Pintar para tener algo que mirar
Hace algo m¨¢s de un par de lustros, alg¨²n lector ocasional pudo ver, en las revistas, cierta imagen de un se?or que, tocado de sombrero y abrigado por gabardina, recorr¨ªa la acera de una calle de la gran ciudad, dram¨¢ticamente abrazado a un inmenso tubo de dent¨ªfrico. Era una imagen que, acogida por el gris tenue de la noticia, lleg¨® como aviso de aquellas cosas que hab¨ªan de cambiar para que todo fuera de otra manera. Ahora, al cabo de los a?os y esta vez felizmente coloreada, aquella misma imagen que lleg¨® con el cartero para anuncio de la exhibici¨®n que de la obra gr¨¢fica de aquel simp¨¢tico se?or, tocado de sombrero y abrigado por gabardina, se iba a realizar en Madrid. Se trataba de un tal Claes Oldenhurg. Cualquier visitante medio que hubiera perdido los ¨²ltimos a?os en seguir la pista de los dimes, diretes y avatares de Oldenhurg, o de cuales quiera de sus amigos, no deber¨ªa zafarse de un cierto papel inquisitorial. Dos preguntas aparec¨ªan evidentes: ?Es el pop un arte costumbrista?, y, de ser as¨ª, ?no nos llega un tanto fuera de tiempo y de lugar? y ?qu¨¦ ocurr¨ªa mientras tanto por estos lugares? La primera pregunta sugiere una respuesta afirmativa. El pop se nos presenta como una especie de engendro nacido de una uni¨®n no querida entre por ejemplo. Marcel Duchamp y un tal McLuhan en una noche de tormenta de verano.
Claes Oldenburg
Fortuny 7.
La coincidencia temporal de esta muestra con otra de Warhol dejar¨¢ en el espectador una sensaci¨®n an¨¢loga a la que se producir¨ªa otra de arte primitivo africano: ?qu¨¦ costumbres b¨¢rbaras son esas de las sopas Campbell o de las hamburguesas con pepinillos?, ?son marcianos? La segunda pregunta tendr¨ªa una respuesta consecuente a la primera. Eran marcianos. Mientras por all¨¢, en el lejan¨ªsimo Nueva York, se inventaba la imagen c¨ªnica exuberante e inequ¨ªvoca de una sensibilidad nueva, aqu¨ª se elaboraban torpes proclamas en favor de un desnutrido informalismo cercano a la ¨®ptica de Solana o de Vald¨¦s Leal, sumergido en la provincia y producto, lo quieran o no. de aquel se?or que dicen que existi¨® y que era todo un dictador.
Un discurso sobre estas gentes que campearon, con ¨ªnfulas vanguardistas, por estos lugares, fue la primera intenci¨®n con que extender estas l¨ªneas, pero la mediocridad del tema aconsej¨® contrario. Hab¨ªa otros m¨¢s contempor¨¢neos.
El artista y su p¨²blico
Viendo la actual exposici¨®n madrile?a y recordando lo no expuesto, un cuarto de siglo de actividad pl¨¢stica, resulta digno de admiraci¨®n el empe?o de Oldenburg en crear a su imagen y desemejanza un decorado ficticio para sus horas. Se puede, se debe pensar que pintaba para tener algo que mirar, que era una afici¨®n y una emoci¨®n. As¨ª como otros llenan sus d¨ªas haciendo magn¨ªficas reproducciones del edificio de Correos con mondadientes. Pero si Oldenhurg expone en el lejan¨ªsimo Madrid, si sus productos forman parte de los m¨¢s selectos museos y colecciones, si su obra sirve de faro y espejo para j¨®venes hornadas de pl¨¢sticos si es punto y parte de reflexi¨®n de articulistas, cr¨ªticos, te¨®ricos o historiadores, es por que Oldenhurg se empe?¨® en una curiosa -levemente siniestra— aventura, la de ser artista as¨ª que pasen cien a?os.
La venial acci¨®n de aquel que empu?a un pincel untado en color y que mediante un leve gesto inunda un territorio con nuevos colores, olores y sabores no es raz¨®n suficiente para persistir en ello. El hecho de que dicho empu?ador de pinceles encuentre favorable respuesta en el medio, amplio o restringido, en que se mueve, motivo debiera ser para rehuir el hallazgo y cambiar de tercio, m¨¢s que para la triste complacencia con el p¨²blico y la aceptaci¨®n de un estilo, producto de tales y tan p¨²blicas bodas. La necesidad de identificaci¨®n que tiene el p¨²blico para con los artistas es la que tiene el artista para con el p¨²blico. Los artistas, del cupl¨¦ o de la esp¨¢tula, se deben a su p¨²blico, al que no deben defraudar. El artista debe evolucionar, pero siempre que juegue el papel que se le concedi¨®. Puede ser osado, insolente, anarquista, alcoh¨®lico, o pasear con un mono al hombro. Todo se le permite, sobre todo, s¨ª desconcierta mucho a su p¨²blico: todo, excepto una cosa, que deje de ser artista, que traicione su estilo y les deje desprovistos de su coartada est¨¦tica, la misma coartada, por el env¨¦s, que sirve al artista de barato art¨ªculo de subsistencia, olvidando que la emoci¨®n no tiene destinatario ni compa?¨ªa posible. Que la emoci¨®n de inventar un territorio. Si se condena a costumbres y profesi¨®n, puede generar todo ese mundo malsano y pobret¨®n que llamamos arte y del que se puede hacer modus vivendi et moriendi.
?Pintar para tener algo que mirar.? Como aquel adolescente jesu¨ªtico que maldibujaba se?oras estupendas y desnudas y a su vista complacerse. Quiz¨¢s est¨¦ en este sentimiento, ajeno a toda comunicativa complacencia, la madre del cordero de ese leve matiz que ya desde antiguo dividi¨® a la humanidad en dos sexos, el de aquellos que pintaban para tener algo que mirar y el de aquellos que lo hac¨ªan para que los otros tuvieran algo que mirar, el de los nobles y el de los siervos. Aquellos que hicieron profesi¨®n del humano gesto de llevarse un l¨¢piz a las manos recibir¨¢n su merecido castigo: sus nombres y sus obras colgar¨¢n ex¨¢nimes de las p¨¢ginas de los manuales. De los otros no quedar¨¢ recuerdo ni imagen. Mientras tanto, el clown, el artista para regocijo de grandes y mayores nos seguir¨¢ deleitando con aquellas obras que como en el caso de Oldenburg, nacieran de la mano de la sensibilidad y la inteligencia, aunque las repitan hasta la saciedad como actores de dramas muy antiguos.
Bien est¨¢, quiz¨¢s, esta disgresi¨®n sobre los or¨ªgenes de ese impulso que convoca al hombre a hacer cosas in¨²tiles y acerca de la sana conservaci¨®n de tal impulso pero nunca ello ser¨¢ obst¨¢culo para que Claes Oldenburg deba ser considerado como uno de los m¨¢s l¨²cidos pl¨¢sticos de lo estrictamente contempor¨¢neo, pero ?a qui¨¦n importa ya eso?
(A prop¨®sito del tema y como aclaraci¨®n al entrecomillado del t¨ªtulo de este excurso, he de aclarar que son palabras de un viejo maestro pintor y neoyorkino. quien. en entrevista, dijo: ?Pinto para tener algo que mirar, pero mientras existan gentes adineradas que paguen por conservar ese triste recuerdo de mis man¨ªas, considero conveniente el hacerlo cada vez mejor.?)
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