The National demuestran en Madrid que son los padres tristes de la generaci¨®n ¡®indie¡¯
El grupo liderado por Matt Berninger ofrece un concierto de dos horas y cuarto donde provoca una comuni¨®n cat¨¢rtica con el p¨²blico
En la tienda de merchandising de The National en el WiZink Center hay una camiseta en cuyo pecho puede leerse: ¡°Sad dads¡± (Padres tristes). La banda de Ohio afincada desde hace dos d¨¦cadas en Brooklyn siempre ha sido un combo serio que jam¨¢s se ha tomado demasiado en serio. Y su merchandising de madurez lo confirma. Han transitado m¨¢s etapas vitales que musicales, hasta presentarse anoche en Madrid en un recinto con muy buena entrada (unos 8.000 espectadores), pero sin alcanzar a colgar el cartel de no hay billetes. Cuando se anunci¨® el concierto, el grupo formado por el vocalista Matt Berninger junto a los hermanos Aaron y Bryce Dessner a las guitarras y los Devendorf (Scott y Bryan) a cargo de la secci¨®n r¨ªtmica, se supon¨ªa que ven¨ªa a presentar su noveno disco, First Two Pages of Frankenstein. Al final, tras el lanzamiento por sorpresa el mes pasado de Laugh Track, ¨¢lbum hermano del anterior, menos satinado y algo m¨¢s robusto, presentan los dos. Para el caso, un detalle sin importancia.
Con unos diez minutos de retraso, los autores de High Violet saltaron al escenario con un Berninger con traje negro de corte Wes Anderson, gafas de pasta y vaso en mano, perfectamente metido en su papel de padre triste, amigo borracho, profesor resacoso, exnovio incapaz de comprometerse, exmarido incapaz de dejar de llamarte de madrugada. El Pedro Pascal del underground. Con un sonido pr¨ªstino y el apoyo de dos vientos, el quinteto arranc¨® con Once Upon a Poolside, uno de los temas m¨¢s morosos y menos memorables que han facturado en su carrera. A continuaci¨®n, convirtieron Eucalyptus, otro corte de First Two Pages of Frankenstein, en un nervioso y en¨¦rgico tema casi post punk que se elev¨® varios metros por encima de su versi¨®n en disco y nos record¨® que estos padres tristes son mejores cuando se convierten en profesores enfadados. De su empuje se aprovech¨® Tropic Morning News, otro tema reciente que en disco casi acaba antes de empezar y que en directo cede protagonismo a la bater¨ªa de Bryce Debvendorf, acaso el mejor baterista de su generaci¨®n, el tipo con el que los indies aprendieron a valorar el talento a las baquetas. Para el indie ser bater¨ªa es un poco como ser lateral izquierdo para el f¨²tbol: casi nadie lo es por vocaci¨®n.
Cuentan que cuando The National conocieron a Michael Stipe, de REM, este les dio un consejo: ¡°Si quer¨¦is tener una carrera larga, ten¨¦is dos opciones: escribir muchos ¨¦xitos o no escribir ninguno¡±. Los de Ohio optaron por lo segundo. Esto hace que, por ejemplo, hace unos d¨ªas actuaran dos noches en el Alexandra Palace londinense y no repitieran ning¨²n tema. En su discograf¨ªa hay tan pocos ¨¦xitos como temas malos. As¨ª, en sus conciertos, tal vez puede alguien echar de menos alguna canci¨®n, pero raro es que le sobre alguna. El cuerpo creativo de la banda es a estas alturas enorme. Y anoche se demostr¨® tanto en las impecables interpretaciones de Squalor Victoria o Apartment Story, de lo mejor de la noche, como en la fallida aproximaci¨®n a Day I Die, uno de los mejores temas que jam¨¢s han escrito, pero que ayer cay¨® en una fase del concierto en el que el sonido parec¨ªa haberse enmara?ado y la ligera afon¨ªa que arrastraba Berninger se hizo obvia. Lo mismo sucedi¨® con Smoke Detector, uno de los temas m¨¢s distintos que han grabado nunca ¡ªThe National se dan mucho al comentario de que ¡°todo suena igual¡±, un poco como Bad Bunny, pero con el culo en la silla¡ª y que da lustre a su ¨²ltimo disco, que son¨® algo an¨¦mico cuando deber¨ªa reventar los o¨ªdos, porque uno no homenajea a la Velvet Underground sino est¨¢ dispuesto a fastidiar alg¨²n t¨ªmpano.
Afortunadamente, las cosas volvieron a sonar como en el arranque para afrontar el tramo final de un concierto de dos horas y cuarto que, poco a poco, tema a tema, fue provocando una suerte de comuni¨®n cat¨¢rtica entre grupo y p¨²blico. La banda, que ha sufrido en tiempos recientes varios conatos de disoluci¨®n, crisis creativas y bloqueos, parece hallarse en paz, feliz de conocerse y reconocerse. Eso s¨ª, como los hermanos Dessner son los encargados de comunicarse con el p¨²blico porque el vocalista no es capaz de acometer interacciones normales, Berninger, si quiere algo con el p¨²blico, se baja al foso, como sucede en los bises, y canta medio Mr November en la pista, tensando el cable del micro, mientras un miembro del equipo de la banda en cuclillas al borde del escenario trata de recoger el sedal, pescar a Berninger y devolverlo sano y con gafas al escenario sobre el que queda claro que ya no quiere estar, pues al siguiente corte se vuelve a dar otro paseo entre la audiencia.
Euf¨®rico y algo inc¨®modo, memorable pero con un ojo puesto en la resaca de ma?ana, sabiendo los botones que hay tocar, pero toc¨¢ndolos con los pies, as¨ª es The National, una banda que es lo que hubieran sido U2 si no hubieran tenido ning¨²n ¨¦xito, o REM si hubiesen tenido tantos como U2. The National es un grupo inmune a las explosiones incluso cuando uno de sus guitarristas se acerca al material m¨¢s inflamable de la historia reciente del pop, Taylor Swift, quien ha logrado que sus fans se acerquen al f¨²tbol americano al echarse un novio quarterback, pero no logr¨® que se hicieran fans de The National a pesar de que Aaron Dessner fuera la persona tras los soberbios Folklore y Evermore.
The National encapsulan las inquietudes y los desajustes de una generaci¨®n a medio camino entre la solemnidad y la incompetencia. Nadie como Berninger, que anoche se medio ahorc¨® por su propio micro entre una audiencia desatada, ejemplifica ese deseo de ser amado pero no saber exactamente qu¨¦ hacer para lograrlo, y cuando lo logra no estar muy seguro de merecerlo.
Babelia
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