Diego siempre estaba all¨ª, nunca traicionaba
El periodista napolitano Roberto Saviano recuerda en un art¨ªculo la relaci¨®n de su ciudad con Maradona: ¡°Se convirti¨® en la compensaci¨®n por todo lo que nunca tuvo N¨¢poles. Con ¨¦l hab¨ªa alguien que manten¨ªa una promesa de felicidad que todos hab¨ªan traicionado¡±
Los catalanes tuvieron a Diego, pero no se han querido de verdad. Cuando lo vendieron al N¨¢poles, lo consideraban un jugador con una sola pierna porque la otra se la rompi¨® Andoni Goikoetxea (como bien saben, la prensa espa?ola defini¨® como ¡°crimen¡± la entrada del defensa vasco) y, sobre todo, incontrolable. En cierto modo, debemos agradecer la miop¨ªa del Bar?a de aquellos a?os, que no soporta a un futbolista que habla demasiado. Diego se hab¨ªa peleado con la direcci¨®n y en el campo molestaba que fuera el l¨ªder. Llegar de Argentina y querer mandar en el Camp Nou. Se va de Barcelona destrozado, hambriento e inquieto y eso es exactamente lo que lo ha convertido en napolitano. Pero ?c¨®mo podr¨ªa explicar a los no napolitanos que Maradona hab¨ªa adoptado por completo el esp¨ªritu de la ciudad y sus habitantes? Era una alianza natural, un reencuentro. Cuando lleg¨® al estadio por primera vez, el San Paolo estaba lleno, como si se jugara una final. Nunca, en ninguna otra parte de Europa, le pasar¨¢ algo as¨ª a ning¨²n jugador. Todo el estadio lleno.
Ahora que ya no est¨¢, siento que he envejecido de repente. Imaginen lo que supone, a los 10 a?os, tener en tu equipo al mejor jugador del mundo, y tenerlo en un equipo del sur siempre boicoteado, humillado, marginado por un sistema de f¨²tbol que favorec¨ªa a los equipos del norte. ?C¨®mo puedo contar lo que Diego Armando Maradona significa para un napolitano? Nunca lo conseguir¨¦. Pertenezco exactamente a la Generaci¨®n Maradona, la que creci¨® en N¨¢poles con el culto a Diego. Soy de 1979, ten¨ªa siete a?os en el primer t¨ªtulo de liga del N¨¢poles y diez en el segundo. Diego representa la uni¨®n de todo lo mejor y lo peor que ha generado mi tierra. ?C¨®mo podr¨ªa explicar que, exactamente igual que un dios, los vicios, los errores, los cr¨ªmenes que cometi¨® fueron solo la sombra que hizo al dios a¨²n m¨¢s luminoso? Exactamente igual que los dioses, cuyos vicios los hac¨ªan tan semejantes a nosotros. Sin embargo, en su crueldad, en su error, su valor, su calidad, destacaban a¨²n m¨¢s su valor, su calidad. ?C¨®mo podr¨¦ explicar que Maradona fue el rescate? Imaginen una tierra que acababa de salir de un terremoto devastador (el de 1980), enferma de desempleo, desgarrada por las luchas de la Camorra. Imaginen que llega un chico nacido en un barrio muy pobre, que promete dar felicidad y cumple esa promesa. Que permite al N¨¢poles ser admirado y temido en todo el mundo por su hermoso juego. Ese chico argentino que nada m¨¢s llegar a N¨¢poles encuentra que 80.000 personas han acudido para recibirlo, solo para saludarlo.
