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OPERA
Cr¨ªtica
G¨¦nero de opini¨®n que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Asmik Grigorian ratifica en Hamburgo su estatus como la gran Salom¨¦ de nuestro tiempo

A pesar de una puesta en escena descabellada de Dmitri Tcherniakov, que subvierte todos los puntales dramat¨²rgicos del drama original de Oscar Wilde, la soprano lituana se erige en la triunfadora incontestable del estreno de una nueva producci¨®n de la ¨®pera de Richard Strauss

Salom¨¦ (Asmik Grigorian), agazapada en una estanter¨ªa durante la celebraci¨®n del cumplea?os de su padrastro Herodes.
Salom¨¦ (Asmik Grigorian), agazapada en una estanter¨ªa durante la celebraci¨®n del cumplea?os de su padrastro Herodes.MONIKA RITTERSHAUS
Luis Gago

La entrada de la ¨®pera en la modernidad fue un asunto que se repartieron entre Francia y Alemania, con Italia, la gran ide¨®loga y precursora, definitivamente rezagada y pl¨¢cidamente arrellanada en la tradici¨®n que ella misma hab¨ªa forjado. La avanzadilla la protagonizaron a poco de empezado el nuevo siglo, por un lado, Pell¨¦as et M¨¦lisande, de Claude Debussy, y, por otro, Salome, de Richard Strauss. Ambas son ya hijas, por tanto, del siglo XX: por los pelos, pero con may¨²sculas. La primera se estren¨® en Par¨ªs en 1902; la segunda, en Dresde tan solo tres a?os despu¨¦s. Y las dos partieron, como no pod¨ªa ser de otra manera, del gran acto de insumisi¨®n de Richard Wagner, aunque se apartaran tambi¨¦n decididamente de ¨¦l por v¨ªas muy diferentes: en el caso concreto de Strauss, a partir de un enfoque mucho m¨¢s f¨ªsico que metaf¨ªsico.

Salome convirti¨® a su autor en un hombre rico y famoso en todo el mundo. Con los cuantios¨ªsimos ingresos derivados de sus derechos de autor (por los que tanto luch¨®, para s¨ª mismo y para sus descendientes) se construy¨® una gran villa burguesa en Garmisch, en los Alpes b¨¢varos, la misma en que lo visitar¨ªa Klaus Mann al final de la Segunda Guerra Mundial, donde lo encontr¨® ensimismado y ajeno a las atrocidades perpetradas por el r¨¦gimen con el que hab¨ªa colaborado abiertamente. En el estreno de Dresde, los artistas tuvieron que salir a saludar hasta en 38 ocasiones y, en sus dos primeros a?os de vida, la ¨®pera conoci¨® hasta medio centenar de producciones diferentes, una cifra ins¨®lita hasta entonces. Al igual que Oscar Wilde hab¨ªa tenido serios problemas para publicar y representar su obra en Londres, tambi¨¦n Strauss hubo de enfrentarse a la f¨¦rrea censura de las autoridades vienesas, incapaces de soportar y admitir que personajes b¨ªblicos ¨Cpor m¨¢s que presentes ¨²nicamente en referencias pasajeras¨C protagonizaran acciones semejantes sobre un escenario. Por eso el estreno austriaco se traslad¨® a Graz, en una jornada hist¨®rica que Alex Ross convirti¨® en el port¨®n de entrada de El ruido eterno, su grand r¨¦cit dedicado a contar la m¨²sica producida por el tormentoso siglo XX. En 1903, Strauss oli¨® el dinero en cuanto vio el drama del irland¨¦s representado en Berl¨ªn, en el Kleines Theater de Max Reinhardt, y, al menos temporalmente, abandon¨® su innato conservadurismo para lanzarse por la pendiente de un sangriento lenguaje expresionista, o casi, que naci¨® con fecha de caducidad tasada, aunque concedi¨¦ndose a¨²n tiempo suficiente para alumbrar una secuela inmediata ¨CElektra¨C con otra madre y otra hija atrapadas en una relaci¨®n patol¨®gica y ponzo?osa. Luego se refugiar¨ªa en la amable comedia dieciochesca de El caballero de la rosa, aunque, con su genio, consigui¨® tambi¨¦n con ella, en las ant¨ªpodas de sus dos incursiones oper¨ªsticas anteriores, un ¨¦xito incluso mayor. Y el camino concluir¨ªa ya en plena guerra con Capriccio, la meta¨®pera perfecta.

