La Rep¨²blica Ol¨ªmpica
Las individualidades predominan ante todo lo que se pone en juego: patria, raza, clases sociales, sexo
Donde hay pobres tambi¨¦n hay ¡ªy debe haber¡ª profesionalismo. Esto, desde la antig¨¹edad, reza para el servicio militar, la pol¨ªtica y el deporte. La milicia fue asunto de caballeros en la Grecia cl¨¢sica hasta que la necesidad de enfrentar las masas del Oriente, en las Guerras M¨¦dicas, impuso convocar a pobres y esclavos. Luego de la guerra, ?se imped¨ªa que el mejor jabalinista, h¨¦roe militar, se entrenara a tiempo completo para brillar en la Olimpiada? Imposible, porque el orgullo de cada ciudad, conduc¨ªa a mantener a ese soldado y deportista que aparec¨ªa como una nueva clase. Parte de las fiestas en homenaje a Zeus, tambi¨¦n invocaban a la paz, imponiendo una pausa a los conflictos. Por su parte la pol¨ªtica, oficio aristocr¨¢tico en una democracia de pocos ciudadanos, requiri¨® tambi¨¦n del dinero para que los comunes pudieran integrar la Asamblea y as¨ª fue que el irrepetible Pericles, a mediados del siglo V A.C. estableci¨® la ¡°mistoforia¡±, o sea, la dieta que se pagaba a quien ocupaba un cargo p¨²blico.
Con estos recuerdos estamos diciendo que el amateurismo, tantas veces recordado con nostalgia en estos d¨ªas ol¨ªmpicos, estuvo indisolublemente ligado a la sociedad aristocr¨¢tica. Dudoso valor, entonces, para pena del Bar¨®n de Coubertin, que reflot¨® los hist¨®ricos juegos pensando en la competici¨®n por la honra individual y aborreciendo de esos ¡°medalleros¡± que en nuestros d¨ªas miden la ¡°superioridad¡± de unas sociedades sobre otras. De paso digamos que en esto de los ¡°medalleros¡± ten¨ªa raz¨®n, porque tanta bandera, tantos himnos y tanta acumulaci¨®n de preseas termina siendo el motivo de una explotaci¨®n pol¨ªtica inicua. De la que fue paradigma el intento hitlerista de 1936, desinflado por Jesse Owens, el glorioso negro que desafi¨® a la germ¨¢nica ¡°raza aria¡± en Berl¨ªn, aunque tampoco en su patria pod¨ªa usar el ascensor principal en un hotel de lujo, ni aun para asistir a un acto en su homenaje¡
El profesionalismo se termin¨® imponiendo en los Juegos por la obvia raz¨®n de que si no estaban las verdaderas estrellas del deporte, ellos languidec¨ªan, con d¨¦bil financiaci¨®n televisiva. Paso a paso, as¨ª fue afianz¨¢ndose, en buena regla, para llegar a la notable difusi¨®n de hoy. Naturalmente, esta profesionalidad, sumada a un nacionalismo patol¨®gico, ha llevado a excesos en buena hora combatidos. Lo ocurrido en estos ¨²ltimos juegos con los atletas rusos ha sido un ejemplo clamoroso de una pr¨¢ctica que ya ven¨ªa desde los tiempos de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y que hab¨ªan conducido a un verdadero dopaje de Estado, porque ya no eran los competidores los que recurr¨ªan al artificio sino que las propias autoridades lo organizaban como una estrategia nacional.
Patria, raza, clases sociales, sexo¡ todo se pone en juego en este espect¨¢culo universal. Y lo bueno es que, pese a todos los pesares, son las individualidades las que terminan predominando. La admiraci¨®n, el aplauso, la fama, son para quienes lo ganan compitiendo. Y en esa hora de la gloria no hay razas postergadas ni sexos subordinados. Michael Phelps, Usain Bolt o Simone Biles son cumplidos ejemplos. Que a todos nos reconcilian con el deporte, el arte y ¡ªaunque parezca pomposo¡ª los valores republicanos tan trabajosamente construidos desde nuestra civilizaci¨®n occidental.
Julio Mar¨ªa Sanguinetti fue presidente de Uruguay.
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