Martha Argerich, una leyenda del piano con veinte dedos
La pianista argentina vuelve a poner en pie al Palau de la M¨²sica Catalana con un recital a dos pianos y cuatro manos, esta vez con el surcoreano Dong-Hyek Lim
¡°Nos apretamos frente al piano y tocamos a cuatro manos en fa menor; dos cocheros en el mismo carruaje, resulta un poco rid¨ªculo. / Las manos parecen cambiar de sitio objetos tintineantes de ac¨¢ para all¨¢, como si toc¨¢semos los contrapesos, en un intento de afectar el terrible equilibrio de la balanza: alegr¨ªa y sufrimiento pesan exactamente igual¡±. Estos extensos versos del poema Schubertiana, del Nobel sueco Tomas Transtr?mer, sirven para ilustrar idealmente el inicio del recital a cuatro manos y dos pianos de Martha Argerich (Buenos Aires, 82 a?os), el pasado martes, 9 de abril, en Barcelona.
La legendaria pianista argentina regresaba, exactamente dos a?os despu¨¦s, al ciclo de Ibercamera, en un Palau de la M¨²sica Catalana completamente a rebosar que la recibi¨® con una calurosa ovaci¨®n. Si en aquella ocasi¨®n lo hizo en compa?¨ªa del pianista Nelson Goerner, con quien toc¨® hace pocos d¨ªas en Madrid, esta vez actu¨® junto al surcoreano Dong-Hyek Lim (Se¨²l, 39 a?os).
Resulta curioso leer, dentro del libro de Olivier Bellamy, Martha Argerich: L¡¯enfant et les sortil¨¨ges (Buchet/Chastel, 2013), lo poco que le gustaba al principio el fraternal g¨¦nero del recital a dos pianos y cuatro manos. Lo descubri¨®, en 1977, en compa?¨ªa de su querido Stephen Kovacevich, con quien grab¨® un disco inolvidable para Philips con obras de Mozart, Debussy y Bart¨®k. Y, en adelante, ha compartido escenario y teclado con grandes colegas, como Nelson Freire, pero tambi¨¦n con j¨®venes artistas que apoya y trata de dar a conocer al p¨²blico.
Es el caso de este pianista surcoreano. Un m¨²sico con un nutrido curr¨ªculo de premios internacionales y una s¨®lida formaci¨®n adicional en Rusia, Alemania y Estados Unidos. En 2002 hizo su debut discogr¨¢fico en la antigua EMI, dentro de la serie Martha Argerich Presents, y prosigui¨® despu¨¦s como artista de Warner Classics. Pero ha mantenido su v¨ªnculo con la pianista argentina y, en 2019, complet¨® su lanzamiento dedicado al Segundo concierto, de Rajm¨¢ninov, con un registro de las Danzas sinf¨®nicas a dos pianos junto a ella, la misma composici¨®n escuchada en la segunda parte.
El recital arranc¨® con la peculiar situaci¨®n que evoca Transtr?mer. Dos pianistas tocando la Fantas¨ªa en fa menor, D 940, de Schubert, sentados uno junto a otro y con sus banquetas verticales al teclado. Pero no fue nada ¡°rid¨ªculo¡±, sino m¨¢s bien entra?able. Lim parec¨ªa acurrucado tocando al lado de quien siempre ha considerado su ¡°madre musical¡±. El surcoreano ocup¨® la parte derecha (indicada como primo), con los pasajes m¨¢s mel¨®dicos, y Argerich gobern¨® la obra desde los pedales y la parte izquierda (secondo en la partitura).
Fue ella quien arranc¨® la obra, acompa?ando una de las melod¨ªas m¨¢s conmovedoras de Schubert. Un tema de ritmos punteados con una inquietante apoyatura ascendente asociado a un salto de cuarta que quiz¨¢ retrate a la princesa Caroline Esterhazy. A ella dedic¨® Schubert esta partitura redactada en los primeros meses de 1828 y poco antes de su prematura muerte a los 31 a?os. Lim dibuj¨® esa melod¨ªa con encanto y flexibilidad, pero no encontr¨® la suspensi¨®n a la que alude Transtr?mer (¡°alegr¨ªa y sufrimiento pesan exactamente igual¡±) con esos giros entre fa menor y fa mayor. Y Argerich se adue?¨® del segundo tema, que tambi¨¦n evoca el poeta sueco (¡°esta m¨²sica es tan heroica¡±).
