El Pupas son los otros
Oblak acaba con todas las maldiciones del Atl¨¦tico en Champions vestido de amarillo y con el n¨²mero 13
No existe mejor camino para abolir la supercher¨ªa que re¨ªrse de ella. Vestirse de amarillo el d¨ªa de la funci¨®n. Colocarse el n¨²mero 13 en la espalda. Y hacerlo un martes, de tal forma que el sacerdote Oblak ya hab¨ªa detenido el penalti antes de que M¨¹ller se apresurara a malograrlo. Lo sab¨ªamos.
Supimos entonces los atl¨¦ticos que jugar¨ªamos la final de Mil¨¢n, como ahora ya sabemos que vamos a ganarla. Oblak nos reanim¨® del infarto cuando algunos aficionados a punto est¨¢bamos de llamar al Samur, alegor¨ªa de un partido que requiri¨® medicaci¨®n como requerir¨¢ convalecencia.
Y no hablo de peligrosos estupefacientes. Nos hizo falta una vulgar biodramina para sobreponernos al mareo del bal¨®n del Bayern en la opulencia del primer tiempo. Y nos recetamos un lexat¨ªn cuando Torres dispar¨® el penal al mismo sitio donde lo hab¨ªa desperdiciado M¨¹ller.
Y fue entonces cuando los segundos se hicieron minutos. Y cuando el tiempo a?adido pareci¨® una pr¨®rroga. Y cuando nuestro cansancio f¨ªsico y psicol¨®gico se amonton¨® hasta el punto de pedirle el cambio a Simeone. Hablo del telespectador. De la soluci¨®n de llamar a un vecino para cederle el puesto en el sof¨¢, en plan, ocupa mi sitio que yo no puedo m¨¢s, de tanto mirar el partido de pie y de no mirarlo. Y de tanta blasfemia. Y de tantas alusiones metaf¨®ricas a la resistencia de Stalingrado.
La tranquilidad nos la proporcionaba Oblak como acr¨®bata del Circo del Sol. Que no era un portero. Era un coloso, era un atlante llevando el equipo sobre los hombros y desenmascarando uno a uno todos, por su nombre, todos los fantasmas del Atleti: el Bayern, el gol de Schwarzenbeck, el Pupas, la maldici¨®n del ¨²ltimo y pen¨²ltimo minuto, la antigua tradici¨®n de ahogarse en el umbral de la orilla, la hermosa coreograf¨ªa del sufrimiento sin premio.
Entiendo que son razones particulares y hasta sentimentales. Comprendo incluso la frustraci¨®n y la estupefacci¨®n que haya supuesto para un espectador de Valpara¨ªso o de Estocolmo la victoria del antiguardiolismo en su precariedad balomp¨¦dica y sus limitaciones est¨¦ticas.
No quiero ponerme en su lugar, incluso cuando su lugar delante del televisor obedezca a una posici¨®n as¨¦ptica y desapasionada. No fue un partido de f¨²tbol, por mucho que lo pareciera. El Allianz Arena alojaba un ritual cat¨¢rtico, una consagraci¨®n del Atl¨¦tico de Madrid en su viaje de iniciaci¨®n hacia la hegemon¨ªa. No caben rivales m¨¢s duros que el Barcelona y el Bayern en ese camino, ni se conciben mayores esfuerzos de resistencia entre los aficionados, pero el relato de redenci¨®n que nos ha inculcado e inoculado Manit¨² Simeone exige la victoria sobre el Madrid en la final. Lo dice Wagner en Parsifal: s¨®lo la lanza que te hiri¨® podr¨¢ sanarte.
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