Salom¨¦, sin necesidad del filtro amoroso de Isolda, es presa de un deseo irracional, caprichoso y desbocado por el profeta Jokana¨¢n, encerrado en una cisterna por su padrastro, Herodes, por haber denunciado a su incestuosa madre, Herod¨ªas. En la famosa escena en que ambos est¨¢n por fin frente a frente, la tercera de la ¨®pera, Salom¨¦ lo ensalza para, tras ser rechazada, denostarlo: ¡°Estoy enamorada de tu cuerpo, Jokana¨¢n. Tu cuerpo es blanco como los lirios de un campo que no conoci¨® la hoz. Tu cuerpo es blanco como la nieve de las monta?as de Judea. Las rosas del jard¨ªn de la Reina de Arabia no son tan blancas como tu cuerpo¡±. Y al poco: ¡°Tu cuerpo es espantoso como el cuerpo de un leproso. Es como un muro pintado donde han reptado v¨ªboras y los escorpiones han hecho su nido¡±. El proceso se repite con los cabellos del profeta: ¡°De tus cabellos estoy enamorada, Jokana¨¢n. Tus cabellos son como uvas. Como racimos de uvas negras en los vi?edos de Edom. Tus cabellos son como los grandes cedros del L¨ªbano que dan sombra a leones y ladrones. Las largas noches negras, cuando la luna se oculta y las estrellas est¨¢n temerosas, no son tan negras como tus cabellos¡±. Y, tras ser nuevamente imprecada: ¡°Tus cabellos son horribles. Est¨¢n llenos de polvo e inmundicia. Son como una corona de espinas sobre tu cabeza. Son como un nudo de serpientes enroscadas en tu cuello¡±. Por fin, y ello nos prepara para la crucial cuarta y ¨²ltima escena: ¡°Es tu boca lo que deseo, Jokana¨¢n. Tu boca es como una cinta escarlata sobre una torre de marfil. Es como una granada cortada con un cuchillo de plata. Las flores de granado en los jardines de Tiro, que son m¨¢s ardientes que las rosas, no son tan rojas. Las rojas fanfarrias de trompetas que anuncian la llegada de reyes y amedrentan al enemigo no son tan rojas como tu boca roja. (...) Nada hay en el mundo tan rojo como tu boca¡±. Narrabot, enamorado de la princesa, incapaz de soportar lo que oye y ve, se clava un pu?al y su cuerpo exang¨¹e cae entre Salom¨¦ y Jokana¨¢n. El suelo se llena tambi¨¦n de sangre roja.

Nadie sensato puede esperar ver hoy d¨ªa, y menos a¨²n en esos teatros de renombre que deciden ser esclavos de los directores de escena m¨¢s de moda y m¨¢s supuestamente visionarios y transgresores, una producci¨®n de Salome ambientada en Galilea, con un Jokana¨¢n de larga barba y aspecto prof¨¦tico encerrado en una cisterna, o con una Salom¨¦ casi adolescente dispuesta a quitarse, uno tras otro, los siete velos mientras baila a fin de satisfacer su ¨²nico deseo: Salom¨¦ bailaba ¡°como las sacerdotisas de las Indias, como las nubias de las cataratas, como las bacantes de Lidia¡±, escribi¨® Flaubert en H¨¦rodias. Aqu¨ª, salvo un par de ef¨ªmeras contorsiones el¨¦ctricas y discotequeras en lo alto de la silla, no hubo mucho m¨¢s baile para los amantes de la danza. Tambi¨¦n nos quedamos, por supuesto, sin sangre, o sin esa presencia ominosa de la luna, ¡°una luna estilizada que, de ser un disco blanco, se convierte en una monstruosidad moteada de color escarlata y acompa?a cada fase del desastre terrenal: las irregularidades de una naturaleza dislocada¡±, escribi¨® Karl Kraus en Die Fackel el 23 de diciembre de 1903 tras asistir al estreno vien¨¦s de la obra de Wilde.

