"Jueves negro"; el d¨ªa en que sucumbi¨® Wall Street
Hoy se cumple el 50 aniversario del llamado jueves negro de Wall Street, aquel 24 de octubre de 1929 que junto al martes siguiente, marc¨® el inicio de lo que se conoce como la crisis del a?o 29. Si bien la gran depresi¨®n que luego sigui¨® estaba ya impl¨ªcita incluso en los meses previos al tambi¨¦n llamado octubre negro, el hundimiento global de la econom¨ªa mundial durante casi un quinquenio trae memorias frescas en otro mes de octubre, cincuenta a?os despu¨¦s, cuando el mundo acad¨¦mico y econ¨®mico se debate si estamos ahora en una situaci¨®n similar o completamente distinta. EL PAIS presenta hoy, con un art¨ªculo de Alberto Valverde, lo que fueron aquellas dos jornadas en la Bolsa neoyorquina. Una serie de informaciones y opiniones de expertos sobre el llamado crac del 29, sus causas y origen y sus consecuencias, se publicar¨¢ en la edici¨®n del pr¨®ximo domingo.
Era la ¨¦poca del vuelo en solitario de Lindbergh, de las ejecuciones de Sacco y Vanzetti, de los dirigibles, de la estabilidad y prosperidad de los republicanos norteamericanos. Eran tambi¨¦n, en Europa, los tiempos de Mussolini, del nacimiento creciente de los nazis y Adolfo Hitler, o del colapso de la dictablanda de Primo de Rivera. Era, quiz¨¢, el per¨ªodo intermedio entre dos grandes guerras, cuando el mundo, recuperado de la primera, caminaba inevitablemente hacia la segunda con un exceso de producci¨®n industrial y agr¨ªcola, un notable aumento del comercio mundial y una lucha larvada por abrir no s¨®lo mercados, sino fuentes de aprovisionamiento de materias primas.Pero si hay algo que recordar en estas fechas de pesimismo sobre el estado de la econom¨ªa mundial ese algo es el crash o crac, del a?o 1929 en la bolsa de Wall Street y de la econom¨ªa norteamericana, que, quiz¨¢ demasiado bruscamente, acab¨® con el mito de la prosperidad perpetua, con la confianza en el crecimiento sin l¨ªmites ni barreras y con la firme creencia de que la ciencia era capaz de solventar por s¨ª sola cualquier obst¨¢culo que surgiera en las metas y fines humanos.
Por eso, muchos recuerdan aquellos a?os con temor; otros, con terror, y los restantes, si es que queda alguno, con nostalgia. Porque no hay que olvidar que si bien algunos, los menos, se suicidaron aquel jueves negro, o el martes siguiente, otros consiguieron acumular en sus manos, gracias a la bancarrota de los menos decididos o menos avispados, las enormes sumas y reservas que dieron pie a los imperios posteriores. Fue la ¨¦poca, en este sentido, de los Rockefeller, los Kennedy, los Morgan. Ellos, gracias a lo que quiz¨¢ a otros falt¨®, supieron evitar la imagen y triste experiencia de aquellos, los m¨¢s, que no tuvieron m¨¢s remedio que entonar, por las calles de Chicago, de New York o de Pretoria, el Brother, could you spare a dime? (Hermano, ?puedes darme una perra gorda?) o bailar el Danzad, danzad, malditos.
Hoy, incluso cincuenta a?os despu¨¦s, y con la perspectiva de la historia, es dif¨ªcil situar donde comenz¨® el principio del fin. Pero hubo algunos que, sin esa perspectiva, dec¨ªan ya el 5 de septiembre de 1929, dos d¨ªas despu¨¦s de que el ¨ªndice del Dow Jones alcanzara su cota m¨¢xima, que un crac terrible era inminente. Pero nadie hizo caso a Roger W. Babson, el asesor financiero de una de las firmas inversoras en el mercado, que alert¨® entonces del futuro inmediato.
Pr¨¢cticamente, el inicio del gran crac hab¨ªa comenzado meses antes. Alentados por la f¨¢cil obtenci¨®n de cr¨¦dito a precios rid¨ªculos, el mecanismo de las compras a plazo y una legislaci¨®n poco clara y coherente, pr¨¢cticamente todo ahorrador que se consideraba inteligente invirti¨® su dinero, y el que no ten¨ªa, en la Bolsa. ?Todo el mundo ten¨ªa a ¨¦l mismo y a su hermano metido en el mercado?, recuerda hoy, con una temerosa nostalgia, Edson Gould, que a sus 79 a?os dirige hoy todav¨ªa una empresa norteamericana. As¨ª se explica que, entre 1926 y finales de 1928, el industrial del Dow Jones se cioblara y en s¨®lo tres meses, los del verano de 1929, este ¨ªndice subiera otro 25%. Para el 3 de septiembre, cuando alcanz¨® su cota m¨¢xima, estaba ya en 381 puntos.
