Situaci¨®n de emergencia
Ninguno de cuantos formamos el Equipo de, Coyuntura hubi¨¦semos deseado escribir este trabajo, pues todos los que estudiamos la marcha de la econom¨ªa en la que vivimos desear¨ªamos darnos y dar a los dem¨¢s buenas noticias. Desgraciadamente, la econom¨ªa espa?ola vive -con el mundo entero- tiempos de intensa y dilatada crisis. Unos tiempos que, adem¨¢s de producir noticias duras de transmitir, no toleran tampoco la difusi¨®n de soluciones brillantes y gratuitas de las que nadie dispone.En este ambiente de crisis econ¨®mica pocos se deciden a opinar. Es un ambiente en el que el silencio y el escepticismo son rentables. Quien opina, lo menos que arriesga es su calificaci¨®n de pesimista y agorero. Sin embargo, es justamente en una fase critica cuando la sociedad necesita explicaci¨®n y respuestas a los problemas planteados. Respuestas que partan de diagn¨®sticos responsables y verdaderos sobre la situaci¨®n de la econom¨ªa.
Todas esta s parecen ser palabras demasiado solemnes y, efectivamente, quieren serlo, porque la econom¨ªa espa?ola est¨¢ atravesando hoy y va a atravesar en los meses inmediatos por situaciones muy delicadas, cuyas motivaciones el pa¨ªs debe conocer en todos sus detalles y gravedad, pues cualquier intento de afrontar los problemas que la crisis plantea con tanta dureza a la sociedad espa?ola tiene que admitir el cumplimiento de dos condiciones: una extendida conciencia en los ciudadanos de sus causas y sus consecuencias y una prioridad en su tratamiento por la pol¨ªtica econ¨®mica. No es posible administrar la crisis y reducir sus costes y dimensiones sin reclamar y obtener un amplio apoyo de la sociedad, a la que la crisis afecta. Apoyo que no se lograr¨¢ si la sociedad no conoce las fuerzas que est¨¢n actuando sobre el proceso econ¨®mico y el porqu¨¦ y el para qu¨¦ de los costes que necesaria mente debe soportar la poblaci¨®n.
La prioridad pol¨ªtica de la econom¨ªa
Por otro lado, ese enfrentamiento con los problemas de la crisis requiere que se conceda a ¨¦sta la m¨¢xima prioridad pol¨ªtica. Los problemas de la crisis son insolubles desde la espera, desde la pasividad o desde el lenguaje de medias verdades y tratamientos epis¨®dicos o discontinuos. Cuando se observa el comportamiento de la econom¨ªa espa?ola a lo largo de la crisis, se aprecia que su principal pasivo se encuentra en la falta de diligencia para traducir en decisiones incluso lo que muchas veces son coincidencias de todos. Una gran pereza pol¨ªtica y administrativa ha estado presente en las decisiones econ¨®micas del pa¨ªs. Cuando la econom¨ªa ha alcanzado el primer plano de la atenci¨®n general lo ha hecho por poco tiempo, durante unos meses de febril dedicaci¨®n, a los que han seguido etapas de larga aton¨ªa. Parece como si los escenarios pol¨ªticos cambiantes de cada d¨ªa absorbieran la capacidad entera de atenci¨®n y de tiempo disponibles de los pol¨ªticos.
Estas no son afirmaciones sin fundamento. Cuentan con el aval de los hechos. Las corrobora muy claramente el comportamiento de la pol¨ªtica econ¨®mica en los siete ¨²ltimos a?os. Los dos a?os y medio de retraso en el tratamiento de una situaci¨®n econ¨®mica ya grave en 19173, relegada por la atenci¨®n prioritaria de los problemas de la transici¨®n pol¨ªtica, fueron agudizando hasta extremos insoportables los desequilibrios de precios y de balanza de pagos que hab¨ªan estallado en el pa¨ªs con el comienzo de la crisis mundial en 1973-1974. El proceso electoral de marzo de 1979 desplaz¨® de nuevo la atenci¨®n pol¨ªtica que hab¨ªan logrado atraer los problemas econ¨®micos en el a?o y medio que va desde las elecciones generales de junio de 1977 al vencimiento de los acuerdos de la Moncloa, en diciembre de 1978. Con ello no se aprob¨® a tiempo el presupuesto para 1979, descuid¨¢ndose en los primeros meses del pasado a?o la gesti¨®n diaria de la pol¨ªtica econ¨®mica, haciendo necesarias despu¨¦s tard¨ªas y costosas medidas de reajuste. Hoy, un a?o m¨¢s tarde, la puesta en marcha del proceso auton¨®mico ha vuelto a monopolizar la atenci¨®n de los pol¨ªticos. Dicho en pocas palabras: a lo largo de los siete a?os de crisis -con la excepci¨®n de la etapa julio de 1977-diciembre de 1978- siempre ha existido un tema y un problema pol¨ªtico dominante para no ocuparse con continuidad de la econom¨ªa.
