La inmigraci¨®n, problema y esperanza de Catalu?a / 2
A partir de lo expuesto en mi art¨ªculo anterior (EL PA?S, 25-3-77), cuatro son las afirmaciones o actitudes b¨¢sicas que, a mi entender, deben presidir este di¨¢logo catalano-andaluz.1. La primera es que no tendremos esta realidad colectiva, esta realidad del pa¨ªs que todos necesitamos, si la pol¨ªtica catalana no se orienta hacia la construcci¨®n de una sociedad culturalmente abierta y con un alto grado de democracia econ¨®mica y social. Si no se orienta hacia una sociedad en la cual realmente la riqueza, la cultura y tambi¨¦n el poder hayan sido objeto de una redistribuci¨®n favorable a los estamentos populares. Naturalmente, esta redistribuci¨®n afectar¨¢ a los sectores catalanes, econ¨®mica y socialmente m¨¢s favorecidos, los cuales no se componen s¨®lo, como a veces se da a entender, de catalanes de hace veinte generaciones, sino tambi¨¦n de muchas personas cuyo arraigo en Catalunya no es superior a los cincuenta a?os, o incluso a los veinte. Son los sectores que independientemente de su geneolog¨ªa est¨¢n bien instalados en el pa¨ªs, bien integrados, bien encajados. Cometer¨ªan un grave error estos sectores si pretendieran crear una sociedad cerrada y est¨¢tica en lo cultural, en lo social, en los pol¨ªtico, en el campo de los valores humanos. Una sociedad que, entre otros fallos, tendr¨ªa el de no ofrecer a la poblaci¨®n de origen inmigrado un estilo y un modelo de vida dignos de ser asumidos y hechos propios. Ser¨ªa un grave error -por miop¨ªa y ego¨ªsmo- que traer¨ªa consigo una consecuencia grav¨ªsima: la dislocaci¨®n de toda la colectividad, con los efectos negativos que ello acarrear¨ªa a cuantos trabajamos y vivimos en Catalunya.
2. No tendremos pa¨ªs, no tendremos una colectividad v¨¢lida, si los sectores que he calificado de m¨¢s instalados, no aceptan que hay que construir -y pagar el precio que ello les exigir¨¢ -una Catalunya v¨¢lida para todos. Pero no la tendremos tampoco si, por la raz¨®n que sea, la poblaci¨®n inmigrada se alza contra Catalunya. Si en vez de exigir -con lo cual est¨¢n en su derecho- una Catalunya tambi¨¦n para ellos -en realidad una Catalunya para todos-, colaboran, consciente o inconscientemente, al derribo del pa¨ªs. Cometer¨ªan un grav¨ªsimo error, porque el pa¨ªs que dislocar¨ªan y destruir¨ªan ya es en parte el suyo, y va a ser plenamente el de sus hijos y el de los hijos de sus hijos. Ni el tiempo ni la geograf¨ªa pueden ser ignorados, ni tampoco el fluir de la vida. Si Catalunya pide la autonom¨ªa es, ciertamente, por la necesidad que siente de defender, afirmar y consolidar la propia identidad colectiva, pero es tambi¨¦n -y sobre este punto CDC ha puesto siempre un especial acento- porque necesita disponer de los instrumentos y de la libertad necesarios para construir una sociedad abierta a todos. Pero esta sociedad no la tendremos, y este pa¨ªs no lo tendremos, si todos los hombres que vivimos y trabajamos en Catalunya, juntos, no nos lo proponemos.
Las dos afirmaciones restantes no se refieren a Catalunya, sino a Andaluc¨ªa, y, en general, a todas las regiones espa?olas que pugnan por desarrollarse econ¨®micamente, por evolucionar socialmente y -sobre todo- por reforzar la propia identidad colectiva. Y ello por una raz¨®n muy simple que estos d¨ªas se ha vuelto a poner de manifiesto, pero que personalmente expres¨¦ creo, con suficiente claridad, hace ya muchos a?os. Escrib¨ª entonces que para Catalunya, adem¨¢s del reconocimiento de su personalidad nacional, hab¨ªa ?tres hechos de una magnitud y de una trascendencia extraordinarias: la inmigraci¨®n, las estructuras no democr¨¢ticas del Estado espa?ol y la necesidad de un programa catal¨¢n proyectado fuera de Catalunya y en l¨ªnea de servicio? y que "estos tres hechos converg¨ªan en el descubrimiento, por parte nuestra, del drama de las tierras espa?olas econ¨®micamente pobres en lo social, insuficientemente evolucionadas?. Hay, sin lugar a dudas, una interrelaci¨®n entre todos estos hechos, y en ¨²ltimo t¨¦rmino la hay en Catalunya y las regiones espa?olas ansiosas de desarrollo. Concretamente -y de una forma especial, dado su personalidad y la gran presencia andaluza aqu¨ª- la hay entre Catalunya y Andaluc¨ªa. Y, por consiguiente, la hay tambi¨¦n entre el combate colectivo de Catalunya -para ser reconocida y para no ser destruida y escindida- y el combate colectivo de Andaluc¨ªa- para resolver su problema socioecon¨®mico y para tomar conciencia plena de su identidad colectiva.
