Benidorm absurdo, masivo y ¡®kitsch¡¯: ¡°Es un fest¨ªn para entrenar la mirada¡±
La ciudad de vacaciones, sobre la que pesa un largo estigma de horterez populachera, tambi¨¦n genera pasiones art¨ªsticas y se aborda con frecuencia en productos culturales
En Benidorm un payaso triste arrastra los pies y entra en este y ese bar nocturno. En Benidorm se venden camisetas fluorescentes que dicen suck my dick, y lick my pussy, y las chicas buenas van al cielo, las malas, a Benidorm. En Benidorm una gran cruz en la monta?a trata de exorcizar el vicio y el biquini. Benidorm, que est¨¢ hecho de hormig¨®n, cervezas y ne¨®n, tambi¨¦n es un lugar mitol¨®gico fabricado con ideas y con sue?os. Pese a un largo estigma de horterez populachera, sabe levantar pasiones y se aborda con frecuencia en los productos culturales.
¡°Benidorm es una isla desierta en lo cultural, pero luego, si sabes escuchar, es una ciudad que cuenta cosas, que cuenta historias¡±, dice la escritora Esther Garc¨ªa Llovet. En Spanish Beauty (Anagrama), una negr¨ªsima novela con mafiosos rusos, fiestas y secuestros, antros s¨®rdidos y rascacielos, la autora se introduce en los bajos fondos de la ciudad de vacaciones. ¡°Esta ciudad, tan cinematogr¨¢fica, con esas luces nocturnas, tiene algo muy bueno para la novela negra: es muy f¨¢cil perderse en el anonimato¡±, dice la escritora. ¡°La Espa?a vac¨ªa no me llama para perderme, necesito la Espa?a muy llena¡±.
En Benidorm las torres rascan el cielo como en Manhattan y los patinadores surcan el paseo como en Venice. En Benidorm los jubilados hablan de tumores en la playa y un gorila gigante abraza un grupo de mujeres festivas. En Benidorm un sexagenario brit¨¢nico de piel canela y origen indio se acerca a medianoche y asegura llevar m¨¢s de 12 horas en la barra. Benidorm inspira infinitos textos veraniegos, como este.
¡°Me flipa el arco dram¨¢tico de Benidorm, c¨®mo aquel peque?o pueblo de pescadores se convirti¨® en lo que es hoy¡±, dice Elisa Ferrer, autora de El holand¨¦s (Tusquets). Su novela se basa en un caso real: el del hombre que hizo una fortuna vendiendo el ¨²ltimo solar sin edificar de la playa de Poniente. Le gusta la historia de c¨®mo se democratiz¨® el turismo en Benidorm, cuando no todo el mundo pod¨ªa irse de vacaciones: ¡°Eso es lo que veo cuando estoy all¨ª, que todo el mundo es feliz¡±, dice. Aunque todo tiene dos caras: ¡°Supongo que la gente que trabaja no tiene una visi¨®n tan alegre¡±.
En Benidorm, la hija de Sticky Vicky sigue haciendo su acrobacia vaginal, aunque Mar¨ªa Jes¨²s ya no pone a bailar a los pajaritos con su acorde¨®n. En Benidorm los clientes practican la caza-recolecci¨®n en el buffet libre, creando monstruos gastron¨®micos sobre el plato. En Benidorm el plato t¨ªpico es el carbohidrato alegre: la pizza hawaiana, la smash burger, y una inopinada variedad de pintxos vascos. Helados vintage, banana split, pijama, fish & chips, sex on the beach servido en las hamacas.
En Nieva en Benidorm, Isabel Coixet retrata una ciudad hipn¨®tica en la que un hombre brit¨¢nico, solitario y mani¨¢tico se adentra en la vida de su hermano desaparecido, que regenta un club de burlesque. ¡°Benidorm es una amalgama de lugares y no lugares, de t¨®picos y paradojas y sorpresas, de cielos furiosamente azules y de atardeceres apabullantes. Es un fest¨ªn para entrenar la mirada. Un fest¨ªn que recomiendo¡±, escrib¨ªa la cineasta en este peri¨®dico.
En Benidorm el turismo brit¨¢nico tiene un p¨¦simo gusto en el vestir pero un extraordinario gusto musical. En Benidorm siguen actuando cada noche David Bowie, Bob Marley y Elvis Presley. En Benidorm un hombre enjuto y viejo duerme la siesta, con la gorra rojigualda, bajo una palmera, como arrojado desde el cielo. En Benidorm hay turistas con la piel enrojecida, el pectoral hinchado, el paso err¨¢tico y los ojos nublados de placer.
En el filme de Coixet se recuerdan aquellas m¨ªticas cinco semanas que la pareja de poetas formada por Sylvia Plath y Ted Hugues pas¨® en la ciudad durante su luna de miel, en 1956. La poeta le escribir¨ªa cartas a su madre hablando de ¡°aquel mar azul centelleante, la limpia curva de sus playas, sus inmaculadas casas y calles ¨Ctodo, con una peque?a y relumbrante ciudad de ensue?o¡±. Este lugar solo estaba empezando a ser lo que despu¨¦s ser¨ªa, lo que ahora es. ¡°Sent¨ª instintivamente, igual que Ted, que ¨¦se era nuestro sitio¡±, dijo Plath.
En Benidorm hay un enorme cisne hinchable y rosa en cada tienda, y robots centelleantes, y perritos aut¨®matas, y enormes colecciones de gafas de sol por cuatro duros. En Benidorm un hombre con acondroplasia se gana la vida siendo esposado a los que celebran su despedida de soltero. En Benidorm cuatro enormes estatuas de los Beatles convierten la calle Gerona en Abbey Road. En Benidorm se ofrecen fustas, tangas, dildos, cueros negros para las formas m¨¢s hermosas del amor.
El fot¨®grafo brit¨¢nico Martin Parr se enamor¨® de Benidorm en los a?os 90 y durante m¨¢s de 20 a?os ha persistido visitando la ciudad y retratando el lado m¨¢s absurdo, kitsch y colorido del turismo. Tuvo un precedente (y amigo) espa?ol: Carlos P¨¦rez Siquier, fallecido en 2021, que en los mismos t¨¦rminos de color refulgente e iron¨ªa retrat¨® el turismo rampante en su serie La playa desde los a?os setenta. Parr y Siquier, sorollas inversos, muestran lo artificioso del sol y playa contempor¨¢neos, sus pl¨¢sticos y tanorexias, la realidad de los cuerpos lejos de los anuncios publicitarios y las poses praxitelianas.
En Benidorm est¨¢n el cuerpo terso y joven y la lorza de la edad madura. Hay sexo en vivo en los garitos, pantallas gigantes para ver cualquier tipo de deporte, verdadera afici¨®n al minigolf. En Benidorm ondean las banderas arco¨ªris y se juega al bingo en los hoteles. En Benidorm prefieren domar a los toros mec¨¢nicos que clavarles banderillas. Resuenan las m¨¢quinas recreativas, la bolera, el carrusel, el punching ball. En una tienda hay un bate b¨¦isbol que dice Benidorm. Todo brilla y tienta y refulge en Benidorm. En Benidorm una ni?a, al borde del mar, se enfrenta a las olas y dice: ¡°No, parad, no quiero, no sig¨¢is¡±.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.