La foto, el f¨²tbol y el tiempo
Una imagen con el Gringo Giusti inmortaliza la decepci¨®n de dos campeones del Mundo que se quedaban sin ir a Italia 90. Los dos salimos serios, pero con los a?os, cada vez que la miro sonr¨ªo
Se viene el Mundial y trae recuerdos. En 1990 yo era un exjugador de f¨²tbol desde hac¨ªa tres a?os y Bilardo me pidi¨® seis meses de sacrificio a cambio de otro Mundial. Acept¨¦, pero la palabra ¡°sacrificio¡± hab¨ªa sido bien empleada. Me cost¨® much¨ªsimo ponerme a punto.
Est¨¢bamos a 20 de mayo de 1990 instalados en Trigoria, las instalaciones deportivas de la Roma, esperando el Mundial. Como ahora, faltaban poco m¨¢s de dos semanas para el comienzo de Italia 90, mi traves¨ªa estaba llegando al final.
Acab¨¢bamos de cenar en la noche de un buen d¨ªa. Convers¨¢bamos con Oscar Ruggeri sobre la ¨²ltima pr¨¢ctica, en la que yo, por fin, me hab¨ªa sentido bien f¨ªsicamente. Tres semanas antes, en Suiza, jugando un amistoso informal, hab¨ªa sufrido un problema muscular. No era el primero. Ante la cercan¨ªa del campeonato le dije a Bilardo que lo mejor era dejarlo, pero me pidi¨® por favor que me quedara. Y me hab¨ªa recuperado. Ruggeri se alegr¨® porque, como compa?ero de habitaci¨®n, hab¨ªa vivido de cerca todo el proceso.
Pero aquella noche, Bilardo entr¨® como una exhalaci¨®n a la habitaci¨®n y le dio una orden a Ruggeri:
¡ªSal¨ª Oscar, que tengo que hablar con Valdano.
Oscar nos mir¨® a los dos, sorprendido, y nos dej¨® solos¡
¡ªMir¨¢, Valdano ¡ªdijo Bilardo¡ª, no te veo.
¡ª?Qu¨¦ significa ¡°no te veo¡±?
¡ªNo te veo, no te veo¡
Intent¨¦ saber m¨¢s detalles sobre una decisi¨®n que se alejaba tanto de la conversaci¨®n que hab¨ªamos tenido en Suiza, pero no le saqu¨¦ del ¡°no te veo¡±. Astuto como era, sab¨ªa que cada palabra de m¨¢s pod¨ªa ser una prueba en su contra. De modo que la reuni¨®n del ¡°no te veo¡± dur¨® dos minutos, al tercero Ruggeri volvi¨® a la habitaci¨®n, le cont¨¦ lo ocurrido, le extra?¨® que no le hubiera pegado y, ya entre risas, me puse a hacer la maleta para volverme a Espa?a.
Al d¨ªa siguiente me deshice de la ropa deportiva, cerr¨¦ la maleta y sal¨ª a esperar mi taxi. En aquellos actos no cab¨ªa ni una gota de alegr¨ªa. Al salir al exterior me encontr¨¦ al Gringo Giusti, querid¨ªsimo compa?ero al que conoc¨ªa desde los 15 a?os porque los dos venimos de la escuela de Newell¡¯s. Estaba con Carlos Pacham¨¦, segundo de Bilardo, saliendo a entrenar. El Gringo ten¨ªa su propia historia. Bilardo tambi¨¦n hab¨ªa hablado con ¨¦l y le hab¨ªa dicho que, a la vuelta de Israel, le har¨ªa una prueba y, textual:
¡ªSi no salt¨¢s los alambrados, te volv¨¦s a casa.
Y lo salt¨®.
Yo no daba cr¨¦dito porque Giusti siempre fue uno de los soldados favoritos de Bilardo. Era un d¨ªa de mucho calor y ah¨ª, casi sin palabras, nos desped¨ªamos dos campeones del mundo del 86, tristes como principiantes rechazados en una prueba. De pronto el Gringo me dijo que esperara y sali¨® corriendo. Volvi¨® enseguida con una m¨¢quina de sacar fotos (a?o noventa, recuerden) y, sabio como es, puso las cosas en su lugar:
¡ªVamos a sacarnos una foto. Cuando la veamos dentro de algunos a?os, nos vamos a re¨ªr.
As¨ª que Carlos Pacham¨¦ fue el ilustre fot¨®grafo que nos inmortaliz¨® en una imagen bastante mala.
Diez a?os despu¨¦s, estaba de paso en el Hotel Hilton de Buenos Aires y en recepci¨®n me dieron un paquete que en principio pens¨¦ que era un libro. Pero no, era la foto que nos sac¨® Pacham¨¦ en un marco r¨²stico. Yo con chaqueta y corbata abrazo a Giusti, que est¨¢ con ropa de entrenamiento. En estos momentos, desde el mismo marco, los dos miramos hacia la mesa en la que escribo esta nota. Los dos estamos serios y yo, siempre que miro hac¨ªa ah¨ª, sonr¨ªo. Un fil¨®sofo, el Gringo.
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