Es esta permanente excepci¨®n dilatoria la que no admiten en manera alguna los datos econ¨®micos que la coyuntura refleja en el oscuro espejo de nuestras estad¨ªsticas, pues, pese a todos los retrasos de la informaci¨®n disponible y a su car¨¢cter fragmentario, resulta indudable que los hechos tienen tal gravedad que si la econom¨ªa no recibe la atenci¨®n prioritaria de Gobierno y oposici¨®n, es decir, de toda la clase pol¨ªtica, y si los agentes del proceso econ¨®mico (consumidores, trabajadores y empresarios) no est¨¢n dispuestos a aceptar sacrificios importantes, no ser¨¢ s¨®lo la econom¨ªa la que marchar¨¢ mal. Los vientos que siembra una situaci¨®n econ¨®mica tan grave como la presente pueden convertirse en tempestades que hagan naufragar nuestra reciente y a¨²n d¨¦bil democracia.
?Cu¨¢les son esos hechos que permiten calificar la situaci¨®n de la econom¨ªa en el presente como una situaci¨®n de emergencia? El lector los tiene reflejados en los gr¨¢ficos que acompa?an a este trabajo y que presentan lo que podr¨ªamos considerar como un an¨¢lisis de las constantes vitales del proceso econ¨®mico espa?ol.
Nuestro empobrecimiento frente al resto del mundo
El primero de esos hechos est¨¢ en una variable que los economistas denominamos relaci¨®n real de intercambio y que expresa la cantidad de importaciones que en cada momento puede comprarse con una cantidad dada de exportaciones. Si la crisis actual tiene un heraldo inequ¨ªvoco que permite avisar su presencia y su gravedad, ¨¦ste no es otro que la ca¨ªda de la relaci¨®n real de intercambio del pa¨ªs frente al resto del mundo.
Pues bien, los datos espa?oles hablan de esa presencia de la crisis por s¨ª solos. A finales de 1979, Espa?a habla perdido, en n¨²meros redondos, un 20% de la relaci¨®n real de intercambio respecto a 1973. Las cartas que van a dar el resultado del juego de la relaci¨®n real de intercambio para 1980 est¨¢n echadas: los precios del petr¨®leo y de las materias primas industriales que Espa?a necesita importar van a verse sustancialmente aumentados. El a?o 1980 ha comenzado con una estimaci¨®n oficial del coste medio del barril-crudo de 27,50 d¨®lares, cifra que supone casi un 50% m¨¢s que el precio medio pagado el a?o anterior. Pese a la moderaci¨®n con la que en 1980 se ha comportado el mercado internacional de crudos, lo cierto es que las estimaciones m¨¢s actualizadas -tras las ¨²ltimas subidas oficiales de distintos pa¨ªses- daban el coste promedio del barril hasta 29,75 d¨®lares. Todos los pron¨®sticos de los especialistas en temas petrol¨ªferos anuncian un segundo trimestre m¨¢s conflictivo que el primero. La reducci¨®n de cantidades ofrecidas en el mercado -estrategia de los pa¨ªses exportadores que ya anticip¨¢bamos hace alg¨²n tiempo en esta misma secci¨®n- ha comenzado a ser realidad. Libia, Kuwait y Venezuela est¨¢n ya practicando esta pol¨ªtica, y M¨¦xico ha anunciado su aproximaci¨®n a ella a trav¨¦s de un crecimiento productivo mejor del esperado. En definitiva: esta situaci¨®n nos llevar¨¢ o bien a realizar nuevas gestiones en las. compras a plazos, con las consiguientes cuotas de entrada, o bien a acudir a aprovisionamientos m¨¢s caros en el mercado spot. De esta manera, el componente m¨¢s importante de los precios de importaci¨®n -los crudos de petr¨®leo- van a empujar con fuerza hacia abajo nuestra relaci¨®n real de intercambio, al tener que comprar m¨¢s caras nuestras importaciones. Una estimaci¨®n que creemos realista de la marcha de la relaci¨®n real de intercambio en 1980 nos llevar¨ªa a situar el crecimiento de los precios de importaci¨®n en el 28% y a prever, en el mejor de los casos, un alza de los precios de exportaci¨®n en un 11 %. Todo ello elevar¨ªa la p¨¦rdida en la relaci¨®n real de intercambio de Espa?a con el resto del mundo en 1980 al 30% respecto de sus valores en 1973.