All¨ª se sella el pacto entre la ciudad y Maradona: Diego promete dar lo mejor de s¨ª y la ciudad promete amarlo. Y as¨ª ser¨¢. Nunca olvidar¨¦ cuando fuimos a ganar la Copa de la UEFA a Stuttgart y el estadio estaba lleno de expatriados napolitanos que sent¨ªan que estaban ganando por primera vez. Diego era perfecto para N¨¢poles, era argentino-napolitano, parec¨ªa hecho para enamorar a este pueblo. En 1984 acudi¨® corriendo a jugar a un campo de patatas en Acerra, en uno de sus constantes gestos de generosidad. El padre de un ni?o que necesita una operaci¨®n para salvar su vida, le pidi¨® a Maradona que jugase para recaudar dinero en Acerra. Ferlaino, el presidente, no accede a la petici¨®n y Maradona paga una cl¨¢usula de 12 millones de liras y juega en ese embarrado campo de patatas, diciendo: ¡°A la mierda los Lloyd¡¯s de Londres, voy a jugar de todas formas¡±. Los t¨ªtulos que gan¨® el N¨¢poles con Maradona fueron la revancha del sur sobre el norte, porque demostraban que no siempre ganaba quien ten¨ªa m¨¢s dinero, sino quien peleaba m¨¢s.
Maradona se convirti¨® en la compensaci¨®n por todo lo que nunca tuvo el N¨¢poles. Con ¨¦l hab¨ªa alguien que manten¨ªa una promesa de felicidad que todos hab¨ªan traicionado. Diego estaba all¨ª, nunca traicionaba: nunca se cambia de camiseta, y sobre todo nunca visti¨® la de la Juventus. Despu¨¦s del primer t¨ªtulo de liga con el N¨¢poles podr¨ªa haber ido a cualquier parte, Berlusconi le hab¨ªa ofrecido el doble de lo que ganaba con los napolitanos, pero Diego se qued¨®. Y los napolitanos le estaban muy agradecidos. En el Mundial de 1990 en Italia, la selecci¨®n italiana lleg¨® a semifinales contra la Argentina de Maradona, que ese mismo a?o hab¨ªa ganado el segundo t¨ªtulo de liga con el N¨¢poles. Un destino terrible quiso que el partido se disputara precisamente en el estadio de San Paolo. Yo ten¨ªa casi 11 a?os y esa noche estaba ah¨ª con mi padre. Cuando en el minuto 18 Schillaci marca el 1-0, el estadio se alegra. Pero sientes que algo anda mal en las gradas... En el minuto 68, Caniggia empata para Argentina, y los aficionados no napolitanos, no aut¨®ctonos, empiezan a culpar a Maradona. Y all¨ª sucedi¨® algo que nunca hab¨ªa sucedido hasta entonces y probablemente nunca volver¨¢ a suceder en la historia del f¨²tbol: la grada no pod¨ªa permitir que se ofendiera a Maradona, de modo que las banderitas italianas dejaron de ondear, la afici¨®n napolitana se aline¨® contra su selecci¨®n de f¨²tbol. Empezamos a gritar: ¡°?Diego! ?Diego!¡±. Por otra parte, est¨¢bamos acostumbrados a hacerlo.
En ese momento es Maradona quien representaba a la afici¨®n de San Paolo, m¨¢s que una selecci¨®n nacional de jugadores de otras ciudades de Italia, de Roma, Mil¨¢n, Tur¨ªn. Se animaba a Maradona, se defend¨ªa a Maradona porque en ese momento Maradona era nuestra tierra. No ten¨ªa que ver con los l¨ªmites geogr¨¢ficos, la camiseta, o el idioma: lo que importaba era que te identificabas con el hombre que te hab¨ªa hecho disfrutar, que te hab¨ªa hecho ganar y que tambi¨¦n lo hab¨ªa hecho con correcci¨®n. Maradona experiment¨® la soledad de los seres humanos con talento.
Nadie habr¨ªa resistido esa presi¨®n. Las solicitudes de dinero, amistad, recomendaciones¡ Un ni?o nacido en una favela argentina con pocas herramientas culturales solo pod¨ªa ser aplastado. La prensa amarilla buscaba cualquier informaci¨®n sobre ¨¦l, asediaba su casa, su vida privada... La Camorra comprendi¨® sus debilidades, le proporcionaba la coca, las prostitutas y lo extorsionaba. Fue imperdonable que Maradona accediera a frecuentar a los jefes de la Camorra y traficantes, pero tambi¨¦n era un hombre solo, solo con ese talento que siempre lo salv¨® y siempre hizo que se reconciliara con su gente, la gente que siempre reconoci¨® que nunca hab¨ªa puesto su talento al servicio de algo. Siempre odi¨® el poder, desde Blatter hasta Matarrese. Siempre luch¨® contra los pol¨ªticos del f¨²tbol. Quer¨ªa que el f¨²tbol siguiera siendo f¨²tbol, quer¨ªa habilidad, capacidad para ganar. Y no porque fuera una persona justa, sino porque quer¨ªa que solo contara el bal¨®n. Y su pueblo se lo agradeci¨®. Lealtad en el juego, en el placer.