Pero de esta ausencia de grandes esperanzas a suprimir de cuajo el armaz¨®n estructural de la trama ideada por el irland¨¦s, que es la labor de acoso y derribo a la que se dedica Tcherniakov desde el primer minuto, dista un gran trecho. Para reforzar las innegables conexiones entre Salome y Elektra, el director ruso se vale de id¨¦ntica escenograf¨ªa a la que emple¨® hace dos a?os¨Ctambi¨¦n aqu¨ª, en la ?pera de Hamburgo¨C en su montaje de Elektra, reforzando con ello la conexi¨®n de estos dos dramas familiares protagonizados por dos mujeres trastornadas, o alteradas, por decirlo a la manera de Maitena, si bien aqu¨ª Salom¨¦ y Herod¨ªas no se dirigen nunca directamente la palabra, por m¨¢s que la primera haga frecuentes referencias a su madre, sobre todo cuando Jokana¨¢n describe sus sevicias y lujurias con todo lujo de escabrosos detalles, mientras que Electra y Clitemnestra s¨ª que mantienen un largo y crucial di¨¢logo en la otra gran ¨®pera expresionista de Strauss, compuesta a partir del drama hom¨®nimo de Hugo von Hofmannsthal.

Salom¨¦ (Asmik Grigorian) y Jokana¨¢n (Kyle Ketelsen) forcejean en la tercera escena de la ¨®pera.
Salom¨¦ (Asmik Grigorian) y Jokana¨¢n (Kyle Ketelsen) forcejean en la tercera escena de la ¨®pera.MONIKA RITTERSHAUS

Como es habitual en los montajes de Tcherniakov, que ha repetido esta propuesta escenogr¨¢fica hasta la n¨¢usea, se trata de la estancia de una gran mansi¨®n burguesa, dominada en este caso por una gran mesa dispuesta oblicuamente para una celebraci¨®n, con una colecci¨®n de bustos que remiten a diversas culturas y estilos art¨ªsticos api?adas sobre las repisas de las estanter¨ªas (quien esperara ver en ello un anticipo de la cabeza chorreando sangre del Bautista ver¨ªa luego, sin embargo, completamente frustradas sus expectativas). De hecho, mientras el p¨²blico se dispon¨ªa a ocupar sus localidades, pod¨ªa a¨²n verse, a tel¨®n subido y en medio del habitual murmullo generalizado, c¨®mo tres camareros impecablemente vestidos acababan de preparar la mesa.