Este empobrecimiento relativo e impuesto por la ca¨ªda de la relaci¨®n real de intercambio debe reconocerse por el pa¨ªs que la sufre, que no podr¨¢ sostener -con el mismo esfuerzo anterior- sus cifras de producci¨®n y renta internas alcanzadas previamente, ya que una parte sustancial de la producci¨®n interior tendr¨¢ que ser transferida al extranjero. Es esta una p¨¦rdida nacional inevitable. Cualquier tentativa realizada por un grupo social para prevenirse de esta p¨¦rdida y trasladarla sobre otros grupos est¨¢ condenada al fracaso. Las elevaciones de rentas y salarios monetarios realizadas con el prop¨®sito de compensar la ca¨ªda de la relaci¨®n real de intercambio pueden producir tan s¨®lo uno de dos efectos y ambos nocivos. Si la cantidad de dinero no aumenta y los salarios s¨ª, el paro crecer¨¢; si la cantidad de dinero se ajusta, para permitir la financiaci¨®n de un nivel creciente de salarios, la inflaci¨®n aumentar¨¢, y antes o despu¨¦s -bien sea por una estabilizaci¨®n necesaria o una recesi¨®n- se tendr¨¢ que admitir una p¨¦rdida de renta real mayor que la inicialmente resultante de la ca¨ªda en la relaci¨®n real de intercambio. Lograr el reconocimiento de esta verdad elemental constituye el principal deber de la pol¨ªtica econ¨®mica de un pa¨ªs empobrecido a consecuencia de la marcha de sus intercambios con el exterior.
Hacia el d¨¦ficit de la balanza de pagos
Esa ca¨ªda en la relaci¨®n real de intercambio, en parte realizada y en parte prevista para 1980, producir¨¢ un conjunto de efectos sobre la econom¨ªa. El primero y m¨¢s obvio es el que se registrar¨¢ en el frente exterior. El encarecimiento de las importaciones, de una parte, y la ca¨ªda del comercio mundial, de otra, definen ya situaciones de dificultad evidentes para la balanza de pagos. No va a ser posible aumentar sustancialmente las exportaciones en 1980, porque el mercado mundial no va a tener la misma capacidad de absorci¨®n que en 1979. Por otra parte, el acceso a esos mercados internacionales -con m¨¢s cortas dimensiones- se va a efectuar por nuestros exportadores en peores condiciones relativas, ya que la p¨¦rdida de la competitividad de las exportaciones espa?olas, derivada de nuestro grado interno de inflaci¨®n, es dif¨ªcil de negar. Esta p¨¦rdida de competitividad quiz¨¢ no alcance las dimensiones que las empresas exportadoras espa?olas pretenden, pero la marcha desfavorable de la relaci¨®n de costes y precios internos respecto de los internacionales ejerce una influencia -aunque sea una influencia limitada- en las condiciones de comparecencia al mercado exterior. Todas estas fuerzas avalan hoy el un¨¢nime pron¨®stico de los distintos estudios de coyuntura, que prev¨¦n un d¨¦ficit de la balanza corriente importante para 1980. Un d¨¦ficit que los optimistas cifran en 2.500 millones de d¨®lares, y que los menos optimistas hacen llegar hasta los 3.500 millones de d¨®lares. Los valores que recogemos en este trabajo lo cifran en los 3.000 millones de d¨®lares para el conjunto del a?o.
