Espa?ita
La negativa del Gobierno espa?ol a reconocer Kosovo como pa¨ªs independiente deriv¨® este mi¨¦rcoles en un ejercicio de funambulismo televisivo
Pocas veces habr¨¢ sucedido, al menos en la historia del f¨²tbol, que un rid¨ªculo may¨²sculo quede plenamente acreditado antes de comenzar un partido. Lo logr¨® este mi¨¦rcoles Espa?ita, que es ese pa¨ªs min¨²sculo, grotesco e imaginario al que aludimos algunos desprendidos cuando la actualidad del reino nos llena de verg¨¹enza o espanto, una reducci¨®n chanante del orgullo patrio que ha hecho cierta fortuna en las redes sociales.
La negativa del Gobierno espa?ol a reconocer Kosovo como pa¨ªs independiente deriv¨® ayer en un ejercicio de funambulismo televisivo que obligaba a circunvalar la realidad cada vez que la retransmisi¨®n exig¨ªa referirse al equipo rival. Incluso el marcador, reducido al habitual recurso de las iniciales, luc¨ªa letras min¨²sculas en la casilla de los balc¨¢nicos con una intenci¨®n tan pueril como in¨²til: a los pocos minutos de que el bal¨®n comenzase a rodar, Kosovo ya era tendencia entre la comunidad espa?ola de Twitter, como no pod¨ªa ser de otra manera. En otras palabras y con una perspectiva diferente, Kosovo segu¨ªa siendo Kosovo, incluso existiendo m¨¢s all¨¢ de la realidad paralela en que nos sumi¨® nuestra maltratada televisi¨®n p¨²blica.
Hasta el mismo mi¨¦rcoles, cuando sobre la hora de la siesta comenzaron a llegar las primeas informaciones del dislate que se estaba cocinando, nadie hab¨ªa ca¨ªdo en la cuenta de que a Kosovo, en esta nuestra quijotesca Espa?ita, no se le puede llamar Kosovo. Desde el mismo d¨ªa del sorteo, usted, como yo, habr¨¢ le¨ªdo y escuchado el nombre de marras no menos de unas doscientas veces. El mundo del f¨²tbol, a menudo un pozo sin fondo capaz de eructar los peores reflujos de la sociedad, hab¨ªa asimilado con una facilidad pasmosa lo que ayer se convirti¨® en un tab¨² de moqueta, en un recurso de photocall. La geopol¨ªtica, territorio apasionante para algunos, queda reducida a la m¨ªnima expresi¨®n cuando los hinchas entramos en la ecuaci¨®n. B¨¢sicamente, lo que nos interesa es saber si aquel futbolista ocupar¨¢ plaza de extranjero en nuestro equipo o si a cierto delantero brasile?o le podemos empaquetar el gentilicio de carioca sin ofender a nadie.
Como de Kosovo no sabemos gran cosa, el abanico de posibilidades para ningunear su identidad qued¨® reducido a una serie de f¨®rmulas sin ninguna gracia como, por ejemplo, ¡°el equipo de la federaci¨®n de Kosovo¡±. De habernos tocado en suerte el Pa¨ªs de Gales o Escocia, tampoco reconocidos por el Estado espa?ol, el bueno de Juan Carlos Rivero podr¨ªa haberse referido a ellos como ¡°el verdadero equipo de Bale¡± o ¡°el combinado del pa¨ªs que populariz¨® el whisky, valga la redundancia¡± sin contradecir las ¨®rdenes recibidas, cualquier cosa con tal de esquivar la normalidad con la que habitualmente nos referimos a ellos.
En definitiva, un partido entre una selecci¨®n nacional con poca entidad y otra sin ninguna identidad, al menos en los futbol¨ªstico, qued¨® reducido a un esperpento general que disimul¨®, al menos en parte, el perpetrado sobre el terreno de juego por Luis Enrique con el cambio final de Sergio Ramos. Cunde la sensaci¨®n de que los futbolistas espa?oles no terminan de dar la importancia necesaria a estos partido de entre tiempo y no ayuda ver al propio seleccionador adoptando medidas tan arbitrarias como poco rigurosas. Ahora bien: si lo que pretend¨ªa el asturiano era sumarse al D¨ªa Grande de Espa?ita -y como dir¨ªa Don Latino, uno de los personajes m¨¢s celebrados de Valle-Incl¨¢n-, me quito el cr¨¢neo.
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