Burbuja sin concesiones
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los futbolistas estaban sometidos a un escrutinio que iba mucho m¨¢s all¨¢ de los terrenos de juego y las salas de prensa
Burbuja, como tal, es un t¨¦rmino que el f¨²tbol profesional ya hab¨ªa adoptado como propio mucho antes de la llegada del temible covid-19. Las circunstancias actuales invitan a conjeturar sobre la necesidad -o no- de que cualquier competici¨®n deportiva se desarrolle en circunstancias tan especiales, tan restrictivas, como las adoptadas por la NBA o el PGA Tour, por poner dos ejemplos reconocibles. Pero el f¨²tbol, hermano pr¨®digo de todos los deportes, siempre se ha sentido especial con respecto a sus semejantes, el ¨²nico en el que la l¨®gica aconseja mirarse el ombligo como primer paso y, despu¨¦s, si se considera necesario, actuar en consecuencia. A d¨ªa de hoy, es la liga espa?ola la que centra toda la atenci¨®n medi¨¢tica y los reproches m¨¢s severos por unas medidas de control que se han demostrado insuficientes aunque solo fuese en el tramo definitivo de su desarrollo, pero igualmente convendr¨ªa no caer en la trampa: todas las grandes ligas del f¨²tbol europeo han incurrido en las mismas prisas y los mismos atrevimientos; lo sucedido aqu¨ª, caso Fuenlabrada aparte, tiene m¨¢s que ver con el azar, o la mala fortuna, que con el rigor y el cumplimiento estricto de ciertos protocolos.
Sin embargo, no deja de resultar curioso como el futbolista profesional, primer beneficiario de la burbuja global instalada en el f¨²tbol desde hace a?os, ha sido el m¨¢s reticente a la hora de aceptar la burbuja higi¨¦nico-sanitaria como instrumento de protecci¨®n en el intento desesperado por completar las competiciones en marcha. Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los futbolistas estaban sometidos a un escrutinio que iba mucho m¨¢s all¨¢ de los terrenos de juego y las salas de prensa. Los periodistas, mejores y peores, disfrutaban de una cierta libertad para asistir a las sesiones de entrenamiento, abordarlos en los aleda?os del estadio o en los viajes, estar pendientes de un d¨ªa a d¨ªa que importaba mucho m¨¢s de lo que parece. Y no era una relaci¨®n abrasiva, ni mucho menos: de las amistades entre futbolistas y plumillas se podr¨ªa publicar un libro que ning¨²n periodista se atrever¨ªa a escribir por lealtad y una mera cuesti¨®n de principios. Alejarlos de los aficionados, el siguiente paso en la relaci¨®n con el cliente, apenas supuso un avance m¨ªnimo en aquella desescalada restrictiva que hab¨ªa comenzado varios a?os antes.
Cualquiera podr¨ªa pensar que la cosa terminaba ah¨ª, que ya no hab¨ªa manera de distanciar m¨¢s, socialmente, al f¨²tbol del aficionado. Tampoco nadie imagin¨® -o s¨ª- que el relato terminar¨ªa por imponerse como arma definitiva de control. En Barcelona, estos d¨ªas, hemos sabido que Arthur ha renegado de sus obligaciones como deportista y como profesional, un hecho trascendente si se quiere, pero que, bien visto, solo ha servido para enmascarar una realidad m¨¢s preocupante, al menos para los socios del F¨²tbol Club Barcelona. Su presidente, en un entrevista reciente, se refiri¨® a un pr¨¦stamo sin condiciones de 800 millones de euros con el que llevar a cabo su promesa electoral de un nuevo Camp Nou. Ese s¨ª es un tema capital, que va m¨¢s all¨¢ de la conducta m¨¢s o menos reprobable de un futbolista, Arthur, que vive sus ¨²ltimas horas en el seno del club tras ponerse de acuerdo con el comprador, la Juve, pero tambi¨¦n con el vendedor, el Bar?a: nada sabemos de c¨®mo -o a cambio de cu¨¢nto- ha mudado el brasile?o su intenci¨®n inicial de triunfar con la camiseta blaugrana, pero poco o nada se habla de ello. Tampoco del supuesto acuerdo con Goldman Sachs. Un trato ¡°sin condiciones¡±, insiste Bartomeu: dos palabras que cualquier aficionado cul¨¦ es capaz de relacionar con la burbuja informativa que, cada d¨ªa m¨¢s, ahoga cualquier intenci¨®n de fiscalizar a un club que sigue siendo de sus socios, no de quienes se creen sus due?os.
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