Esta cifra no resulta sorprendente. Se trata de un cambio esperado, porque en la liquidaci¨®n favorable de la balanza de pagos en los dos ¨²ltimos ejercicios han intervenido un conjunto de factores circunstanciales que la marcha del tiempo ha ido eliminando. El manejo de la balanza de capitales podr¨¢ cubrir estas cifras deficitarias de 1980 sin problemas, dado nuestro alto nivel de reservas. Sin embargo, la situaci¨®n exterior debe entrar en zona de observaci¨®n por parte de la pol¨ªtica econ¨®mica, porque el nerviosismo de los movimientos de capitales no hace f¨¢cil el gobierno del tipo de cambio, y la dosificaci¨®n de nuestro endeudamiento exterior debe mantenerse en l¨ªmites de prudencia para evitar situaciones comprometidas en el futuro. En cualquier caso, esa situaci¨®n de balanza de pagos enfrenta a la pol¨ªtica econ¨®mica con las necesidades del fomento de las exportaciones y con el repaso de la pol¨ªtica comercial aplicada hoy y en el pasado inmediato, as¨ª como con la organizaci¨®n disponible para obtener un comercio mayor de los productos espa?oles con el resto del mundo. Esta pol¨ªtica no puede improvisarse, y no deber¨ªa discurrir tampoco en el sentido elemental y perturbador de un neomercantilismo proteccionista.
La pol¨ªtica econ¨®mica ha concedido la prioridad que deb¨ªa a la pol¨ªtica antiinflacionista, porque, como hemos reiterado desde estas p¨¢ginas, ninguno de los problemas que la crisis plantea se resuelve con la inflaci¨®n. Todos se complican. No hay un solo pa¨ªs que pueda ofrecerse como ejemplo de una administraci¨®n correcta de la crisis que la haya conseguido con m¨¢s inflaci¨®n. Defender hoy el intercambio de un poco m¨¢s de inflaci¨®n por un poco menos de paro es ignorar lo que la inflaci¨®n y el paro significan. La inflaci¨®n es la causa m¨¢s importante del paro, y es imposible, en consecuencia, que un agravamiento en la causa (la inflaci¨®n) produzca una mejor¨ªa en el efecto (el paro). Por eso, el crecimiento del ¨ªndice de precios debe combatirse con toda atenci¨®n y
Situaci¨®n de emergencia
cuidado por la pol¨ªtica econ¨®mica. Los ¨²ltimos datos disponibles -los del mes de enero, recientemente divulgados- han provocado una alarma natural, pese a que se anuncian en un clima inflacionista generalizado en todos los pa¨ªses. La cifra del 2,8% de aumento respecto del ¨ªndice de precios al consumo sobre diciembre ha provocado una alarma natural -quiz¨¢ menor de la justificada- en cuanto que significa el recrudecimiento de las tensiones inflacionistas. De hecho, hay que retroceder a los meses centrales de 1977 para encontrar tasas de crecimiento semejantes de los precios en su magnitud. Un an¨¢lisis de las tendencias subyacentes del ¨ªndice muestran que la fuerte elevaci¨®n del mes de enero de este a?o se ha debido al crecimiento en los precios de los productos no alimenticios, pues los precios de los productos alimenticios han aumentado durante el mes de enero conforme a una t¨®nica m¨¢s reducida (9,4%) que la de los restantes grupos (22,8 %).Una forma distinta de analizar las variaciones en los componentes del ¨ªndice general de precios al consumo es la de agrupar tales componentes en funci¨®n de los distintos grados de intervenci¨®n administrativa que padecen. De este modo puede distinguirse entre una agrupaci¨®n de precios ?libres? con intervenci¨®n administrativa en la formaci¨®n de los precios m¨ªnima (vestido y calzado, vivienda, excluidos los alquileres, menaje y de los servicios del hogar, as¨ª como del grupo ?otros precios? del ¨ªndice general); precios ?semilibres?, con intervenci¨®n administrativa algo mayor (alimentaci¨®n, servicios m¨¦dicos y gastos de esparcimiento y ense?anza), y, finalmente, otra de precios ?controlados?, en los que se dan fuertes niveles de intervenci¨®n administrativa, tal y como ocurre en los precios del transporte y comunicaciones y en los alquileres.
A la vista de tales grupos se comprueba c¨®mo el crecimiento de los precios en enero ha sido muy fuerte en el grupo de previos ?controlados? (28,2%), relativamente importante tambi¨¦n en el grupo de los precios ?libres? (23,6%), y m¨¢s reducido en el grupo de los precios ?semilibres? (10,3 %), debido sobre todo a que este ¨²ltimo grupo incluye los precios de los productos alimenticios, que han continuado actuando como ? amortiguadores ? de la inflaci¨®n, aunque con menor intensidad que en otras ocasiones.