Todo lo que est¨¢ fuera del campo lo pod¨ªas conseguir gracias a la intermediaci¨®n, con concesiones, pero no en el campo. En el campo no serv¨ªan las reglas de fuera, en otro sitio necesitabas ayuda, pero en el campo no, en el campo lo pod¨ªas conseguir con tus propias fuerzas. Esta ha sido la magia de Maradona: dejar que todos so?aran y que pensaran que los sue?os se pueden cumplir. Cuando animabas, te sent¨ªas inmortal. Y ahora que ¨¦l ha muerto, todos nos hemos vuelto mortales. Maradona solo pod¨ªa ser grande en N¨¢poles, no a pesar de N¨¢poles, sino precisamente en N¨¢poles, y precisamente porque ten¨ªa ese esp¨ªritu de redenci¨®n y entusiasmo, de melodrama, que permit¨ªa reconocerlo como hijo de esa tierra. Maradona fue el sue?o que disipaba todo el peso que ve¨ªa en mi padre, en mi abuelo Stefano, en mis t¨ªos; todo su esfuerzo, toda su dedicaci¨®n, las dificultades se desvanec¨ªan al ver jugar a este hombre. Y jugar siempre con un aire rebelde.
Su fascinaci¨®n por los dictadores marxistas tambi¨¦n formaba parte de su delirio rebelde. De alguna manera, Maradona quer¨ªa que no ganara la negociaci¨®n del deporte, sino el deporte en s¨ª, no la estrategia del deporte, sino la habilidad, la capacidad. Quer¨ªa que el f¨²tbol siguiera siendo f¨²tbol. Maradona, como todos, quer¨ªa ganar y sentirse bien, pero en la vida tuvo que sufrir una cantidad infinita de injusticias por no querer participar en la estrategia comercial, en la astucia de un deporte determinado por acuerdos. Y no porque fuera un hombre justo, sino porque quer¨ªa jugar al f¨²tbol, quer¨ªa que solo contara el bal¨®n. Maradona estaba con el bal¨®n.
?Y c¨®mo podr¨¦ explicar a los que no son de N¨¢poles qu¨¦ fue Maradona? No puedo explicarlo. Esta vez nos guardamos este dolor tan grande para nosotros y solo para nosotros... Porque solo nosotros lo hemos tenido tan cerca, tan ¨²nico, tan herido, tan bravuc¨®n, tan loco, tan capaz de interpretar la alegr¨ªa de muchos y de hacerlo en un juego, en un juego sencillo que todos pueden entender y todos pueden jugar. Un bal¨®n en el centro del campo, dos porter¨ªas, inteligencia, talento, lealtad, habilidad. Fuera del campo se puede obtener todo gracias a la mediaci¨®n, a las concesiones, pero en el campo, no. En el campo no sirven las reglas de fuera, en otros lugares necesitas ayuda, pero en el campo no, en el campo puedes lograrlo solo con tus fuerzas. Pod¨ªas lograrlo. Esta ha sido la magia de Maradona: dejar que todos so?aran y que pensaran que los sue?os se pueden cumplir. Que realmente se pod¨ªa ser un dios, porque cuando lo mirabas, cuando animabas, hac¨ªa que te sintieras inmortal. Y ahora que ha muerto nos damos cuenta de que Dios, de que Diego era mortal. Nos damos cuenta de que somos mortales. Con su muerte, todos nos hemos vuelto mortales. Adi¨®s Diego Te debo los momentos felices de mi infancia.
Roberto Saviano es escritor y periodista napolitano, autor de Gomorra y de CeroCeroCero.
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