Curiosamente, la fiebre por el mercado lleg¨® a tal extremo (bastaba desembolsar tan s¨®lo un 10% del precio de la acci¨®n con un dinero que costaba ¨²nicamente un 10% al inversor y un 5% al banco que acud¨ªa al Federal Reserve Board) que muy pocos prestaron atenci¨®n a las noticias sobre los indicadores econ¨®micos. As¨ª, John Galbraight recuerda c¨®mo, en medio del verano de 1929, los s¨ªntomas de la crisis eran alarmantes. La construcci¨®n hab¨ªa descendido notablemente; la inversi¨®n en nuevas viviendas se hab¨ªa dirigido hac¨ªa otros objetivos; los inventarios industriales continuaban creciendo, hasta llegar a triplicarse de 1928 a 1929; el consumo, consecuentemente, se reduc¨ªa y pasaba de un 7,4% de incremento, entre el 27 y el 28, a un modesto 1,5%, entre el 28 y 29.
A mediados de 1929, los ¨ªndices p¨²blicos sobre precios y producci¨®n mostraban datos m¨¢s que evidentes. La producci¨®n industrial alcanz¨® un r¨¦cord hist¨®rico en el mes de junio y comenz¨® a bajar, disparada, durante julio. El empleo se increment¨® en julio, pero comenz¨® a descender estrepitosamente semana tras semanas. Los precios al consumidor tambi¨¦n bajaban y ya metidos en agosto, el Fed no tuvo m¨¢s remedio que reforzar la tendencia deflacionista con un incremento en el tipo de inter¨¦s b¨¢sico (discount rate) del 5% al 6%.
Pero Wall Street hizo caso omiso de las se?ales de alerta. El 3 de septiembre, el ¨ªndice del DJ tocaba techo ignorando las medidas del Banco Central. General Electric, ATT, US Steel, etc¨¦tera, continuaban aumentando el valor de sus acciones, en un ascenso ininterrumpido de doce a?os seguidos, y las declaraciones de banqueros y agentes alentaban a¨²n m¨¢s a seguir esta tendencia, muchas veces crey¨¦ndose su propia jerga de que la vuelta atr¨¢s era imposible.
Y lleg¨® el d¨ªa del p¨¢nico
Hasta el 24 de octubre, el llamado jueves negro. Ese d¨ªa, tras un mes casi entero de peque?os reajustes, el Dow Jones perdi¨® en una solajornada un 12% de su valor. El d¨ªa anterior, el mercado hab¨ªa conocido momentos de ansiedad y temor, pero el hecho de que fuera una jornada en medio de tantas buenas, apenas tuvo impacto ese mismo d¨ªa. A la jornada siguiente, sin embargo, todo cambi¨®. Las ¨®rdenes de ventas inundaron las oficinas de los brokers, el p¨¢nico invadi¨® el edificio y sus autoridades incluso llegaron a cerrar la galer¨ªa de visitantes, la misma que horas antes hab¨ªa sido visitada por Winston Churchill, el secretario del Exchequer brit¨¢nico, que a?es m¨¢s tarde llegar¨ªa a ser primer ministro de su majestad.Durante el mediod¨ªa, una reuni¨®n de urgencia fue convocada en la oficina de Thomas W. Lamont, de Morgan & Co. Cinco banqueros asistieron, entre ellos Charles Mitchell, del National City Bank; Albert H. Wiggin, del Chase National Bank, y Seward Prosser, del Bankkers. Entre ellos totalizaban unos recursos de 6.000 millones de d¨®lares.
Horas m¨¢s tarde, hac¨ªa las 4.30 de la tarde, y cuando la fiebre del mercado parec¨ªa ya incontenible, los reunidos se trasladaron a la sede central del Federal Reserve Board, de Nueva York, una de las siete filiales del banco central norteamericano. Cada uno de los asistentes, en representaci¨®n de su instituci¨®n, acord¨® inyectar cuarenta millones de d¨®lares en el mercado para rescatar las cotizaciones e impedir la repetici¨®n del colapso que parec¨ªa amenazar a todos ellos y a la propia estabilidad del mercado. El anuncio fue hecho por Richard Whitney, uno de los vicepresidentes del Morgan, que lleg¨® hasta la misma sala de la Bolsa y puj¨® por la compra de 25.000 acciones de US Steel. El mercado peg¨® un estir¨®n hacia arriba, pero insuficiente para compensar unas cifras como estas: un r¨¦cord hist¨®rico de 12.894.650 acciones intercambiadas, p¨¦rdidas por valor de hasta un 12%, en t¨¦rminos globales, Y varias oficinas de agentes arruinados, lo mismo que sus clientes.