Una observaci¨®n del comportamiento de los precios tras las dos subidas de los costes de la energ¨ªa en julio y en diciembre permite comprobar que la fuerte elevaci¨®n registrada en enero no solamente recoge los nuevos y mayores precios de la energ¨ªa, sino otros factores aut¨®nomos y no estacionales que han reca¨ªdo con especial intensidad sobre los precios de los productos alimenticios.
Mirando hacia adelante y considerando los factores que determinan el ¨ªndice de precios, es dif¨ªcil ser optimista. Los tres motivos en que se basa esta afirmaci¨®n son claros:
1. La experiencia de los precios agroalimentarlos en 1979 es dif¨ªcilmente repetible. La existencia del exceso relativo de oferta en 1979, ocasionado con frecuencia por factores extraagrarios, se ha eliminado en 1980, lo que ha tra¨ªdo consigo ya en el mes de enero la vuelta a la tendencia subyacente o estructural de este subgrupo del IPC. Por otro lado, la ca¨ªda de la renta de los agricultores en 1979 har¨¢ muy dif¨ªcil moderar el crecimiento de los precios. Lo m¨¢s probable es que -en un mes con otro- la variaci¨®n intermensual de este componente del IPC pueda alcanzar cotas tan elevadas como el punto y medio. De todos modos, las pr¨®ximas semanas ser¨¢n decisivas para el ¨ªndice de precios del consumo en el a?o, por los riesgos ,de heladas que, de sobrevenir, podr¨ªan afectar seriamente a las frutas y alterar, en consecuencia, el comportamiento de sus precios en los meses centrales del a?o.
2. Los factores que condicionan el comportamiento de los costes de producci¨®n tampoco autorizan ganancias en la estabilidad. Los datos de que se dispone sobre aplicaci¨®n del acuerdo-marco interconfederal ofrecen un crecimiento de los salarios muy semejante al del pasado a?o. Y las variables que determinan la marcha de los costes financieros avalan su inmediato crecimiento. Los actuales ¨ªndices de inflaci¨®n en todos los pa¨ªses -condicionante b¨¢sico del tipo de inter¨¦s y del coste del cr¨¦dito-, la pol¨ªtica de estabilizaci¨®n americana, que ha elevado los tipos preferenciales bancarios hasta situarlos en la banda 18-19%, temi¨¦ndose elevaciones a¨²n superiores, hasta el 20%, y las alzas obligadas que muestra nuestro mercado monetario por alinearse con estos valores, son fundamento firme para pronosticar un encarecimiento de los costes financieros en los meses que vienen.
3. Finalmente, el coste de las materias primas importadas arranca ya en 1980 de un nivel de precios mayores en origen que no van a poderse corregir por apreciaciones semejantes a las realizadas en 1979 en nuestro tipo de cambio, dif¨ªcilmente compatible con las fuerzas dominantes en el mercado.
Estos tres factores convierten al objetivo del incremento medio del 17% en el ¨ªndice de precios del consumo en 1980 en una meta ambiciosa cuya consecuci¨®n firmar¨ªan hoy como buena muchos economistas.
El enrarecido ambiente de los costes de producci¨®n, la debilidad de los mercados internos e internacionales, la propia y delicada situaci¨®n pol¨ªtica internacional y la espa?ola explican el tercer hecho que registra la coyuntura en los comienzos de la d¨¦cada de los ochenta: la ca¨ªda de las expectativas empresariales. Una ca¨ªda que no se limita a nuestro pa¨ªs, sino que se extiende a la pr¨®xima realidad econ¨®mica europea. Esta ca¨ªda en la tendencia de la producci¨®n industrial que anuncian las expectativas empresariales, seg¨²n las recoge la encuesta del Ministerio de Industria, merece particular atenci¨®n, pues su valor predictivo resulta avalado por la experiencia del pasado. El ¨ªndice de producci¨®n industrial ha ratificado siempre en Espa?a las expectativas empresariales sobre la tendencia previsible a tres meses de la producci¨®n.
