Cambiar la vida, transformarla
Ahora casi todo en el planeta Tierra es ¡°surrealista¡±, y el adjetivo no puede estar m¨¢s desgastado
Hoy se cumplen exactamente cien a?os y un d¨ªa de la aparici¨®n en Par¨ªs del primer Manifiesto Surrealista. Lo escribi¨® Andr¨¦ Breton y algo o mucho habr¨¢n ya le¨ªdo sobre este centenario. Entre lo m¨¢s remarcable del Manifiesto est¨¢ la apertura: ¡°Tanta fe se tiene en la vida, en la vida en su aspecto m¨¢s precario, en la vida real, naturalmente, que la fe acaba por desaparecer¡±. Y as¨ª fue, y as¨ª ha sido, la fe desaparecida ha influido en ciertas mutaciones sociales y art¨ªsticas. Quiz¨¢s por eso, el cat¨¢logo de la gran exposici¨®n del Pompidou de Par¨ªs sugiere una fusi¨®n entre Marx y Rimbaud. El primero habl¨® de transformar el mundo, y el segundo de cambiar la vida. Dentro de la confusi¨®n general de los cambios, algo parece hoy claro: ahora casi todo en el planeta Tierra es ¡°surrealista¡±, y el adjetivo no puede estar m¨¢s desgastado, lo cual no deja de ser tambi¨¦n surrealista.
En la exposici¨®n del Pompidou se combinan pinturas, dibujos, filmes, fotograf¨ªas y documentos literarios. Cerca del 40% de las figuras seleccionadas son mujeres. Entre ellas, la hispano-mexicana Remedios Varo, Ithell Colquhoun, Dora Maar, Leonora Carrington, Unica Z¨¹rn, Leonor Fini¡ Y se presentan obras de los artistas m¨¢s emblem¨¢ticos del movimiento, todos expulsados, oficialmente o no, por Breton al verse ¡ªdig¨¢moslo claro¡ª superado por ellos.
El recorrido por el Pompidou acoge figuras literarias que inspiraron el movimiento (Lautr¨¦amont, Sade, Lewis Carroll) y los principios po¨¦ticos que estructuraron su imaginario (el sue?o, la piedra filosofal, el bosque, el romanticismo, etc.). Y en el centro mismo de la exposici¨®n est¨¢ el tambor que alberga el manuscrito original del Manifiesto, prestado por la Biblioteca Nacional de Francia. La exhibici¨®n de ese ¡°documento ¨²nico¡± est¨¢ arropada por una proyecci¨®n multimedia que arroja luz sobre su g¨¦nesis y su significado y que por su grandeur puede recordarnos tanto a la m¨¢quina papal de expulsar infieles de Breton (a quien, eso s¨ª, siempre le aplaudiremos Nadja, su novela sin novela) como a la ceremonia inaugural de los Juegos Ol¨ªmpicos con su Sena contaminado y la vida en rosa.
De tantos d¨ªas surrealistas, cuando ya todo es ambiguo, dudoso, meramente aproximado y muy confuso, quedan las luces y las sombras. Y entre las sombras un s¨®rdido suceso lateral que rescat¨® del olvido Roberto Calasso y demuestra lo contaminado que naci¨® el movimiento, algo nada extra?o si, como dec¨ªa Macedonio Fern¨¢ndez, ¡°es indudable que las cosas no comienzan cuando se las inventa¡±.
El suceso tuvo lugar en el funeral de Anatole France, no mucho despu¨¦s del Primer Manifiesto. El cortejo f¨²nebre fue seguido por un grupo de surrealistas que lo ridiculizaban, que despreciaban la popularidad del escritor y su estilo momificado y le insultaban llam¨¢ndole ¡°cad¨¢ver literario¡± al un¨ªsono, a cada paso que daban. En la densa historia de las vanguardias ¡ªescribi¨® Calasso¡ª acaso nunca se alcanz¨® otro punto de bajeza comparable con este.
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