Perros kamikaze, cerdos en llamas y burros bomba: animales en guerra
Un ensayo reconstruye el sacrificio militar de toda clase de especies, glorificadas por sus gestas en casos aislados pero olvidadas como v¨ªctimas
La ¨¦pica gusta, sin duda. Recordar a la paloma mensajera Cher Ami, que salv¨® de la muerte a 194 soldados americanos perdidos en los campos de la Gran Guerra, cerca de Verd¨²n, al ser capaz de entregar el mensaje con la ubicaci¨®n exacta del batall¨®n pese a llevar una bala alemana en el pecho y una pata colgando de un tend¨®n.
Gusta exaltar las gestas. La historia del boston bull terrier Stubby ¡ªSargento Stubby para los libros¡ª, cuyo olfato salv¨® de la muerte por gas mostaza a toda su compa?¨ªa y que captur¨® a un esp¨ªa alem¨¢n. O la leyenda del caballo Warrior, el equino brit¨¢nico que sobrevivi¨® a cuatro a?os de batallas y trincheras como las del Somme. O las peripecias del macaco Jackie, que alcanz¨® el rango de cabo en el ej¨¦rcito sudafricano durante la Gran Guerra. ?pica animal, con su lado de tragedia.
Pero luego est¨¢ lo que ha hecho David S¨¢nchez en su libro Animales de combate (Pinolia): un viaje por el sacrificio de millones de animales en los campos de guerra humanos. La cara m¨¢s olvidada del sinsentido que es la guerra. Y todo empez¨® con unos elefantes y unos cerdos en llamas.
S¨¢nchez tiene 42 a?os y ense?a Biolog¨ªa en un instituto de secundaria. Naci¨® en Herguijuela de la Sierra, Salamanca. De peque?o, sus padres cuidaban una peque?a granja con gallinas, conejos, palomas y unos gatos que amedrentaban a los ratones. Le gustaba la granja. Sin embargo, fueron aquellos elefantes que intimidaron a Alejandro Magno en el campo de batalla, y c¨®mo se contrarrest¨® su efecto con el uso de cerdos en llamas lanzados contra ellos con sus escalofriantes chillidos, lo que sigue provoc¨¢ndole la fascinaci¨®n que motiva este ensayo: un recorrido por las guerras de todos los tiempos y el papel involuntario del animal.
El volumen rescata historias de todos los tiempos. Las vasijas con serpientes venenosas que el cartagin¨¦s An¨ªbal Barca lanzaba contra los barcos enemigos del rey Eumenes II de P¨¦rgamo. Los 11 millones de equinos ¡ªcaballos, mulas, burros¡ª que murieron en la Gran Guerra como animales de transporte, carga y tiro. Los delfines adiestrados por la Rusia de Putin para el combate en aguas polares, o los cet¨¢ceos de Estados Unidos para localizar minas submarinas. Los camellos y asnos cargados con explosivos que los talibanes hacen estallar por control remoto en Afganist¨¢n. Las ratas albinas abocadas a la detecci¨®n de minas en la selva colombiana. Los dos mil perros kamikaze que en la batalla de Stalingrado lanz¨® el ej¨¦rcito sovi¨¦tico contra los tanques alemanes. Las doscientas mil palomas que en la Primera Guerra Mundial fueron obligadas a luchar como esp¨ªas y mensajeras. O los insectos reclutados para da?ar la agricultura, atacar al enemigo y transmitir enfermedades infecciosas.
El libro tambi¨¦n revisita sacrificios derivados de la guerra. Hay uno muy curioso. Tuvo lugar en el zool¨®gico de Par¨ªs durante el sitio prusiano de 1870. Era invierno y los parisinos estaban hambrientos y desesperados. Por eso no dudaron en comerse a los animales del Jardin des Plantes. Entre ellos, a Castor y a Pollux, los dos elefantes que hab¨ªan paseado a tantos ni?os de la capital. Ahora bien: no solo fue supervivencia. Hubo tambi¨¦n gula. Aquella Navidad, el restaurante del chef Alexandre ?tienne Choson sirvi¨® nuggets de camello frito, guiso de canguro, carne de ant¨ªlope con trufas, consom¨¦ de elefante y chuletas de oso con salsa de pimienta.
Otro caso extraordinario es el de los cientos de miles de gatos que las familias brit¨¢nicas, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, sacrificaron en su jard¨ªn. Los mataron en menos de una semana por orden del Comit¨¦ Nacional de Animales para la Prevenci¨®n de Ataques A¨¦reos. Parec¨ªa inminente el bombardeo alem¨¢n sobre las grandes ciudades y la orden fue sacrificar a los animales que no pudieran ser enviados al campo. Por compasi¨®n.