Pero es el caso adem¨¢s que esta ca¨ªda en las expectativas empresariales tiene profundas motivaciones en los hechos econ¨®micos. La simple ca¨ªda en la relaci¨®n real de intercambio en 1980, a,la que ya hemos aludido, pr¨®xima al 13%, significa que, en caso de no llevarse a cabo una pol¨ªtica compensadora interna, el valor monetario de la importaci¨®n aumentar¨¢ m¨¢s que el de las exportaciones, con sus efectos adversos sobre el saldo de la balanza comercial y la transferencia de rentas al exterior. Ese efecto adverso de la balanza de pagos disminuir¨¢ las posibilidades internas de consumo y de inversi¨®n. En el caso extremo de que las mayores importaciones monetarias se intercambiasen por exportaciones monetarias sin que el saldo de la balanza comercial resultase afectado, lo que en definitiva supone que las mismas exportaciones reales permiten financiar unas menores importaciones reales, las posibilidades internas de consumo y de inversi¨®n se reducir¨ªan en un 1,5% del PIB. Y esta es precisamente la renta real que debe transferirse al exterior si se prescinde del velo monetario y las relaciones interpa¨ªses se asimilan en una econom¨ªa de trueque, en la que mercanc¨ªas se intercambian por mercanc¨ªas. Es esta p¨¦rdida de la relaci¨®n real de intercambio la que hace muy dif¨ªcil aventurar un crecimiento positivo del PIB en 1980. El crec¨ª miento econ¨®mico nulo o negativo ser¨¢ la t¨®nica dominante del ejercicio actual.
El nivel de paro
Los datos estad¨ªsticos sobre nivel de empleo y paro muestran c¨®mo a partir de 1975 se ha mantenido un progresivo descenso del nivel de poblaci¨®n ocupada, con efecto en el nivel de paro. Seg¨²n la encuesta de poblaci¨®n activa del INE (cuarto trimestre de 1979), la poblaci¨®n ocupada descendi¨® en 260.300 personas respecto a igual trimestre de 1978 (2,15 %) y el nivel de paro se increment¨® en 250.900 personas. A pesar del crecimiento de la poblaci¨®n en edad de trabajar, la poblaci¨®n activa se mantuvo a nivel similar (ca¨ªda de la tasa de actividad).
La conjunci¨®n del moderado crecimiento del PIB y la disminuci¨®n del empleo se explica por un alto crecimiento de la productividad media del sistema. En 1979 creci¨® el 3,6%, pero en 1978 lo hab¨ªa hecho el 5,3 %.
En 1980 va a ser inevitable la disminuci¨®n del nivel de ocupaci¨®n. Para justificar porqu¨¦, partamos de una hip¨®tesis optimista: supongamos un crecimiento del PIB en el 1 % y de la productividad media del sistema del 3,5%. Estos datos -reiteramos- optimistas producir¨ªan un descenso del nivel de ocupaci¨®n del 2,5 %, equivalente a unas 295.000 personas.. Si la productividad creciera s¨®lo el 2,5 %, el nivel de ocupaci¨®n descender¨ªa el 1,5%, equivalente a unas 177.000 personas. Manteniendo la misma cifra de poblaci¨®n activa que en 1979, a pesar del crecimiento de la poblaci¨®n en edad de trabajar (227.000 personas en 1980), el paro aumentar¨ªa, seg¨²n una u otra alternativa, en 295.000 ¨® 177.000 personas; es decir, la tasa de paro se elevar¨¢ al 12,4% u 11,5%, seg¨²n el paro se vea incrementado en una u otra cifra. La tasa de actividad tender¨¢ a decrecer, coloc¨¢ndose en el 35% de la poblaci¨®n total de Espa?a.
Los hechos relatados hasta aqu¨ª -que condicionan el comportamiento de la econom¨ªa espa?ola en 1980- deben ganar, por su gravedad, la preocupaci¨®n de las distintas instancias de la sociedad y de la pol¨ªtica espa?olas. Son hechos que, unidos a las demoras en los reajustes productivos impuestos por la crisis, a la falta de una programaci¨®n de las inversiones del sector p¨²blico que indique con claridad lo que ¨¦ste proyecta hacer en los pr¨®ximos a?os, a la impresi¨®n que hoy rodea al cuadro de reformas que el sistema econ¨®mico necesita, reclaman una respuesta clara y realista de la pol¨ªtica econ¨®mica. Hechos ante los que no cabe ni el silencio ni la demagogia, sino el compromiso de soluciones apoyadas en una conciencia de sus efectos sobre la convivencia pol¨ªtica y en un sentido de solidaridad en el reparto de los considerables esfuerzos que para superar la cr¨ªtica situaci¨®n presente deber¨ªamos realizar todos los ciudadanos.
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