Esa libertad que te convierte en esclavo
Qu¨¦ mundo loco: por un lado, leemos que el futuro deber¨ªa tender a los cuatro d¨ªas laborables, y por otro, tenemos esta ideolog¨ªa del Salvaje Oeste
Como taxic¨®mana impenitente siento una lealtad hacia el gremio. Son muchos a?os y el roce, como yo digo, pues eso. En el libro no escrito de estilo del periodismo se dice que no hay que contar la situaci¨®n de un pa¨ªs por lo que te dice el taxista que te recoge del aeropuerto. Lo que a m¨ª me ocurre es que si no escribo aquello que me ha pasado montada en un taxi se me reduce la inspiraci¨®n. Me da la experiencia para un libro del g¨¦nero chico, como de anecdotario, que sugiero podr¨ªan llevarlo los taxistas para que los clientes se entretuvieran: Cuentos de taxi para leer en el taxi. Pongo ejemplos al tunt¨²n: la amistad que surgi¨® con el taxista que me recog¨ªa cada noche para ir a Prado del Rey cuando yo era chica de radio; lo de aquel conductor que se me qued¨® dormido en un sem¨¢foro (por fortuna) ya de mi barrio y c¨®mo yo sal¨ª, del taxi, de puntillas y ech¨¦ a correr para no despertarlo ni pagarle; hablar¨ªa en otro cuento de ese taxista que me ha parado tantas veces que siempre me dice, ¡°joder, joder, cuando se lo diga a mi mujer me va a decir que es usted la chica de la curva¡±, o el caso de aquel taxista lector al que invit¨¦ a subir a mi casa para regalarle dos libros dedicados, o aquel otro que me llev¨® a vacunarme de la tercera dosis a un hospital de El Pardo y que cuando ya en el centro hospitalario vi que se me hab¨ªa olvidado la cartera, me esper¨® para traerme de vuelta a casa. Me sali¨® la vacuna por un pico, pero intercambiamos jugosas experiencias sobre el confinamiento.
Tambi¨¦n est¨¢ el cuento del taxista mel¨®mano al que le celebr¨¦ tanto la m¨²sica que me regal¨® el CD con su selecci¨®n de viejo rockero; podr¨ªa hablar de todos aquellos que me reconocen por la voz y a m¨ª me da verg¨¹enza esta voz m¨ªa, pero lo supero; o el de ese tipo que se puso tan plasta con S¨¢nchez que le dije que S¨¢nchez era primo m¨ªo; o a los que he avisado, dram¨¢ticamente, que estoy del coraz¨®n si es que pegan frenazos o que yo en la vida no tengo prisa si es que corren.
Cuando alguno se ofusca si protesto trato de tragarme la irritaci¨®n. Como dijo esta semana el pintor Antonio L¨®pez en Encuentros de la 2 con mucha sabidur¨ªa, le gusta pintar en la calle porque quiere sentir la vida cerca, y en la vida hay gente amable y gente borde. Negar ese contacto es vivir entre algodones. Eso no encaja para alguien que hace del sonido de la calle su literatura. Yo s¨¦ que lo propio de mi entorno es decir que te revienta cuando un taxista lleva conectada una radio derechosa, pero confieso que me puede la curiosidad y considero una ventaja eso de escuchar voces que andan tan alejadas de mi manera de ver el mundo. De cualquier manera, ya no estamos ante el viejo prototipo del ¡°pesetas¡±, como as¨ª llamaban, en el Madrid al que yo llegu¨¦, al taxista, con ese caracter¨ªstico vocabulario zarzuelero que anda a un paso de ser falt¨®n.
Visto mi historial, entender¨¢n que cuando lleg¨® la amenaza del Uber me colocara al lado del gremio, porque entend¨ªa que esa desregulaci¨®n del sector era una manera de dar entrada a otro tipo de explotaci¨®n laboral, que en nombre de la libertad se enfrentaba a los trabajadores, rob¨¢ndoles a la larga derechos adquiridos. Ya me hubiera gustado, le dije a alg¨²n taxista, que ustedes hubieran sido igual de solidarios con los creadores cuando defend¨ªamos los derechos de autor frente a la desregulaci¨®n intern¨¢utica.
Esta semana pasada, habl¨¦ con varios taxistas (mi dinerito me cost¨®) y, como se daba la circunstancia de que eran aut¨®nomos, se me desahogaron alarmados por la voluntad de la presidenta Ayuso de ampliar los horarios de servicios y eliminar los d¨ªas de descanso obligatorios. Qu¨¦ mundo loco: por un lado, leemos que el futuro deber¨ªa tender a los cuatro d¨ªas laborables, porque la productividad mejora con trabajadores descansados, y por otro, tenemos esta ideolog¨ªa del Salvaje Oeste, donde se anulan las reglas que amparan al d¨¦bil y en nombre de la libertad se convierte a los trabajadores en esclavos. Yo, como taxic¨®mana irredenta, prefiero que conduzca alguien tranquilo en una ciudad con poco tr¨¢fico. Justo lo contrario de lo que padecemos cada d¨ªa en esta ciudad cada vez m¨¢s agresiva.
Babelia
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