As¨ª suena la voz de un hipop¨®tamo: la Berlinale ense?a a hablar a animales, yetis y estatuas
De la biograf¨ªa del paquidermo de Pablo Escobar a un documental sobre las obras robadas en ?frica, varios t¨ªtulos presentados en el festival adoptan el punto de vista de especies no humanas y objetos inanimados
Los narradores no humanos llegan al cine de autor. Varios t¨ªtulos presentados en la Berlinale, que terminar¨¢ este s¨¢bado con el anuncio del palmar¨¦s oficial, han adoptado el punto de vista de rinocerontes, hom¨ªnidos y obras de arte robadas en la era colonial. Lo mismo sucede, de un tiempo a esta parte, en la literatura actual, en la que cada vez m¨¢s escritores, usando los recursos narrativos de las f¨¢bulas, relatan sus historias como si la flora, la fauna, los accidentes geogr¨¢ficos y los objetos inanimados tuvieran la facultad del lenguaje humano.
De todas esas pel¨ªculas, la mejor se titula Dahomey. Detr¨¢s de la vitrina del museo, en la oscuridad de una sala donde las luces se han apagado de repente, como en una c¨¢rcel al caer la noche, una efigie inanimada se pone a hablar. Forma parte de las 26 obras robadas por Francia en el siglo XIX al reino de Dahomey, a punto de ser devueltas a su lugar de origen, en el actual Ben¨ªn, la primera restituci¨®n impulsada por Emmanuel Macron, que en 2018 prometi¨® una devoluci¨®n generalizada de los fondos sustra¨ªdos por el ej¨¦rcito colonial. ?Justicia reparadora o gesto interesado para preservar la influencia francesa en la zona? Es una de las preguntas que suscita el documental de Mati Diop, directora francosenegalesa que entr¨® en todos los radares al ganar el Gran Premio en Cannes con un aplaudido debut, te?ido de sensibilidad poscolonial, que titul¨® Atlantique.
De entrada, su segunda pel¨ªcula tiene un aspecto modesto: se limita a seguir, a distancia prudencial, el regreso de esas obras, estatuillas de divinidades medio humanas y medio animales, y a filmar los debates que esa vuelta a casa gener¨® en una asamblea formada por j¨®venes universitarios de Cotonou, que fue convocada por la propia directora. Sin escudarse en una falsa ecuanimidad, Diop cede la palabra solo a esos benineses, que dejan claro que la restituci¨®n no es solo una compensaci¨®n simb¨®lica despu¨¦s de siglos de extractivismo y otras opresiones, sino un acto fundamental para reconstruir un imaginario cultural que apenas ha sobrevivido. ¡°Me crie con Disney, pero no con estas estatuas¡±, dice uno. Para eso sirve tambi¨¦n el cine, entre otras cosas menos importantes.
Dahomey no es solo un documento, sino tambi¨¦n un gesto po¨¦tico. La directora alterna las im¨¢genes documentales de este viaje de vuelta con una bell¨ªsima narraci¨®n, escrita por el autor haitiano Makenzy Orcel, que simula adoptar el punto de vista de uno de esos objetos inanimados. Es una voz oscura y profunda, como pasada por el tamiz sint¨¦tico de un vocoder, que reflexiona sobre la memoria y el exilio. El documental dura solo 67 minutos. ?Demasiado peque?o para el Oso de Oro? Ser¨ªa un error dejar fuera del palmar¨¦s a la mejor pel¨ªcula vista en un concurso ¨¢tono y olvidable.
¡®Dahomey¡¯ deja claro que la restituci¨®n del arte africano no es solo una compensaci¨®n simb¨®lica, sino un acto fundamental para reconstruir un imaginario cultural. Para eso sirve tambi¨¦n el cine
Incre¨ªble pero cierto: la voz improbable de esa obra de arte africana se parece mucho a la de uno de los hipop¨®tamos que formaron parte del zoo privado de Pablo Escobar, a unos 200 kil¨®metros de Medell¨ªn. El animal es el protagonista de Pepe, una delirante biograf¨ªa de ese paquidermo, que se dedica a narrar su vida desde su nacimiento en ?frica hasta su muerte en 2009, cuando intentaba escapar de la hacienda del narcotraficante como si fuera uno de aquellos cimarrones que, siglos atr¨¢s, quisieron dejar atr¨¢s su condici¨®n de esclavos.
El dominicano Nelson Carlo de los Santos firma uno de los t¨ªtulos m¨¢s originales y libres de la competici¨®n, que tambi¨¦n es una relativa decepci¨®n. Su principal virtud consiste en inventar un lenguaje cinematogr¨¢fico intransferible, hecho a medida para su pel¨ªcula, y en experimentar con ¨¦l casi en cada plano, hasta cuando eso la aboca al fracaso. El director se pierde y se encuentra varias veces a lo largo de una pel¨ªcula ins¨®lita e imperfecta, pero tambi¨¦n fieramente viva, que habla, seg¨²n su responsable, de la ¡°circularidad de la colonialidad¡±, circunstancia de la que cuesta mucho escapar.
Sasquatch Sunset es lo nuevo de los hermanos Zellner, que acaban de dirigir la serie The Curse. Presentada fuera de competici¨®n, la pel¨ªcula tambi¨¦n inventa un lenguaje, aunque sea solo a base de gru?idos, para una familia de Bigfoot o pies grandes, aquellos primates hom¨ªnidos avistados en alguna ocasi¨®n en las monta?as de Norteam¨¦rica. No hay un solo di¨¢logo inteligible en la pel¨ªcula, lo que no le impide sorprender, emocionar e instar a la reflexi¨®n, adem¨¢s de demostrar que el cine mainstream todav¨ªa no es del todo incapaz de aportar un ¨¢pice de fantas¨ªa y libertad formal a este medio.
Heredera de aquel cine de otras d¨¦cadas que mostr¨® una pronunciada fascinaci¨®n por los simios ¡ªsolo que esta vez en versi¨®n medianamente indie¡ª, Sasquatch Sunset es una pel¨ªcula tan b¨¢sica como entra?able, que usa con brillantez los c¨®digos del cine mudo y el humor f¨ªsico de los inicios del s¨¦ptimo arte para describir c¨®mo ese primo hermano del yeti aprendi¨® en qu¨¦ consist¨ªa el afecto, el amor, el sexo, la muerte y el dolor (o, en definitiva, c¨®mo aprendi¨® a ser humano). La pel¨ªcula cuestiona un tema estadounidense por antonomasia, que se va volviendo cada vez m¨¢s universal, a la luz de los ¨²ltimos acontecimientos planetarios: la posibilidad de volver a empezar, de regresar a aquel momento en que el paisaje era virgen y la civilizaci¨®n a¨²n no era un lodazal. Qu¨¦ tiempos aquellos, si es que alguna vez existieron.
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