El New York Times, en un esfuerzo de imaginaci¨®n o presi¨®n, recortaba la noticia a cuatro de las ocho columnas de su primera p¨¢gina, pero a¨²n todav¨ªa podr¨ªa informar:
?El descenso m¨¢s desastroso en la historia del mayor y amplio mercado de valores azot¨® ayer el distrito financiero (de Wall Street). En la mitad del colapso, cinco de los banqueros m¨¢s influyentes se precipitaron a las oficinas del J. P. Morgan & Co. y despu¨¦s de una breve conferencia entre ellos filtraron que, en su opini¨®n, la base del mercado es s¨®lida, que el fallo del mismo se debe m¨¢s a consideraciones t¨¦cnicas que fundamentales y que muchas acciones se est¨¢n vendiendo a precios demasiado bajos.
( ... ) La ca¨ªda fue una de las m¨¢s amplias de la historia del mercado ( ... ) y fue llevada a cabo por especuladores alrededor de todos los lugares del pa¨ªs. ( ... ) Las p¨¦rdidas totales son imposibles de calcular adecuadamente. No obstante, se estima que han podido totalizar miles de millones de d¨®lares. El temor se apoder¨® de todos, grandes y peque?os inversores. Muchos de ellos tiraban el papel en la mitad del mercado para recoger el pocodinero que se les ofrec¨ªa...?
Al d¨ªa siguiente, sin embargo, aquello parec¨ªa una conspiraci¨®n. El Sistema Federal de la Reserva, los cinco bancos m¨¢s importantes, las firmas de agentes y peque?os inversores, funcionarios del Departamento del Tesoro, todos insist¨ªan en que la salud del mercado era buena, que nada hab¨ªa pasado. Hasta el propio presidente Hoover se comprometi¨®: ?La base fundamental del pa¨ªs, es decir, la producci¨®n y la distribuci¨®n de mercanc¨ªas, se encuentra en un estado s¨®lido y pr¨®spero.?
Las fuerzas se apac¨ªguaron, la tranquilidad volvi¨® al mercado y los precios incluso se recuperaron. Pero s¨®lo durante el fin de semana.
Despu¨¦s del jueves, el martes
El lunes, la situaci¨®n volvi¨® a las mismas que el jueves. Los bancos, temerosos de una nueva repetici¨®n, comenzaron a protegerse de los agentes. Estos, de sus clientes, y ¨¦stos, de s¨ª mismos. Ese d¨ªa, la General Motors perdi¨® casi 2.000 millones de d¨®lares en el valor de su capital efectivo. A la jornada siguiente, el famoso martes negro, d¨ªa 29 de octubre, festividad de los santos Narciso y Feliciano, el mercado estaba ya sin ning¨²n tipo de control. A las tres horas, ocho millones de acciones hab¨ªan cambiado de manos. Al cierre, el n¨²mero se elev¨® a 16,4 millones. Esta cifra lleg¨® a ser tan significativa que tendr¨ªa que llegar la guerra de Vietnam y la inflaci¨®n subsiguiente para que, cuarenta a?os m¨¢s tarde, se sobrepasara la cantidad. Alguien quiso cerrar la Bolsa, pero los directores decidieron, de mutuo acuerdo, mantenerla abierta al costo de unas p¨¦rdidas, en s¨®lo dos d¨ªas, de 69 puntos en un Dow Jones que qued¨® a 230. En s¨®lo cinco d¨ªas, los peque?os ¨ªnversores, los bancos y los agentes perdieron la ganancia de m¨¢s de a?o y medio de paciente acumulaci¨®n.De las consecuencias, discusiones y causas t¨¦cnicas aparte, Estados Unidos y el mundo tardar¨ªan casi cinco a?os en recuperarse. La gran depresi¨®n hab¨ªa comenzado, y a qu¨¦ costo. En 1933, el producto nacional neto norteamericano era, a precios constantes, un 50% inferior al de 1929, el desempleo afectaba a un 25% de la poblaci¨®n activa y la renta per c¨¢pita era, ese misnio a?o, la misma que en 1908. En resumen: un salto atr¨¢s de un cuarto de siglo y un golpe psicol¨®gico cuyo recuerdo hoy todav¨ªa levanta heridas en el mundo occidental.
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