Las dos secciones centrales fueron muy superiores. El largo arranc¨® con una trepidante transici¨®n de fa menor a fa sostenido menor. Una escena oper¨ªstica que, tras un imponente recitativo, se convierte en un d¨²o de amor para soprano y bajo entre la mano derecha de Lim y la izquierda de Argerich. La misma compenetraci¨®n can¨®nica brill¨® en el allegro vivace, un scherzo que son¨® algo sobrecargado y tuvo en su tr¨ªo en re mayor su punto m¨¢s alto. Pero Schubert vuelve sobre el bell¨ªsimo inicio y revisa el referido motivo heroico, ahora convertido en un doble fugato, hasta llevarlo al cl¨ªmax. Fue lo mejor de toda la obra junto con el emotivo final, a punto de ser arruinado por un m¨®vil, donde el acorde que cierra la obra alivia las disonancias que evocan la muerte.
La primera parte termin¨® con la Suite n¨²m. 2 para dos pianos, op. 17, de Rajm¨¢ninov, que sustitu¨ªa a la sonata mozartiana K. 448. Una obra de 1901 coet¨¢nea del famoso Segundo concierto para piano. Lo comprobamos en el perfume sonoro de la secci¨®n central de la marcha que abre la obra. Ahora Argerich asumi¨® el piano primero y todo comenz¨® de forma algo accidentada, pues la argentina decidi¨® adelantar el ritardando previo a la coda que cierra el primer movimiento. Pero el presto siguiente fue uno de los momentos culminantes de la noche. Argerich y Lim se convirtieron en un pianista de 20 dedos, ya que resultaba indistinguible quien llevaba la voz cantante. Y en el romance a?adieron, a la fluidez precedente, una dosis extra de expresividad. Pero fue la trepidante tarantela final donde la densa escritura de Rajm¨¢ninov alcanz¨® proporciones sinf¨®nicas.
Tras el descanso, Argerich y Lim se intercambiaron los papeles para tocar las Danzas sinf¨®nicas, la ¨²ltima partitura importante de Rajm¨¢ninov, en el arreglo para dos pianos que el compositor estren¨® junto a Vladimir Horowitz. La interpretaci¨®n, que volvi¨® a liderar Argerich, no perdi¨® un ¨¢pice de intensidad sinf¨®nica. Y lo comprobamos, en la exposici¨®n del primer movimiento, con las atronadoras octavas de la pianista argentina, en el registro grave, que parec¨ªan emitidas por la secci¨®n de viento metal de una orquesta. Lim cant¨® con gran belleza en la secci¨®n central, donde el compositor evoca la contemplativa melod¨ªa de su juvenil canci¨®n La musa, op. 34 n¨²m. 1. Pero le falt¨® una pizca de nostalgia, un poco m¨¢s adelante, cuando recuerda el tema principal del movimiento que abre su Primera sinfon¨ªa, que cre¨ªa perdida.
El segundo movimiento fue otro de los puntos culminantes de la noche. Tras un arranque idealmente macabro de Lim, Argerich cant¨® a placer el vals triste y condujo un imponente cl¨ªmax de vertiente sinf¨®nica. La obra concluy¨® con un fren¨¦tico movimiento final con una admirable secci¨®n central, de aroma espa?ol, donde Argerich volvi¨® a desplegar su hechizo sonoro.
La ovaci¨®n final puso en pie a todo el Palau y varios admiradores entregaron ramos de flores a la pianista argentina. Argerich y Lim tocaron como propina el molto allegro final de la Sonata para dos pianos, K. 448, de Mozart, precisamente la obra sustituida en el programa original. Fue otra interpretaci¨®n donde la argentina pareci¨® desdoblarse en un pianista de 20 dedos lleno de naturalidad e intuici¨®n.
El recital estuvo dedicado a la memoria de Maurizio Pollini, fallecido el 23 de marzo. Con ¨¦l comparti¨® Argerich la victoria en el Concurso Chopin de Varsovia, con cinco a?os de diferencia. Si en 1960, el italiano personific¨® un estilo m¨¢s riguroso y objetivo con una t¨¦cnica admirable, la argentina encarn¨®, en 1965, un acercamiento m¨¢s expresivo e imaginativo. Una forma de tocar que, a sus 82 a?os, parece inmune al paso del tiempo.
Martha Argerich & Dong-Hyek Lim
Obras de Schubert y Rajmáninov. Martha Argerich & Dong-Hyek Lim, pianos.
Ibercamera. Palau de la Música Catalana, 9 de abril.
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