Nada es serio
Pese a la llegada de Koeman y los cambios en el dibujo, el Bar?a sigue siendo m¨¢s de lo mismo: Messi, Messi y Messi
No es serio. Nada de lo que sucede en el Bar?a desde hace algunas temporadas lo es. Me refiero, por supuesto, a la noticia desvelada ayer mismo por los compa?eros de Cope: Ronald Koeman todav¨ªa no puede sentarse en el banquillo del Bar?a porque la RFEF se niega a tramitar su ficha hasta que el club y Quique Seti¨¦n se pongan de acuerdo sobre el finiquito. Hablamos de partidos oficiales, evidentemente, pero tambien ¨Cy sobre todo¨C de un nuevo guirigay administrativo que deja a sus autores intelectuales en muy mal lugar: en ESADE deben estar pregunt¨¢ndose si este es el tipo de publicidad con la que so?aban cuando uno de sus ilustres ex-alumnos accedi¨® a la presidencia del club m¨¢s famoso del mundo. Es de suponer que el asunto se solucionar¨¢ antes del debut liguero pero, por el camino, el Bar?a se autoinfringe otro peque?o mordisco en su ya de por s¨ª carcomida reputaci¨®n.
Ser¨¢ este tiempo raro que nos ha tocado vivir, con miedo en el cuerpo, los estadios vac¨ªos, el comienzo de una nueva temporada a los pocos d¨ªas de terminar la anterior... Jugadores y aficionados han visto como les era hurtado hasta el merecido derecho al duelo, ese tiempo tan necesario entre el ¨²ltimo batacazo y la vuelta a la normalidad. El Bar?a es hoy un club con los bioritmos alterados, presa de la depresi¨®n y al mismo tiempo de la ansiedad, que se ve obligado a buscarse con prisas cuando lo ¨²nico que le apetece es perderse de vista. Es algo que se advierte a primera vista en estos primeros partidos de pretemporada: nadie sonr¨ªe, abundan las caras largas y los resoplidos, todos saltan al campo dando la impresi¨®n de que preferir¨ªan estar en sus casas viendo la televisi¨®n y lami¨¦ndose las heridas. Los casos m¨¢s flagrantes son los de Coutinho y Demb¨¦l¨¦, que ni siquiera sufrieron en carne propia el azote de Lisboa y deber¨ªan reincorporarse con el ¨¢nimo intacto, dispuestos a comerse el mundo y ganarse un sitio en la tan ansiada reconstrucci¨®n. Pero no: deambulan sin mucho sentido por el campo, como si la vida les hubiese impuesto jugar en el Bar?a en una especie de condena irrevocable. Tambi¨¦n Griezmann, anta?o Principito, hoy apenas Oliver Twist.
Messi marca un golazo con la derecha y el ¨²nico que le arranca algo parecido a una mueca de alegr¨ªa es De Jong, que al poco tiempo regala un gol indecente y se sume ¨¦l mismo en esa especie de melancol¨ªa punitiva. Lo del argentino resulta realmente preocupante: es el mejor futbolista del mundo incluso sin querer, tan brillante y definitivo que podr¨ªa jugar en chanclas (las mismas que utiliz¨® para cantarle las cuarenta a Bartomeu, por ejemplo) y aun as¨ª no ser¨ªa capaz de espantarse el maleficio de ganar ¨¦l solo los partidos. Porque, pese a la llegada de Koeman y los cambios en el dibujo, el Bar?a sigue siendo m¨¢s de lo mismo: Messi, Messi y Messi. Al menos parece que el holand¨¦s llega dispuesto a situar al argentino cerca de la porter¨ªa rival, algo que evitaron sus antecesores en el cargo: una p¨¦sima noticia para los porteros y una muy buena para los pocos fot¨®grafos acreditados en cada campo. Se va a hinchar a marcar goles, el compungido Messi, de nuevo con la sensaci¨®n agria de que no servir¨¢n para nada. Y eso, sin que sirva de precedente, s¨ª que es un asunto muy serio.
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