Del mismo modo que Krzysztof Warlikowski nos recordaba con un est¨²pido r¨®tulo al comienzo de su perfectamente olvidable Elektra salzburguesa de 2020 que quien dice una sarta de sandeces antes de comenzar la ¨®pera propiamente dicha era Clitemnestra (¡°Who else?¡±, si queremos parafrasear a George Clooney en el famoso anuncio), Dmitri Tcherniakov tambi¨¦n nos informa con una proyecci¨®n que la acci¨®n de Salome va a desarrollarse durante una fiesta de cumplea?os de Herodes. Estupendo. El homenajeado aparece ataviado rid¨ªculamente con un traje rosa con flores y hojas estampadas y, ya desde el comienzo, vemos a todos los personajes (Herod¨ªas, Jokana¨¢n [sic], Narrabot, el paje, los jud¨ªos, los nazarenos y el propio homenajeado, por supuesto) sentados alrededor de la mesa. Todos excepto Salom¨¦, que se incorpora algo m¨¢s tarde ¨Cla escala crom¨¢tica ascendente del clarinete comienza nada m¨¢s sentarse ella a la mesa¨C vestida con una camiseta negra, falda naranja y zapatillas deportivas: nada que ver con el resto de los invitados, todos perfectamente atildados (uno de los jud¨ªos, con barba, falda recta y zapatos de mujer) y con Herod¨ªas portando incluso una diadema a modo de corona, por si alguien se despista y as¨ª le sirve de recordatorio de que ella es la mujer del tetrarca, su antiguo cu?ado. Salom¨¦ es, por tanto, la diferente a todos, la oveja negra, la d¨ªscola, la llamada a desencadenar el drama. Da igual que dramat¨²rgicamente todos vean y oigan lo que supuestamente solo deber¨ªa suceder o decirse en privado. La presencia real y tangible desde el principio de Jokana¨¢n, uno m¨¢s de los asistentes a la fiesta, presidiendo la mesa desde el extremo contrario al de Herodes, de espaldas al p¨²blico, priva por completo de sentido a las reiteradas peticiones de Salom¨¦ para que lo saquen de la cisterna a fin de poder acercarse a ¨¦l (antes de pasar a mayores, claro). ?Qu¨¦ sab¨ªan Oscar Wilde o Richard Strauss de dramaturgia frente al genial modernizador de ¨®peras Dmitri Tcherniakov?

Las incongruencias entre lo que se canta y lo que se ve son constantes desde el di¨¢logo inicial entre Narrabot y el paje, algo que a nadie parece importar y que resulta a menudo consustancial a estas propuestas de deconstrucci¨®n ¨Co, mejor, para ahorrar tres letras, destrucci¨®n¨C de viejas obras maestras. En el arranque de la obra, en medio de miradas l¨²bricas que se cruzan en varias direcciones, se apunta tambi¨¦n una posible pasi¨®n homosexual del paje por Narrabot que aqu¨ª, por supuesto, pasa a mayor gloria. En el saludo inicial entre padrastro (Herodes) e hijastra (Salom¨¦), ¨¦l le toca abierta y campechanamente los pechos a ella a la vista de todos, lo que apunta a una posible relaci¨®n incestuosa entre ambos, aunque ser¨ªa m¨¢s sutil pensar en que la joven ha venido sufriendo abusos de su padrastro desde ni?a, algo que nos es repugnantemente familiar en los ¨²ltimos tiempos: de ah¨ª, quiz¨¢, que se haya convertido en esa joven depravada, caprichosa e inestable que ahora contemplamos.

Herodes (John Daszak, en el centro, con la chaqueta rosa) hablando a Narrabot (Oleksii Palchikov), que supuestamente deber¨ªa estar muerto.
Herodes (John Daszak, en el centro, con la chaqueta rosa) hablando a Narrabot (Oleksii Palchikov), que supuestamente deber¨ªa estar muerto.MONIKA RITTERSHAUS

