Pintura europea de los siglos XV al XVIII
En este a?o de gracia en el que, seg¨²n parece, el panorama expositivo nos va a ofrecer, con harta frecuencia, saldos y aburrimiento, nunca est¨¢ de m¨¢s el recurso a las autoridades. Entre tanto baratillo como, me temo, habremos de soportar, encontramos ahora pintura de la buena, de la de toda la vida, la del manual y el museo. Bromas aparte, la galer¨ªa Barbi¨¦ nos ofrece una propuesta de colecci¨®n con obras de los siglos XV al XVIII, diversas en cuanto a art¨ªfices y nacionalidad, pero cargando las tintas en los flamencos. Cierto es que, salvo un par de firmas de grandes maestros, el resto se debe a la mano de personajes de segundo orden, pero es preciso recordar cu¨¢n a menudo estos actores secundarios de la historia nos acercan a problemas de inter¨¦s, abren caminos o conducen los primeros pasos de alg¨²n fuera de serie. Tal es aqu¨ª el caso de Thomas de Keyser, cuyos modos influir¨ªan en el joven Rembrant. De aqu¨¦l nos presenta esta muestra un soberbio retrato de una joven de veintid¨®s a?os, buen ejemplo de los modos sobrios y elegantes con que el pintor contentaba los gustos objetivistas del Amsterdam burgu¨¦s del XVII.Las dos estrellas de la exposici¨®n son, sin duda, una Cabeza de hombre de Anton van Dyck y una Minerva, patrona de las artes y de las ciencias, de Luca Giordano. La primera es un vigoroso y expresivo estudio de cabeza realizado sobre papel fijado en tabla, perteneciente a la misma serie que su compa?era del Prado. La pieza de Giordano es un modelo para uno de los frescos del palacio Medici-Riccardi. Perteneciente por largo tiempo a una colecci¨®n privada espa?ola, sale ahora a la luz para completar la serie de bocetos conocidos para el palacio florentino.
Pintura europea siglos XV al XVIII
Galer¨ªa Manuel Barbi¨¦.Claudio Coello, 23.
Mas no acaban con ¨¦stas las obras de inter¨¦s. De Joos van Cleve, retratista de fama en el Amberes del XVI, pintor de teatrales escenas b¨ªblicas y demente en la madurez, seg¨²n Van Mander, tenemos aqu¨ª una Virgen con el ni?o en la que la influencia leonardesca se deja entrever con menor intensidad que en su Virgen de las cerezas. Menores en cuanto a g¨¦nero vienen a resultar otras dos obras, aunque no en aprecio. La primera es una vedutta de la escuela de Giovanni Paolo Pannini, de factura nada despreciable pese al anonimato. Fantas¨ªa arqueol¨®gica a la manera de Pironeri, participa de ese gusto por las ruinas en el paisaje que tanto aprecio despertara en la generaci¨®n rom¨¢ntica. La segunda es una t¨ªpica escena galante de Nicol¨¢s Lancret. Aun llevando la influencia de Watteau hasta el flagrante plagio, Lancret resulta, sin embargo, como nos muestran Jacques y Francois Gall, de singular importancia para el desarrollo de la pintura galante del XVIII. Despoetizando el universo de Wateau, Pater y Lancret abren, pese a (e incluso a causa de) su mediocridad, el camino hacia una pintura m¨¢s camal que responda a las exigencias de la conciencia libertina.
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