice. En cambio, le asegura que entender¨ªa que ella pudiera mantener relaciones con otro hombre porque solo ¨¦l tiene la culpa de su separaci¨®n y, al fin y al cabo, dice, el coito es como el comer: ¡°Algo f¨ªsico que a veces se necesita¡±.
Un d¨ªa, de repente, las cartas de Armand dejaron de llegar a Caldes. La mu?eca de trapo nunca estuvo en las manos de la peque?a Eugenia. Soledad se qued¨® esperando. Largos a?os esperando. Hasta que una carta indeseada ¡ªseguramente escrita a m¨¢quina¡ª le confirm¨® que la espera hab¨ªa terminado. La gramola de los domingos, en la canci¨®n de Rina Ketty, segu¨ªa as¨ª: ¡°El tiempo pasa y corre golpeando tristemente mi coraz¨®n, tan pesado. Y sin embargo, esperar¨¦ tu regreso¡±. El de Armand, ya nadie lo esper¨®. A ?taca no volvi¨®.
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