¡®Pedro P¨¢ramo¡¯: la correcci¨®n de una adaptaci¨®n imposible

Adaptar al cine Pedro P¨¢ramo, una de las grandes obras de la literatura universal y punta de lanza de la renovaci¨®n de la narrativa latinoamericana, es una de esas empresas condenadas al fracaso. Nada nuevo: tambi¨¦n es imposible trasladar a la pantalla Moby Dick, Ulises o el Quijote, aunque ah¨ª est¨¦n los intentos de hacerlo, algunos de ellos con imborrables destellos.

De Pedro P¨¢ramo existen al menos dos versiones anteriores a esta, la de 1967, de Carlos Velo, en cuya escritura particip¨® Carlos Fuentes, y, 10 a?os despu¨¦s, la de Jos¨¦ Bola?os, con sus casi tres horas de duraci¨®n. La principal dificultad siempre fue la misma: capturar en im¨¢genes un tiempo circular en el que habitan las pobres ¨¢nimas del desierto de Juan Rulfo; hacer real un lugar imaginario, heredero a su manera del condado de Yoknapatawpha de Faulkner, en el que emerge un mundo de ultratumba cercano a lo fant¨¢stico que atrapa al lector en una tela de ara?a plagada de voces y fantasmas. Pedro P¨¢ramo es una novela sobre la orfandad y sobre la b¨²squeda del origen cuyo legendario arranque ¡ª¡±Vine a Comala porque me dijeron que aqu¨ª viv¨ªa mi padre, un tal Pedro P¨¢ramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le dije que vendr¨ªa a verlo en cuanto ella muriera¡±¡ª abre la versi¨®n que ahora estrena Netflix mientras la c¨¢mara se sumerge en el fondo de la tierra y en sus ra¨ªces.

Dirigida por el mexicano Rodrigo Prieto ¡ªuno de los directores de fotograf¨ªa m¨¢s reconocidos de la industria actual, capaz de filmar en un mismo curso Barbie y Los asesinos de la luna¡ª, esta adaptaci¨®n est¨¢ escrita por el espa?ol Mateo Gil, que llevaba tiempo acariciando la posibilidad de dirigirla ¨¦l mismo. Prieto y Gil conforman un interesante t¨¢ndem para una versi¨®n sorprendente en su escritura, mucho m¨¢s atenta a la forma original de la obra que las dos anteriores adaptaciones. Con ese material, Prieto ilustra la compleja estructura de tiempo suspendido y voces mecidas por el viento de la novela, pero, por desgracia, ese cuidado se queda en la mera traducci¨®n, sin proponer un lugar propio, lo que acaba desbaratando la posibilidad de una lectura audiovisual de m¨¢s calado. Solo siendo profundamente personal el director habr¨ªa podido arrojar luz sobre una obra tan universal.

A pocas semanas del estreno tambi¨¦n en Netflix de la serie sobre Cien a?os de soledad (Garc¨ªa Marquez siempre admiti¨® el enorme eco de Pedro P¨¢ramo en su obra), parece obvio que esta adaptaci¨®n no pretende seducir a los lectores de Rulfo. Tampoco, mucho nos tememos, atraer¨¢ a nuevos fieles a su breve obra, quiz¨¢ porque la literalidad de la pel¨ªcula parad¨®jicamente no logra transmitir el poderoso car¨¢cter experimental y po¨¦tico del texto, por m¨¢s que permita al espectador creer que ha le¨ªdo la novela sin haberlo hecho.

Prieto confronta las sombras de los murmullos de Comala, narrados por Juan Preciado, el hijo que regresa buscando al padre, con la luz brillante del pasado, en la que ese progenitor buscado se presenta como un Ciudadano Kane del mundo rural mexicano atravesado por su propio Rosebud: Susana San Juan, su amor de la infancia. Son ese relato y sus vistosos asideros realistas (con alg¨²n a?adido innecesario en forma de sue?o medio er¨®tico en blanco y negro) los que finalmente priman por encima de lo dem¨¢s, reduciendo la historia a su trama m¨¢s obvia, ese amor imposible que sobrevuela al t¨®tem del gran cacique, cuyo ¡°rencor vivo¡± no acaba de aflorar, aunque el actor Manuel Garc¨ªa Rulfo encarne con magnetismo al gran patriarca.

En los a?os sesenta, tras escribir el largometraje El gallo de oro, guionizado por Fuentes y Garc¨ªa M¨¢rquez, y los mediometrajes experimentales El despojo y La f¨®rmula secreta, Rulfo expres¨® su desencanto con el cine de su pa¨ªs, tach¨¢ndolo de ¡°mec¨¢nico¡±, ¡°con escenarios de cart¨®n¡±. La nueva versi¨®n de su novela no se siente de cart¨®n ¡ªel dise?o de producci¨®n, los efectos visuales o la banda sonora lo impiden¡ª, pero s¨ª resulta mec¨¢nica, con un color lustroso que hace echar de menos el misterio antropol¨®gico del legado fotogr¨¢fico de Rulfo y su c¨¢mara Rolleiflex. En definitiva, un conjunto correcto que quiz¨¢ por eso mismo acaba chocando con la polvorienta tristeza que transmite la po¨¦tica de Rulfo y sus fantasmas sin rostro.