Mozart y Poulenc por L¨®pez Cobos
Para m¨ª fue un muy bello programa el dirigido a la RTVE por Jes¨²s L¨®pez Cobos. Y una demostraci¨®n de que pueden alcanzarse grandes ¨¦xitos sin acudir a sinfonismo de ?artiller¨ªa pesada?. Basta la gracia de Ein musikalischer spass, el encanto y la feliz invenci¨®n de Poulenc en Aubade, para piano y dieciocho instrumentos, la asombrosa hermosura del Rond¨® para concierto, y la medida grandiosidad de la sinfon¨ªa J¨²piter. Es decir, tres Mozart bien contrastados y un Poulenc.Se cont¨® para Aubade y el Rond¨® con la pianista vienesa Ingrid Haebler, una de esas int¨¦rpretes en las que lo musical manda sobre todo, por m¨¢s que la t¨¦cnica sea poderosa, clara, detallista y de ricas coloraciones. Cuando escuch¨¢bamos a la Haebler pens¨¢bamos que Mozart y Poulenc son precisamente as¨ª y no de otra manera. Jes¨²s L¨®pez Cobos se ci?¨® a la intencionalidad, de la solista desde la ra¨ªz. Su colaboraci¨®n, fielmente seguida por los profesores radiotelevisivos, no era un ayuntamiento, siquiera fuese perfecto, con la Haebler, sino un hacer m¨²sica juntos, desde unos principios id¨¦nticos para llegar a id¨¦nticos resultados.
Antes, la Broma musical, ese genial humorismo de Mozart, fue llevado por el director espa?ol, reci¨¦n nombrado director general de M¨²sica en la Opera de Berl¨ªn, con verdadera maestr¨ªa: medido, exacto, planificado, espl¨¦ndidamente articulado, refinadamente matizado. Y para final la J¨²piter, es decir, una de las tres sinfon¨ªas mozartianas que forman el dintel del sinfonismo beethoveniano. Con la excepci¨®n de cierta pesantez en el tiempo final -el m¨¢s dif¨ªcil de ejecuci¨®n, por otra parte-, todo lo dem¨¢s me pareci¨® espl¨¦ndido: bien arquitecturado, expresivo, aireado. Y como a m¨ª, a todo el auditorio, que prolong¨® sus ovaciones a L¨®pez Cobos, la orquesta y a Ingrid Haebler durante largo rato. Resumen: una jornada musical pura y objetiva y un nuevo ¨¦xito del director L¨®pez Cobos, que, la pr¨®xima semana, nos dar¨¢ la otra cara de sus posibilidades al enfrentarse con la Octava, de Bruckner.
El sonido de Ros Marb¨¢
El primer concierto del ciclo de la Orquesta Nacional era, tambi¨¦n, la iniciaci¨®n oficial de las actividades de Antoni Ros Marb¨¢ como titular. Digo oficial, pues ya antes hab¨ªa dirigido a la ONE, y recientemente, director y orquesta, han realizado una tourn¨¦ por diversas provincias espa?olas y un viaje a M¨¦xico con resultados absolutamente positivos.
La cr¨ªtica y el p¨²blico mexicanos han aplaudido la calidad de la ONE, la de su maestro y la de los solistas que intervinieron, tal V¨ªctor Mart¨ªn, int¨¦rprete del Concierto, de Rodolfo Halffter. En programa figur¨® tambi¨¦n la Villanesca, de Carmelo Bernaola, con la que se abr¨ªa el concierto del Real. He escrito ya sobre esta bell¨ªsima p¨¢gina, escrita por el compositor vasco por encargo de Radio Nacional como homenaje a Francisco Guerrero, para su estreno en Holanda. Despu¨¦s, en el Festival de Saintes, Villanesca obtuvo la misma triunfal acogida, pues se trata de una m¨²sica expresiva, bella, libre y actual, en el que el tema de nuestro gran polifonista se enfrenta con el lenguaje actual. Se enfrenta o se fu nde, ya que Bernaola ha conseguido gran unidad sobre la base de lenguajes dispares. El ¨¦xito en el Real fue claro ?dentro del orden? con que se aplaude los viernes, y Carmelo salud¨® repetidas veces junto con Ros Marb¨¢, feliz conductor de esta m¨²sica cargada de sutiles matices.
En la segunda parte, Ros Marb¨¢ renunci¨® a cualquier clase de obra de ¨¦xito garantizado y program¨® la Quinta, de Prokoflev. En otras latitudes es ya una m¨¢s entre las quintas. Entre los asiduos de los viernes a¨²n no ha conquistado tal puesto de popularidad, sin duda porque se ha programado pocas veces.
A lo largo de la obra -y de todo el concierto- el maestro catal¨¢n demostr¨® poseer algo que rne parece primer signo de identidad en un int¨¦rprete: sonido propio. Un sonido luminoso y controlado que ni en los fort¨ªsimos rompe su calidad. Esto importa mucho para una sinfon¨ªa como la de Prokofiev, en la que, junto a pasajes de gran lirismo, encontramos otros de cierta acidez, seg¨²n el gusto no s¨®lo de Prokofiev, sino de otros maestros sovi¨¦ticos.
Bastar¨ªa decir que el solista del primer concierto de Brahms era Alexis Weissenberg, para suponer la altura de la versi¨®n. Porque tambi¨¦n sabemos que Antoni Ros Marb¨¢ sabe acoplar a la orquesta a las caracter¨ªsticas del pianista que act¨²a. No digo que acompa?a, pues de eso no ha de hablarse trat¨¢ndose de los conciertos brahinsianos. El poder¨ªo sereno de Weissenberg, la naturalidad al resolver los problemas t¨¦cnicos como al medir todos los elementos que contribuyen a la expresi¨®n, la potencia de su sonoridad, el rigor de su criterio... ?A qu¨¦ seguir! Da un poco de verg¨¹enza especificar valores aislados en quien los posee desde su condici¨®n de maestro del piano.
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