Un icono pop fue la muerte de Laika en la carrera espacial, otra clase de guerra. Cantaba Mecano que en la Tierra hay una perra menos y en el cielo una estrella m¨¢s. En realidad eran algunas estrellas m¨¢s. Porque la muerte de Laika fue precedida por otros 48 perros lanzados al espacio por el r¨¦gimen sovi¨¦tico. Belka, Strelka, Dezik, Tsygan, Lisa. Son nombres olvidados que compendia otro libro fundamental: Soviet Space Dogs (Fuel). Una veintena de estos perros astronauta perdi¨® la vida y desat¨® un merchandising omnipresente en la URSS, a la altura de leyendas ol¨ªmpicas o h¨¦roes de guerra. Tambi¨¦n la muerte en el espacio alcanz¨® a macacos, a ratones y hasta a las moscas lanzadas dentro de cohetes para que el hombre analizara el impacto de salir de la Tierra.
La investigaci¨®n de David S¨¢nchez traza una profusa galer¨ªa de salvajadas cometidas con los animales en las guerras. Pero tambi¨¦n muestra otras crueldades anheladas y hechas solo a medias. Por ejemplo, un programa americano desarrollado en 1941 bajo el nombre Rayos X. Pretend¨ªa lanzar miles de murci¨¦lagos contra las ciudades japonesas tras el ataque nip¨®n sobre Pearl Harbor. Cada murci¨¦lago llevar¨ªa encima unas peque?as bombas incendiarias de 17 gramos. Deb¨ªan provocar el terror en muchas casas de madera de bamb¨². No hizo falta. Las descargas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki evitaron el trabajo de estos drones de cart¨ªlago y huesos con los que se lleg¨® a experimentar.
Lo que no impidieron Little Boy y Fat Man fue otra operaci¨®n cruel llamada El Arca At¨®mica, un delirio propio de la Guerra Fr¨ªa. Con esta operaci¨®n, desplegada en el verano de 1946, Estados Unidos buscaba atemorizar a la Uni¨®n Sovi¨¦tica y tambi¨¦n investigar los efectos biol¨®gicos de las armas nucleares. Como narra el autor de Animales de combate, en un remoto archipi¨¦lago del Pac¨ªfico ¡ªel atol¨®n Bikini¡ª, la marina norteamericana deton¨® una bomba nuclear contra unas embarcaciones que hab¨ªa llenado con 200 cerdos, 60 conejillos de indias, 204 cabras, 5.000 ratas, 200 ratones y muchos insectos. Un tercio de los ejemplares muri¨® por la detonaci¨®n o a causa de la radiaci¨®n. Esa bomba en Nueva York hubiera matado a dos millones de personas. En el atol¨®n Bikini fueron animales. Y casi nadie los recuerda.
David S¨¢nchez explica a EL PA?S que la propia evoluci¨®n de la guerra ha aminorado el uso de los animales en combate.
¡ªLos veh¨ªculos motorizados sustituyeron a los caballos; las telecomunicaciones sin hilos a las palomas mensajeras; los carros de combate a los elefantes. Existe una legislaci¨®n firme y cada vez hay m¨¢s gente concienciada por el respeto animal. Sin embargo, a d¨ªa de hoy se siguen utilizando animales para la experimentaci¨®n militar. Porque el ser humano es una especie ego¨ªsta. Lo fue, lo es y lo ser¨¢ en el futuro. Y si nuevamente tiene que hacer uso de los animales para lograr sus fines, los acabar¨¢ empleando, al margen de las consecuencias.
Este desencanto con la especie humana late con fuerza en una de las historias de su ensayo. Sucedi¨® en la m¨ªtica tregua de Navidad de 1914. Y el protagonista fue un gato. Los franceses lo llamaban F¨¦lix. Los alemanes lo llamaban Hans. Unos y otros, desde su respectivo lado de la trinchera, hab¨ªan acordado un alto el fuego en la primera Nochebuena del conflicto. Los soldados estaban hartos del fango, el fr¨ªo y el aburrimiento. Aquel d¨ªa se cantaron villancicos, hubo ceremonias para enterrar a los muertos y se jugaron partidos de f¨²tbol entre enemigos. Hasta se intercambiaron regalos. F¨¦lix medi¨® en ese acercamiento. Los franceses lo mandaban como mensajero para llevarles al enemigo peque?os regalos atados a su collar. Los alemanes lo devolv¨ªan, con otros detalles anudados, hacia la trinchera rival. Una bonita historia de Navidad.
Babelia
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