Todo el poder para el Jumbo en el Tourmalet, donde se evapora Evenepoel
Vingegaard gana la etapa reina de la Vuelta a Espa?a, y ya es tercero en la general que sigue liderando su compa?ero Kuss y en la que Roglic es segundo
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Vingegaard, el ganador del Tour gana en el Tourmalet. El titular que desea la Vuelta. Los Jumbos se exhiben, otra vez. En la alta monta?a, Evenepoel se evapora. Los titulares que no quiere la Vuelta ni casi nadie: el ciclismo es un combate entre iguales; al ciclismo le salva la pelea. Al ciclismo le matan las victorias por aplastamiento.
Tras el dan¨¦s llega Kuss; tras el l¨ªder, llega Roglic. Los tres colegas, Kuss (primero), Roglic (a 1m 37s), Vingegaard (a 1.44), son los tres primeros de la general. Los dem¨¢s, los ¨ªdolos espa?oles, lloran. Cuarto Ayuso, (2m 37s), quinto, Mas (3m 6s).
Al Tourmalet llega el pelot¨®n de la Vuelta por la puerta trasera, a trav¨¦s del Aubisque, el descenso del Soulor, y el Spandelles, un puerto nuevo en la cultura de los Pirineos, pero el orden oficial, la relaci¨®n m¨ªtica desde la primera vez, ya en 1910, en que el Tour, el ciclismo, se atrevi¨® a echarle una pelea a los Pirineos, exige dejar el Aubisque para el postre y acercarse al gigante Tourmalet, el padre de todos, empezando por el Peyresourde y subiendo despu¨¦s el pastoril Aspin, y en los prados de su cima el viernes, mientras la Vuelta y sus afanes sudan lejos, la vida es tan lenta como cualquier otro d¨ªa, un cami¨®n carga gigantescos troncos de pinos talados, observado con curiosidad por un reba?o de vacas hermosas que sestean tumbadas. Ser¨¢n premiadas por un poema buc¨®lico-cursi, seguramente, no como los ciclistas, que antes de salir, en reba?o tambi¨¦n, se agrupan por colores junto a sus autobuses en el parking de Formigal y ruedan parados sobre rodillos, pista de despegue para ascender hasta el techo de la Vuelta, 2.115m.
Para ellos, trabajadores del pedal y de las emociones, de la soledad y el miedo, un poema heroico, un cantar de gesta, un M¨ªo Cid escolar para Vingegaard, para Mas, para Landa.
Un Rey Lear musical para Roglic, para Kuss de rojo, los Jumbos envidiosos. Para Vingegaard, quien, como Carlos Sastre en el Alpe d¡¯Huez de 2008 cuando le gan¨® el Tour a sus compa?eros de equipo, los hermanos Schleck, es el primero del equipo que ataca, y paraliza a sus compa?eros-rivales, Acelera a ocho kil¨®metros de la cima, pasado Bar¨¨ges. Mas le sigue un poco, luego se lo piensa, luego espera que llegue Ayuso, y los dos, remoloneando un poco, tiran, condenados, de Roglic y Kuss. Una paradoja: el cuarto y el quinto ayudan al segundo y al tercero a perseguir a su amigo. Shakespeare convirti¨® la contradicci¨®n en tragedia. La Vuelta puede hacer de ello una comedia de enredo, de celos. ¡°No, no¡±, promete Vingegaard, que besa el anillo de casado cuando cruza la meta y dedica la etapa a su hija Frida, que cumple a?os, como si solo la familia le emocionara. Y, luciendo el maillot de rey de la monta?a, consecuencia de su victoria, y ajeno a la desaz¨®n que despierta, propone un silogismo casi: ¡°No voy a luchar contra mis compa?eros. Voy a luchar para ganar la Vuelta¡±. M¨¢s emp¨¢tico, Kuss, que atac¨® a dos kil¨®metros, una golondrina sobre el asfalto, y con dos pedaladas redujo a la mitad el minuto de ventaja que llevaba Vingegaard, entiende a los que lamentan el espect¨¢culo, grande, del Tourmalet. ¡°Para el espect¨¢culo es quiz¨¢s agridulce ver a un equipo tan fuerte dominar as¨ª la general¡±, dice el norteamericano, que cada d¨ªa tiene m¨¢s fe en su victoria. ¡°Pero creo que nuestro estilo atacante hace bonitas las etapas¡±.
Una eleg¨ªa, un cantar triste para Remco Evenepoel, que sufre en el Aubisque ya, tan pronto, el primer hors cat¨¦gorie de la Vuelta, y tambi¨¦n para la memoria de Almeida, solidaria con su primer a?o profesional, cuando debut¨® con Remco, y lamentaba tener que estar siempre a su servicio. Y, enfermo, antibi¨®ticos, en el Aubisque se queda con ¨¦l.
Remco pierde 27 minutos, pero mantiene la dignidad. Llega detr¨¢s de Bernal, de Luis Le¨®n, de los heridos.
La etapa, la gran etapa ¨C¡±etapa corta, puertos m¨ªticos¡±, resume Mikel Landa, rey de la precisi¨®n en el esfuerzo y en la palabra¡ªde los Pirineos, comienza en subida, tres kil¨®metros por el Portalet soleado hasta la frontera. El sol, tan tonto en septiembre, y el calor, lo aplana todo, destruye el misterio que los d¨ªas duros de Pirineos que todos los ciclistas recuerdan, se esconde bajo las nieblas, las sombras, los t¨²neles y las paraavalanchas oscuros en los que los d¨ªas de nubes bajas se refugia el ganado, caballos percherones, vacas, ovejas en trashumancia, desorientado en la bruma. El sol del Bearn desnuda a Remco, el ganador de la Vuelta pasada, cocinado a fuego vivo por el ciclismo el primer d¨ªa de su carrera en el que desaf¨ªa a un gran col pirenaico. Est¨¢ enfermo, seguro, no puede ser que se quede as¨ª, desfallecido, susurran, intentan consolarse entre ellos, los desilusionados periodistas belgas, la gran peregrinaci¨®n incr¨¦dula, mirada oscura, observando el cortejo oscuro del Soudal, cinco amigos consolando al maillot blanco p¨¢lido como su faz de Remco, arrastr¨¢ndose sobre el asfalto ¨¢spero de Spandelles, poco m¨¢s que un sendero empinad¨ªsimo, donde los Jumbos vuelan en fila india, donde Landa siente ya hormigas en las piernas y se mueve al un¨ªsono con Vingegaard. Solo entonces est¨¢ el ciclismo a la altura del paisaje, que quita la respiraci¨®n, las monta?as, los bosques. Es un espejismo. Inmediatamente Gesink incansable y Kelderman ponen en marcha el rodillo Jumbo.
Aplanan la Vuelta. Bailan sus l¨ªderes una danza que podr¨¢n repetir el s¨¢bado en Larrau terrible y Belagua, el segundo cap¨ªtulo de los Pirineos. Y en la pantalla gigante del podio les espera una pel¨ªcula hermosa en blanco y negro. Bahamontes, el ?guila de Toledo, Dios del Tourmalet, pedalea. Kuss, empapado de ciclismo, de historia, de Espa?a, se emociona y se lo dice a Vingegaard, a su lado: ¡°Alg¨²n d¨ªa quiz¨¢s llegar¨¢s a ser como Bahamontes, una leyenda para siempre, un escalador legendario¡±.
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