F¨²tbol moderno, prohibido pensar
En Argentina, m¨¢s que en cualquier otro lugar, siento que los racionales somos inadaptados dentro del espeso caldo futbol¨ªstico que hierve en los estadios
Aterrizo en Argentina y lo primero que hago es ir a ver un partido de la Copa Libertadores: V¨¦lez-River. Cuando llego, la hinchada local ya est¨¢ en ebullici¨®n. La melod¨ªa es acertada; la letra, filosa: ¡°A estos putos les tenemos que ganar¡±, dice el estribillo. Dedicado solo a los jugadores rivales, porque las hinchadas visitantes tienen prohibido asistir al campo. M¨¢s que nada para que no se maten. M¨¢s tarde enciendo la tele y, ante la posibilidad de que Luis Su¨¢rez llegue a River, una mujer le habla a la c¨¢mara: ¡°Ven¨ª a River, Luis. Te invito a mi casa. Yo te cocino, te lavo y plancho la ropa, lo que quer¨¢s, pero ven¨ª a River¡±. Qu¨¦ cosa seria es el f¨²tbol en Argentina, qu¨¦ pasi¨®n m¨¢s imperdible. Debiera ser obligatorio ver un partido en Argentina para aquellos que aman el f¨²tbol. Pero¡ ?es amor al f¨²tbol?
F¨²tbol es todo: un partido en el recreo y la final de un Mundial, un amigo que te devuelve una pared y un ¨ªdolo inolvidable, una charla de caf¨¦ y estas cr¨®nicas¡ Pero una cosa es amar a un equipo y otra amar al f¨²tbol. El aficionado a un equipo estrecha su recinto mental dejando entrar solo a su escudo; el aficionado al f¨²tbol lo abre para disfrutarlo todo. El cliente que ama a un equipo comprar¨¢ una camiseta; el que ama al f¨²tbol, un bal¨®n.
Si se ama a un equipo, las emociones toman el mando. Como toda pasi¨®n, compromete a los sentimientos y suele estar atado a una tradici¨®n que marca una secuencia: lo recibo de mi padre y se lo lego a mis hijos. El sentimiento se extiende al apego a un lugar: soy del equipo de mi barrio, de mi ciudad, soy de la selecci¨®n de mi pa¨ªs. El ¡°soy¡± y el ¡°mi¡± son una muestra del compromiso personal que asumimos cuando hacemos la elecci¨®n. Esto convierte al f¨²tbol en un espect¨¢culo dram¨¢tico en el que el sufrimiento solo se compensa con un buen resultado. Hasta el siguiente partido, donde se vuelven a poner en combusti¨®n todas las fuerzas tel¨²ricas que nos identifican con nuestro club.
Cuando elegimos equipo, el f¨²tbol se hace divisorio: de este lado est¨¢n los m¨ªos y en el de enfrente, los otros. ?C¨®mo va a aceptar un argentino que Pel¨¦ es mejor que Maradona? Ante esta energ¨ªa emocional que se refugia en el fanatismo y las supersticiones, la raz¨®n se repliega.
El amor al f¨²tbol no necesita de tanta energ¨ªa. Nos permite distender la mirada, analizar sin prejuicios y agrandar el enfoque sin interferencias emocionales. El que ama el f¨²tbol encuentra consuelo art¨ªstico cada vez que est¨¢ delante de la excelencia, no importa la camiseta que lleve.
Hay un esp¨¦cimen que concilia el amor a un equipo con el amor al f¨²tbol. Son esos tipos que desaf¨ªan el fr¨ªo, el cansancio, la edad y hasta los achaques para jugar un partido con los amigos, sesi¨®n de descarga psicol¨®gica a trav¨¦s del placer de jugar. Y luego, convertidos en chicos de 12 a?os o en perfectos cafres, se van a animar a su equipo.
En esta lucha entre lo emocional y lo racional habita el poder del f¨²tbol. La parte emocional siente; la racional piensa. En su vertiente pasional, el f¨²tbol contenta la trastienda animal que existe en todo ser humano; pero cuando encuentra reposo mental es digna parte de la cultura popular.
En Argentina, m¨¢s que en cualquier otro lugar, siento que los racionales somos inadaptados dentro del espeso caldo futbol¨ªstico que hierve en los estadios. Y contra los inadaptados debe pesar el derecho de admisi¨®n. ?Qu¨¦ es eso de pensar donde hay gente sufriendo?
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