El Bernab¨¦u enciende la cuenta atr¨¢s
No eran los minutos m¨¢s grandes del City, pero la ley del f¨²tbol es ley de tierra vieja: no hay que ser el mejor sino el m¨¢s fuerte en el momento en que el rival menos te espere
Cont¨® Guardiola la semana siguiente a la eliminaci¨®n de la Champions 2022 que se dio cuenta de que estaban muertos (¡°si nos tienen que meter cuatro, nos los meten¡±) cuando su portero, despu¨¦s de que el Madrid marcase el primero, sac¨® en largo y el bal¨®n lleg¨® a las manos de Courtois. La raz¨®n era que el City, en esos seis minutos de espanto en la caldera blanca, hab¨ªa renunciado a su idea, su estilo de juego. Y al haberse despojado de su fe, el infierno se abalanzaba sobre ellos. En Perdimos como nunca, el podcast pendiente de estreno de David Trueba en Sonora, Guardiola se pone m¨¢s flamenco y llega a decir que jugando de determinada manera no le gustar¨ªa ganar la Champions. A los aficionados del City, paladar Gallagher, seguro que tampoco. Para qu¨¦ ganar si no puedes ense?ar luego el encerado.
El caso es que mientras el City jug¨® con la pelota y la movi¨® de un lado a otro, hizo las cosas bien, se desmarc¨® y triangul¨®, control¨® todos los aspectos del juego, percuti¨® en el ¨¢rea del Madrid y hasta oblig¨® a Courtois a un parad¨®n, Vinicius hab¨ªa ya metido un golazo desde fuera del ¨¢rea tras dejar correr un bal¨®n con el mismo esp¨ªritu con que se deja andar solo por primera vez a un ni?o en bicicleta; la pelota corr¨ªa creyendo que la llevaba en la bota Vinicius, y Vinicius detr¨¢s mir¨¢ndola enloquecido, padre orgulloso, antes de reventarla de un zapatazo a la red.
La vida es complicad¨ªsima dentro del Bernab¨¦u. Los partidos aqu¨ª son un viernes noche a partir de las dos de la ma?ana, esos en los que cuando te despiertas no sabes si es s¨¢bado o domingo. No hay l¨®gica interna que rija el destino de las cosas. Todo es susceptible de ser distorsionado. Incluso el ambiente, propicio para que el Madrid marcase el segundo, con el estadio agit¨¢ndose entre espasmos, se revolvi¨® contra el arbitraje y entremedias, de forma inesperada, De Bruyne sac¨® su fusil. No eran los mejores minutos del City, pero la ley del f¨²tbol es ley de tierra vieja: no hay que ser el mejor, sino el m¨¢s fuerte en el momento en que el rival no te espere.
Lleg¨® el momento de la noche en que el Madrid deb¨ªa saber qu¨¦ hacer; o sea, a qu¨¦ renunciar. Le hicieron renunciar a la pelota. No es lo mismo la soledad elegida que la soledad impuesta. Se not¨® en el campo. Pero el Madrid se rehizo con la paciencia sedosa de quien espera el partido de vuelta, ajeno a las revoluciones inflamables del Bernab¨¦u. Salieron Asensio y Tchouameni. El City sigui¨® qued¨¢ndose con la pelota, escondi¨¦ndola sin morbo, aburri¨¦ndose sin remordimientos. El Madrid era Camavinga y los raptos de locura de Vinicius, que se dedic¨® a tirar de las cortinas con insistencia infantil y asesina. Tambi¨¦n era el Bernab¨¦u, para entonces subido ya a las vi?as esperando la vendimia del descuento, pero sin la fe de los minutos finales de verdad, esos que esperan en Inglaterra. Casi lo logra Tchouameni con un disparo desde fuera del ¨¢rea. No hubo mucho m¨¢s porque al final el f¨²tbol no juzga intenciones estil¨ªsticas, sino resultados implacables, y el resultado no fue implacable para nadie. Lo implacable siempre es el tiempo, y de ese quedan dos horas en M¨¢nchester. No es el lugar en el que un madridista vaya a pasar una luna de miel para llegar a una final de Champions, pero no se ha sobrevivido a Hiroshima tres veces el a?o pasado para temer una vuelta tras un 1-1. Demasiadas naves a estas alturas hemos visto arder, incluso propias.
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