Narrabot tampoco se clava un pu?al, sino que, simplemente, hace mutis por el foro. Poco despu¨¦s de su supuesto suicidio, al comienzo de la cuarta escena, Herodes exclama: ¡°?Ah! Me he resbalado. He pisado sangre, eso es un mal augurio. ?Por qu¨¦ hay aqu¨ª sangre? ?Y este cad¨¢ver? ?De qui¨¦n es este cad¨¢ver de aqu¨ª? ?De qui¨¦n es este cad¨¢ver? No quiero verlo¡±. El cad¨¢ver es, por supuesto, el inexistente de Narrabot, que en este momento reaparece y se sienta, perfectamente vivo, en una silla, inm¨®vil como un maniqu¨ª, para luego volver a desaparecer igual de absurdamente. En una entrevista publicada en el programa de mano, Tcherniakov afirma que ¡°hoy ya no resulta posible representar Salome en el sentido de ¡®un resurgimiento de lo dionis¨ªaco¡¯. Este tipo de teor¨ªas han quedado obsoletas¡±. Tan obsoleto como no digamos ya mostrar la cabeza segada de Jokana¨¢n, qu¨¦ vulgaridad, sino incluso acabar con su vida: ?qu¨¦ importa al fin y al cabo que el profeta, que aqu¨ª lee mientras fuma un cigarro, muera o siga viviendo como el resto de los asistentes al cumplea?os? En el mon¨®logo final de Salom¨¦, que llega en el drama original cuando ha conseguido por fin lo que pertinazmente anhelaba (la cabeza ensangrentada del profeta que le entrega el verdugo en una bandeja de plata), Jokana¨¢n sigue vivo, escuchando como si tal cosa lo que canta Salom¨¦ y oyendo sin inmutarse su af¨¢n de besar por fin sus ya indefensos labios rojos (trasunto freudiano de una felaci¨®n) hasta que, en un momento dado, justo cuando Strauss escribe en la partitura ¡°ensimismada, contemplando la cabeza de Jokana¨¢n¡±, el cantante que le da vida desaparece sin m¨¢s. Herodes y Herod¨ªas cantan su ¨²ltimo y tenso intercambio verbal desde el interior sin ser vistos: ¡°Tu hija es un monstruo. ?Te digo que es un monstruo!¡± y ¡°Mi hija ha hecho bien. Quiero quedarme aqu¨ª¡±. Luego asoman brevemente, por puertas diferentes, y por ello vemos al tetrarca, fuera de s¨ª, dando su ¨²ltima orden: ¡°?Matad a esa mujer!¡±. Tras sufrir bruscas convulsiones, , sin soldados y sin escudos que la aplasten, como es natural, tap¨¢ndose fren¨¦ticamente los o¨ªdos, Salom¨¦ se desploma sobre el suelo al igual que luego (antes en la ?pera de Hamburgo, que ha invertido los tiempos) har¨ªa Electra: mujeres que mueren de repente, sin causa aparente, sin violencia f¨ªsica, como antes lo hab¨ªan hecho Elisabeth, Elsa, Kundry o Isolda, sus lejanas parientes wagnerianas.

Tcherniakov no inventa aqu¨ª un final alternativo y pretendidamente epatante (como s¨ª hizo este verano en su horripilante Cos¨¬ fan tutte en Aix-en-Provence) y parece dejar todo reducido, por en¨¦sima vez, a un nuevo drama burgu¨¦s de interiores con ciertas dosis de violencia, como tambi¨¦n hizo en la absurda y disparatada Carmen que present¨® en 2017 tambi¨¦n en el festival provenzal. Pero la violencia de esta Salome (empujones, patadas, ataques de rabia, discusiones, platos estrellados contra el suelo, el mantel arrancado de la mesa para subvertir el perfecto orden inicial) es falsa, de cart¨®n piedra, impostada, poco cre¨ªble, adolescente casi, y habr¨ªa podido funcionar bien como punta visible del iceberg siempre que por debajo, en vez de la nada m¨¢s absoluta, hubiera habido detalles teatrales de fuste, apuntes psicoanal¨ªticos (en un apartado a?adido en la quinta edici¨®n de La interpretaci¨®n de los sue?os, Freud equipar¨® la castraci¨®n a la decapitaci¨®n y a la calvicie: Tcherniakov presenta a un Jokana¨¢n semicalvo y con aspecto de oficinista m¨¢s que de profeta), hondura psicol¨®gica, humildad. Pero lo que se ha visto en Hamburgo es solo capricho, superficialidad, infantilismo, egolatr¨ªa, aunque fue aceptado de buena gana y clara satisfacci¨®n por un p¨²blico m¨¢s que adulto. Que Salome pueda triunfar aun en una producci¨®n as¨ª dice mucho a favor no del ruso, sino del talento dram¨¢tico de Oscar Wilde y del milagro musical operado por Richard Strauss, ya que la criatura de ambos consigue sobrevivir y cosechar aplausos a pesar de tener que abrirse paso en medio de la mayor adversidad.

