Jos¨¦ Abad
En un escenario amplio, blanco, cristalino, luminoso, la obra negra y severa de Jos¨¦ Abad presenta como contraste una r¨¦plica de liquidaci¨®n hist¨®rica o un juego surreal de permanencia, de revitalizaci¨®n de un estilo, con la mirada de humor frecuente en nuestro tiempo, en cierto modo dentro de ese esp¨ªritu revisionista a que nos acostumbr¨® Picasso al enfrentarse con la historia del arte.Los que hemos seguido la trayectoria de Jos¨¦ Abad desde su iniciaci¨®n con herrajes encontrados, con piezas de chatarra a las que, en su reconstrucci¨®n, denomin¨® ?Armas para la paz?, hasta la exposici¨®n que nos ocupa, podemos testificar la permanencia de esta posici¨®n de hallazgo, de construcci¨®n y de una nueva lectura de los objetos vencidos. Sin embargo, siempre dentro del experimento, este escultor ha frecuentado campos de abstracci¨®n en la forja del hierro, en obras abiertas y radiantes, explosivas en su enmarcaci¨®n o desenvueltas en di¨¢logo con el espectador. Pero parece, y para esto no se necesita ser augur ni profeta, que el signo de este escultor entra dentro de la movilidad del experimento.
Jos¨¦ Abad
Palacio de Cristal.Parque del Retiro.
?El barroco de Abad -nos dice Jes¨²s Hern¨¢ndez Perera en uno de los prefacios del cat¨¢logo- es un barroco invertido que delata los bastidores que lo soportaban.? Y m¨¢s adelante: ?El sue?o del barroco ocultaba los andrajos, la penuria, la mezquindad, la usura que ten¨ªa detr¨¢s ... ? De acuerdo. Esto entra en unas caracter¨ªsticas revisionistas comunes a los artistas, o a determinados artistas-escuchas de nuestro tiempo. No es v¨¢lido que un solo artista descubra este mensaje. Creemos en su validez cuando aparece, con diversas y personales voces, esta delaci¨®n de un tiempo dado, esta comunidad de escuchas que responden, o en cierta manera anticipan, el clamor de una nueva sociedad. Los expresionistas, los abstractos, los surrealistas fueron varios y diversos, y ellos, incluyendo a¨²n a linealistas constructivos, han pasado a ser los delatores de un tiempo lleno de angustia y de esperanza en la etapa conflictiva planetaria que hoy vivimos.
Para hacerla m¨¢s efectiva hagamos plaza para la voz de Jos¨¦ Abad dentro de un colectivo de diversas voces que a¨²n sigue vigente: el dictado Dada. Recordemos que Schwitters recog¨ªa objetos de desecho, papeles, tornillos, cachivaches y cosas encontradas para hacer sus collages o su c¨¦lebre MERZ bau, como fijaci¨®n de la miseria y del absurdo. Recordemos tambi¨¦n a otro canario, Manolo Millares, que hizo la fijaci¨®n de estos objetos despreciados, como denuncia social.
Cornucopias, muebles, cajas..., es igual. Recordemos a Juana Franc¨¦s con su clara protesta, a la gratuidad de Cornell, a las composiciones abstractas de Nevelson...
Nos hemos referido a un antecedente dada¨ªsta. El clima se aproxima con el surrealismo. Otro de los prefacios de este cat¨¢logo, el de Maud Westerdahl, que vivi¨® las agon¨ªas del movimiento surrealista en Paris, deja expuesto este habitat a trav¨¦s de los castillos de las novelas g¨®ticas inglesas, las casas sordomudas de Chirico, las salas rutilantes de Gustave Moreau, las arquitecturas de Ledoux, el palacio del cartero Cheval, la arquitectura comestible de Gaud¨ª (Dal¨ª) y la Mae West del propio Dal¨ª, convertida en cuarto de estar dentro del ?nacimiento de los muebles paranoicos?.
Pudiera considerarse de esta forma a Jos¨¦ Abad como un surrealista. Algunos de ellos no fueron contestatarios. La obra de Jos¨¦ Abad tampoco la podemos considerar dentro de este clamor. Nos atenemos a su presentaci¨®n, de homenaje. Y este homenaje grave, catedralicio, es una versi¨®n de un estilo, que nos da un artista de un colectivo de nuestro tiempo.
Babelia
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