El ¡®no baile¡¯ de los campeones
El espa?ol lleg¨® de madrugada a la fiesta reservada a los ganadores, donde Venus Williams se qued¨® sin sacarle a la pista
Iluminada por unas luces moradas y verdes, Venus Williams empu?a un micr¨®fono y dice: ¡°Es una pena que los campeones ya no est¨¦n obligados a bailar¡±. Es julio de 2008, y en el hotel Intercontinental de Park Lane (Londres) se celebra una exclusiva cena de etiqueta para los socios del club de Wimbledon y los ganadores del torneo en todas sus categor¨ªas. Rafael Nadal llega de madrugada. Desmelenado, una pajarita atrapa el cuello del campe¨®n de 22 a?os. El mallorqu¨ªn acaba de ganarle a Roger Federer la final m¨¢s larga de la historia (4h 48m), y no est¨¢ para bailes. M¨¢s de 40 a?os despu¨¦s del triunfo de Manuel Santana, un espa?ol ha vuelto a conquistar el t¨ªtulo masculino en el templo de la hierba.
La celebraci¨®n empieza bien pasada la medianoche. Nadal entra al sal¨®n privado en el que se celebra la fiesta rodeado por los flashes de los paparazzi, se sienta con su familia, y devora, por este orden, una tarta de crema con helado de lim¨®n y un plato de pato. A su alrededor se arremolinan los socios, deseosos de una foto, y los camareros, que se llevan una colecci¨®n de aut¨®grafos. Desde la mesa de honor, Santana lo observa todo en compa?¨ªa de Tim Phillips, el presidente del All England Club. Sue Baker, la comentarista de la BBC, que act¨²a como maestra de ceremonias, tiene que intervenir para pedir calma. Y entonces, todo el mundo r¨ªe. Tras casi cinco horas de partido, dos interrupciones por lluvia y un final apote¨®sico, con el cielo encapotado y la noche mordi¨¦ndole minutos a la luz del d¨ªa, Nadal se confiesa: ¡°En el ¨²ltimo juego no ve¨ªa nada¡±.
As¨ª ocurre todo para llegar al 6-4, 6-4, 6-7, 6-7 y 9-7 con el que cambia la historia del tenis. El espa?ol empieza a conquistar Londres en Par¨ªs. Solo unas semanas antes de medirse con su n¨¦mesis en la final de Wimbledon, Nadal arrolla a Federer en el partido decisivo de Roland Garros. El suizo apenas gana cuatro juegos y se lleva un 6-0 en el ¨²ltimo set. Federer viaja herido a Inglaterra, su reino. En su primer entrenamiento, viste una camiseta luminosa: ¡°El dolor es s¨®lo temporal. La victoria es para siempre¡±. En la caseta, todo el mundo capta el mensaje. El suizo le ha ganado al espa?ol las dos finales precedentes en Wimbledon y no rendir¨¢ f¨¢cilmente su plaza. As¨ª empieza a cocerse el tercer cruce seguido por el t¨ªtulo del templo de la hierba entre los dos mejores jugadores del momento, que John McEnroe definir¨¢ luego como ¡°el mejor partido de la historia¡±.
Nadal y Federer lo juegan entre un griter¨ªo constante. Las idas y venidas del marcador transforman al fr¨ªo p¨²blico ingl¨¦s en una barra brava. Para cuando Nadal alza la Copa, solo ha terminado una parte del trabajo. Escala por la grada para abrazarse con los suyos y se pone a atender los compromisos adquiridos por entrar en el club de los elegidos. Durante horas, Nadal visita una televisi¨®n tras otra. EL PA?S le acompa?a por los pasillos del All England Club, normalmente reservados a los socios. Los pomos de las puertas y las bolas que coronan las escaleras despiden brillos dorados. Los salones descubren grandes mesas de madera. Y Nadal aprieta la Copa contra su pecho.
Tras atender a esos compromisos, el espa?ol tiene que prepararse para el baile, al que acude un periodista del pa¨ªs del ganador al que se aplica el mismo ritual que al resto de invitados. El vestuario de los socios, a disposici¨®n. Tambi¨¦n un sastre. Esmoquin. Coche con ch¨®fer. Y cena de tres platos, empezando por ese c¨®ctel de gambas que Nadal no degusta porque llega muy tarde.
Los adolescentes que han ganado las ediciones junior del torneo se sientan en la mesa m¨¢s alborotadora de la noche. El b¨²lgaro Grigor Dimitrov, de 17 a?os, lo recoge todo con el m¨®vil. Con 14 a?os, Laura Robson hace de menos a la bandeja de campeona: lo que m¨¢s ilusi¨®n le ha hecho, dice, es que el exn¨²mero uno del mundo, Marat Safin, de 28, le haya escrito una carta disculp¨¢ndose por no acompa?arla al baile, incumpliendo el sue?o de la tenista.
Robson no es la primera campeona que deja la gala sin la pareja so?ada. "Ya no se baila", le dice una socia a Andre Agassi en 1992. Y el estadounidense se queda de piedra tras sufrir partido a partido con el ¨²nico objetivo de poder sacar a la pista a Steffi Graf, la eterna campeona, que luego ha acabado siendo su esposa.
En 2008, cuando Venus hace la broma, ya todo el mundo sabe que los dos campeones no pisar¨¢n la pista de baile. Nadal ya ha recibido la corbata y el imperdible que le se?alan como miembro de un club centenario, y que le otorgan el derecho de usar los salones reservados a los socios. Ya es oficiosamente el n¨²mero uno del mundo. Y no hace falta que desgaste sus suelas sobre la moqueta del hotel Intercontinental. Sus pasos de baile ya los ha visto todo el mundo: en la central de Wimbledon, acaba de deslizarse sobre la hierba para doblegar al campe¨®n de campeones en el partido m¨¢s grande de la historia.
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