Salom¨¦ (Asmik Grigorian, de pie sobre una silla) justo antes de comenzas la ¡®Danza de los siete velos¡¯.
Salom¨¦ (Asmik Grigorian, de pie sobre una silla) justo antes de comenzas la ¡®Danza de los siete velos¡¯.MONIKA RITTERSHAUS

La soprano lituana Asmik Grigorian pas¨® de ser una buena cantante m¨¢s del circuito a convertirse en una celebridad internacional que todos quieren presentar en sus teatros cuando encarn¨® a Salom¨¦ en el Festival de Salzburgo en 2018 con una gran puesta en escena de Romeo Castellucci (fuertemente conceptual y con una gran potencia visual, como todas las suyas) que, al lado de esta, es merecedora del Nobel. Grigorian vuelve a cantar tan bien como entonces, o mejor incluso, y a esforzarse por dar credibilidad a su personaje, aunque vista estrafalariamente (?ese vestido verde que le regala Herodes en una caja atada con un lazo!) y Tcherniakov le obligue a hacer cosas inconsecuentes. Es una cantante que sabe transmitir emoci¨®n merced a una gran t¨¦cnica vocal y a un fabuloso instinto actoral. No puede esperarse de ella una Salom¨¦ como las de las grandes sopranos dram¨¢ticas, porque no lo es. Pero tiene voz y arrestos para que todo cuanto hace en escena resulte cre¨ªble y conmueva al p¨²blico.

John Daszak es otro actor extraordinario y, aun vestido como un aut¨¦ntico payaso, compone un Herodes vocalmente poderoso y esc¨¦nicamente difuso (aunque no por su culpa). A su lado, Violeta Urmana, casi siempre hier¨¢tica, palidece como Herod¨ªas, porque su voz est¨¢ ya para muy pocas alegr¨ªas. Ambos encarnaron tambi¨¦n a la pareja formada por Egisto y Clitemnestra en la Elektra estrenada en este mismo teatro hace dos a?os, lo que acent¨²a la condici¨®n de d¨ªptico de una y otra. Kyle Ketelsen es un Jokana¨¢n muy, muy pobre, just¨ªsimo por arriba y sin potencia alguna para amedrentar con sus intervenciones sentenciosas e inspiradas por una fuerza superior. Fue el Leporello en el Don Giovanni de trist¨ªsimo recuerdo que dirigi¨® Tcherniakov en Madrid, uno de los peores espect¨¢culos ofrecidos por el Teatro Real desde su reinauguraci¨®n, y ahora ha vuelto a parecer un cantante igual de intrascendente, irrelevante y descafeinado. Entusiasta el Narrabot de Oleksii Palchikov y ninguna presencia vocal llamativa entre los papeles m¨¢s que secundarios.

Herodes (John Daszak) pinta los labios a Salom¨¦ (Asmik Grigorian), con el vestido que ¨¦l mismo le ha regalado, al final de la inexistente ¡®Danza de los siete velos¡¯.
Herodes (John Daszak) pinta los labios a Salom¨¦ (Asmik Grigorian), con el vestido que ¨¦l mismo le ha regalado, al final de la inexistente ¡®Danza de los siete velos¡¯.MONIKA RITTERSHAUS