3. Por ello, la tercera afirmaci¨®n, o adminici¨®n, que entiendo que los catalanes debemos hacer -con toda la prudencia con que se debe hablar a un pueblo amigo, pero que tiene su leg¨ªtimo orgullo- es que no habr¨¢ una Andaluc¨ªa capaz de vertebrar plenamente a sus hombres, en lo individual y en lo colectivo, si los andaluces realmente no quieren. Si no hacen un enorme esfuerzo para arrancarse todo rasgo de provincianismo o de folklorismo o de resignaci¨®n. Y para revestirse de una voluntad de ser colectiva que permita a Andaluc¨ªa marcar a sus hombres profundamente y positivamente, en t¨¦rminos de modernidad y de pragmatismo creador, con ¨¢nimo de recuperaci¨®n y de protagonismo. Con ¨¢nimo de exigir que el futuro de los andaluces se forje en Andaluc¨ªa y no en Madrid o, de otra forma, en Barcelona. No habr¨¢ esa Andaluc¨ªa si los andaluces -si los andaluces de Andaluc¨ªa, en Andaluc¨ªa- no se organizan, no luchan, en ¨²ltimo t¨¦rmino, no crean una fuerza y un poder genuinamente andaluces.
4. Es en Andaluc¨ªa donde, los andaluces deber¨¢n librar su gran batalla -o en Murcia los murcianos, es decir, cada cual en su tierra-. Pero no es menos cierto que a todos cuantos vivimos y trabajamos en Catalunya esta batalla nos afecta. Que es tambi¨¦n, en buena parte, nuestra batalla por diversos motivos.
Por los lazos humanos y familiares que unen a tantos de nosotros con estas tierras.
Porque la inmigraci¨®n no es s¨®lo el resultado del desarrollo catal¨¢n, sino, sobre todo, del subdesarrollo de estas regiones.
Porque la libertad y el progreso son indivisibles, y no los puede haber aqu¨ª y all¨¢ no.
Porque la consolidaci¨®n de la democracia en Espa?a requiere superar los enormes desequilibrios existentes y eliminar las grandes bolsas de subdesarrollo.
Porque sin democracia en Espa?a y sin progreso general no habr¨¢ progreso de Catalunya, ni autonom¨ªa duradera.
Por razones ¨¦ticas y por razones pol¨ªticas, humanas y econ¨®micas, de solidaridad con todos los pueblos de Espa?a y de defensa de Catalunya, por todas estas razones la cuarta afirmaci¨®n de Catalunya ante este problema debe ser la de la colaboraci¨®n en la tarea de fortalecer la personalidad colectiva, o si es preciso recuperar su conciencia, y al propio tiempo impulsar el desarrollo de todas estas regiones.
Dec¨ªa un destacado dirigente andaluz en Sant Boi el d¨ªa 11 de septiembre fiesta nacional de Catalunya, dirigi¨¦ndose a los andaluces: ?Luchar por la autonom¨ªa de Catalunya es luchar tambi¨¦n por la liberaci¨®n de nuestro pueblo, Andaluc¨ªa.? Seria mala cosa que ahora esto no se viera as¨ª. Y lo ser¨ªa tambi¨¦n que los pol¨ªticos catalanes -y precisamente los m¨¢s catalanistas- no fu¨¦ramos capaces de hacer comprender y de hacer aceptar, entra?ablemente y eficazmente, a Catalu?a entera esta consigna. Que no es nueva, pues siempre el catalanismo ha tenido una vertiente regeneracionista de la sociedad espa?ola, pero que ahora hay que subrayar. Una consigna que dice as¨ª: ?La libertad, la fuerza y la grandeza de Catalu?a requieren el reconocimiento de su personalidad nacional, la consolidaci¨®n de su coherencia interna y la posibilidad de desarrollar plenamente su cultura, su lengua, su econom¨ªa, sus instituciones. Pero quiere tambi¨¦n que Catalunya sea capaz de colaborar a fondo y con generosidad, quiz¨¢s a veces contra sus intereses aparentes e inmediatos, en la lucha por el progreso, el desarrollo y la concienciaci¨®n de todas estas regiones con las cuales nos une este gran fluir humano que es la inmigraci¨®n.?
Quisiera terminar estos articulos -precisamente pensando en los dirigentes pol¨ªticos, ahora que su sentido de la responsabilidad va a ser duramente puesta a prueba por la lucha electoral- insistiendo una vez m¨¢s en la trascendencia enorme de este problema y en lo que en ¨¦l nos jugamos. Qu¨¦ duda cabe que es un tema ideal para lo emocional y para lo demag¨®gico. Por ambos lados. Pero qu¨¦ duda cabe, tambi¨¦n, de que ah¨ª nos jugamos muchos m¨¢s que en la discusi¨®n de una Constituci¨®n, o de unas leyes sociales, o de unas normas electorales. Nos jugamos la viabilidad del pa¨ªs, del pa¨ªs concreto en el cual van a vivir todos nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos. Nos jugamos su cohesi¨®n y su capacidad de formar hombres no escindidos; nos jugamos la posibilidad de una convivencia fecunda; nosjugamos la posibilidad de crear lazos basados en la libertad, en la cooperaci¨®n fecunda y no en la imposici¨®n est¨¦ril entre los pueblos de Espa?a. Todo ello puede que requiera un precio alto, que debemos pagar. Pagar en lo econ¨®mico y en lo social. Pagar esforz¨¢ndonos en comprender y en asumir la realidad. Y pagar renunciando a la ganancia r¨¢pida que puede conseguirse a costa, a breve plazo, de la ruina colectiva.
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