Ni?o de Elche mata el flamenco y lo resucita en la misma noche
El rey del cante iconoclasta asombra en el Teatro de la Zarzuela con una obra ¡°de celebraci¨®n y muerte¡± que oficia sentado en una especie de p¨²lpito obrero
A Ni?o de Elche le encanta cambiar el paso, aun a sabiendas de que muy pocos pueden seguirle la estela y de que ¨¦l mismo, de tanto escorarse por cuantos vericuetos encuentra en su camino, ha acabado embarrancando en alguna ocasi¨®n. El cantaor que abjur¨® del cante jondo, se sali¨® de madre (y padre) y suscribi¨® todo tipo de ins¨®litos tratados bilaterales en la historia de la diplomacia sonora; ese mismo caballero que aire¨® su condici¨®n de ¡°exflamenco¡± solo por tocar las narices, el mismo que nunca quiso o¨ªr hablar de c¨¢nones, tablaos, cert¨¢menes, hermandades u or¨¢culos de la ortodoxia, ha aprovechado que los radares de la flamencolog¨ªa le hab¨ªan dado por imposible para manufacturar el disco acaso m¨¢s flamenco de los 13 ¨Ds¨ª, ?13¨D¨C que llevan ya estampado su nombre en portada.
Sorpresas da la vida. Regresa el flamenco, o algo que se le parece bastante, hasta los dominios de un artista cuasi flamenco al que siempre se le atragant¨® semejante condici¨®n. ?Por qu¨¦? Con casi toda seguridad, porque a don Francisco Contreras Molina le ha dado la real¨ªsima gana. Y he ah¨ª uno de los argumentos m¨¢s determinantes cuando es arte lo que se dirime en la fr¨ªa asepsia de unos estudios de grabaci¨®n.
La obra en cuesti¨®n ostenta el alambicado t¨ªtulo de Flamenco. Mausoleo de celebraci¨®n, amor y muerte, apenas lleva en danza desde este viernes pasado y solo cuatro d¨ªas m¨¢s tarde se presentaba en sociedad en el Teatro de la Zarzuela. Hablamos de una plaza solemne e intimidatoria, de esas que dejan huella, para bien o para mal, en el curr¨ªculo, pero Contreras desde?a el v¨¦rtigo hasta contravenir incluso el m¨¢s b¨¢sico de los rituales esc¨¦nicos. Va de frente el Ni?o, que ni siquiera se refugia en el espacio para el ensimismamiento y la encomienda del camerino y recibe al espectador a portagayola, encaramado ya desde muchos minutos antes a la tarima sobre la que oficiar¨¢ todo el recital. Tan hier¨¢tico e inm¨®vil que procede forzar la vista para percatarnos de sus parpadeos y comprender que se trata de ¨¦l mismo, muy vivo y de cuerpo presente, y no de una mera reproducci¨®n a tama?o natural.
Ser¨¢ solo la primera en una larga lista de contravenciones de las normas, y eso que la velada, dedicada casi por entero a este Mausoleo, acabar¨¢ ventil¨¢ndose en unos prudentes 80 minutos. El ilicitano decide abrirla con el registro fonogr¨¢fico ¨ªntegro de Seguiriya madre, la pieza que en el ¨¢lbum comparte con Rosal¨ªa, mientras ¨¦l y sus tres parejas de acompa?antes ¨Cdos guitarritas, dos bailarines, dos cantaores y palmeros¨C permanecen est¨¢ticos y en penumbra, apenas visibles en forma de silueta. Eso de empezar un concierto escuchando un disco pasa a ocupar un lugar de privilegio en la clasificaci¨®n de las decisiones incomprensibles; a menos, claro, que se trate de un homenaje t¨¢cito a la propia Rosal¨ªa y sus conciertos sin m¨²sicos.
Bamberas del enamorado, la primera interpretaci¨®n de facto, refrenda al fin la ductilidad de una voz que emerge como un susurro, sin un solo aspaviento, acariciada por unas guitarras que se ci?en a un arpegiado delicad¨ªsimo. Es una letan¨ªa de enamorado, pero tambi¨¦n un lamento, la premonici¨®n de la angustia. L¨®gico que el Ni?o la finalice con las palmas de las manos unidas en posici¨®n de orante desde esa especie de p¨²lpito agrom¨¢n, con pal¨¦s y ladrillos a modo de alzas, que le han erigido en el centro de las tablas. Hay mucha exaltaci¨®n del valor de lo inm¨®vil durante la velada, una invocaci¨®n a la parsimonia y a un porte sever¨ªsimo, casi lorquiano. Por momentos, Mausoleo¡ es un espect¨¢culo solemne como la muerte misma y refractario al movimiento y la floritura. Los bailarines, Juan Berlanga y Eduardo Mart¨ªnez, tardan 20 minutos en incorporarse del suelo y abordar una coreograf¨ªa a pie quieto, circunscrita a los giros de cadera y el aleteo de brazos. Y el toque de Ra¨²l Cantizano y Mariano Campallo perfila para Albore¨¢ in articulo mortis un pulso tosco y met¨¢lico, duro y crudo, tan acerado como acostumbra a propugnar Ra¨¹l Refree, que por algo es productor, instigador e ide¨®logo del disco. Si un grupo organizado de turistas se hubiese colado por despiste en la platea justo en ese momento, huir¨ªan despavoridos y reclamar¨ªan la devoluci¨®n del dinero.
En esa fiera dial¨¦ctica entre amor y muerte, Contreras Molina reserva la segunda mitad del repertorio para la sonrisa y hasta la travesura. Guajiras del alma es una p¨¢gina bell¨ªsima y tan sentida como una herida sin cicatrizar, mientras que la pintoresca Farruca amarga adquiere un aire casi bufo, como de jazz manouche. Alegr¨ªas y flores, con coreograf¨ªa no ya quieta sino sentada, se remata con un tiriti tran que Paco traviste en onomatopeya y trabalenguas, en pura mecanograf¨ªa labial. La deconstrucci¨®n era esto y enriquece el discurso, por m¨¢s que habr¨¢ quien encuentre imp¨ªos estos arrebatos de personalidad y actitud.
?M¨¢s emociones fuertes? La colisi¨®n en Canto por no llorar entre su sonoridad luminosa y el argumento agridulce, o m¨¢s bien desolado. La conmovedora Saeta gitana entre dos hombres, esa que nunca podr¨¢n canturrear los mundialistas de Qatar, en la que el de Elche recurre a la vibraci¨®n bif¨®nica de su garganta. Y el sofocante ta?ido obstinado para Los Campanilleros, que acaba convirti¨¦ndose en ceremonia obsesiva, casi un apareamiento entre flamenco y el esp¨ªritu del kraurock. ¡°?Santa, santa!¡± termina vociferando un desaforado Ni?o de Elche, transfiguraci¨®n mediterr¨¢nea de Diamanda Gal¨¢s.
¡°El flamenco ha muerto¡±, proclama Paco Contreras en el frontispicio de su decimotercer elep¨¦. Pero ¨¦l mismo es tan ejecutor como impulsor de su resurrecci¨®n. Ah¨ª reside su atractivo ¨²nico y desconcertante, el enigma de sus contradicciones y el enorme valor de esa radical singularidad.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.