Luigi Dallapiccola, presente en una representaci¨®n berlinesa de Salome en 1930, escribi¨® en su diario que su director, Alexander Zemlinsky, hab¨ªa logrado ¡°que la densa partitura de Strauss sonase tan transparente como la de Cos¨¬ fan tutte¡±. Algo as¨ª podr¨ªa haberse predicado de la magn¨ªfica direcci¨®n de Kent Nagano, que ya interpret¨® en 1991 la versi¨®n francesa de la ¨®pera en Lyon y que aqu¨ª ha dirigido en m¨¢s de una ocasi¨®n la producci¨®n de August Everding (¡°de la Edad de Piedra¡±, se escuch¨® comentar a un espectador al terminar la ¨®pera, pero muy preferible a la falsamente posmoderna que acaba de estrenarse). Los motivos asociados a cada uno de los personajes fueron siempre claramente audibles, al igual que el ropaje arm¨®nico que acompa?a varias de las frases clave de la ¨®pera, que son quiz¨¢s en las que estaba pensando Oscar Wilde cuando, en De profundis, la larga y dolorosa carta que escribi¨® en 1897 desde la c¨¢rcel de Reading y que se public¨® p¨®stumamente en 1905 con un t¨ªtulo tomado del ¨ªncipit del Salmo n¨²m. 130, escribi¨® a Lord Alfred Douglas (el dedicatario y supuesto traductor al ingl¨¦s de su Salome escrita originalmente en franc¨¦s) que su drama conten¨ªa ¡°estribillos cuyos motivos recurrentes convierten a Salome en algo parecido a una obra musical y le confieren unidad como una balada¡±. Nagano estuvo tambi¨¦n muy atento a resaltar y situar en primer plano los numerosos trinos, que funcionan muy probablemente como un poderoso s¨ªmbolo de inestabilidad, y, por encima de todo, fue el responsable casi en solitario de los ¨²nicos fogonazos de tensi¨®n y emoci¨®n aut¨¦nticas vividos en la ?pera de Hamburgo en la tarde del domingo.

Curiosamente, pr¨¢cticamente los ¨²nicos abucheos escuchados una vez terminado el espect¨¢culo fueron dirigidos al director de orquesta estadounidense, hay que pensar que m¨¢s por motivos espurios y ajenos o previos a la representaci¨®n (es Generalmusikdirektor en Hamburgo desde 2015) que por su actuaci¨®n, lo mejor sin duda de la tarde junto con la profesionalidad, la entrega y el buen hacer de Asmik Grigorian. El reparto al completo y, sobre todo, el equipo esc¨¦nico fueron aplaudidos, en cambio, sin fisuras y con gran entusiasmo. Sinti¨¦ndose uno irremediablemente solo, perdido, abandonado, en medio de un p¨²blico que persist¨ªa en sus bravos y aclamaciones, con solo contadas muestras de disensi¨®n, y ante la seguridad de que los Tcherniakovs y los Warlikowskis de turno seguir¨¢n recibiendo encargos sin cesar de los teatros de ¨®pera y los festivales europeos deseosos de apuntarse a este viaje a ninguna parte, dan ganas de entonar a modo de lema ¨Cy de despedida¨C el t¨ªtulo de aquella obra de teatro de Adolfo Marsillach: ¡°Yo me bajo en la pr¨®xima, ?y usted?¡±

Por suerte, y al igual que hiciera con su nuevo Anillo para la Staatsoper de Berl¨ªn el a?o pasado, la emisora cultural francoalemana ARTE emiti¨® en directo el estreno del domingo y, desde pocas horas despu¨¦s, se encuentra ya accesible tambi¨¦n en diferido en su p¨¢gina web, con subt¨ªtulos en espa?ol. Ello servir¨¢ para que todo aquel que est¨¦ interesado vea y escuche esta desdichada Salome hamburguesa a fin de anteponer a la opini¨®n aqu¨ª vertida la suya propia. Esa es la m¨¢s importante. Y la ¨²nica que cuenta.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es cr¨ªtico de m¨²sica cl¨¢sica de EL PA?S. Con formaci¨®n jur¨ªdica y musical, se decant¨® profesionalmente por la segunda. Adem¨¢s de tocarla, escribe, traduce y habla sobre m¨²sica, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

M¨¢s informaci¨®n

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