Madrid en el Estado
El proceso auton¨®mico que hoy atraviesa Espa?a lleva a la reflexi¨®n sobre esa constante que parece perseguir al pa¨ªs en forma de cura Santa Cruz cada vez que la democracia o el simple progreso pol¨ªtico hacen adem¨¢n de,instalarse por estos pagos. Esta vez tampoco se nos ha hecho excepci¨®n y la naciente democracia se las tiene que ver con los montaraces de siempre, esta vez con la Goma 2 en una mano y el ?Astete? o El Estado y la revoluci¨®n en la otra, que tanto da a estos intelectuales. A ello se ha unido un factor sustancial, vale decir: el despedazamiento ideol¨®gico de Espa?a ha gozado y goza a¨²n de buena salud entre los bien pensantes (m¨¢s o menos frustrados en sue?os imposibles) sin que a ello se haya puesto coto alguno por quienes pod¨ªan y deb¨ªan hacerlo. Parecer¨ªa como si los intelectuales, espa?oles (si existe tal especie) ocupados en el an¨¢lisis del desencanto que tanto parece preocupar, hiciesen o¨ªdos sordos y ojos ciegos a cuantas falsificaciones descaradas se vienen haciendo de la historia pol¨ªtica, cultural y econ¨®mica de Espa?a y sus pueblos. Y as¨ª mientras las nacionalidades arrancan de los menires prehist¨®ricos vasos, de los castros celtas o, m¨¢s moderadamente, de hace mil a?os (Pujol dixit) resulta que Espa?a, como entidad nacional, no ha existido nunca pues se trata de un invento franquista al que de ahora en adelante habremos de denominar, para poner las cosas en su sitio: ?Estado espa?ol?.La raz¨®n reflexiva no ser¨¢jam¨¢s compa?era de ?abertzalismo? alguno, pero no deja de ser chocante que las sandeces hist¨®ricas que con tanta frecuencia se escriben en los ¨²ltimos tiempos hayan encontrado el silencio por parte de quienes cabr¨ªa esperar que algo dijeran.
La existencia de un Estado centralista, el machaqueo sistem¨¢tico, en los a?os del t¨²nel, de las culturas (incluida la castellana) deben encontrar soluci¨®n en una Espa?a pluricultural que se dote de un Estado descentralizado en donde el modelo federal parece ser el m¨¢s razonable. Ello se va a conseguir dif¨ªcilmente porque, de un lado, se encuentra la cicater¨ªa m¨¢s persistente empecinada m¨¢s en mantener un aparato central de poder que en dotar al conjunto del Estado de una Administraci¨®n eficaz y, de otro, y como reflejo distorsionado, se abren enormes v¨ªas demag¨®gicas en donde las metralletas son cada vez m¨¢s el ruido de fondo de una batalla insolidaria en donde la ley del m¨¢s fuerte amenaza con imponerse en el reparto de los recursos comunes del Estado.
Ante esta situaci¨®n no es de extra?ar que surjan movimientos pol¨ªtic¨®s de signo nacionalista aqu¨ª y acull¨¢, quiz¨¢ plagados de vieja demagogia y oportunismo de ¨²ltima hora, pero con un indudable arrastre.
Toda la resaca, aqu¨ª someramente expuesta, tiene un chivo expiatorio com¨²n: Madrid santo y se?a del centralismo. En estas condiciones la racionalidad, que siempre es un valor a largo plazo, no lo es a corto y pasa por momentos oscuros, ello explica que los pol¨ªticos de las dos Castillas, envueltos sin duda en la vor¨¢gine . mentada (por cierto, ?es Castilla una nacionalidad?) hayan dec¨ªdido,que Madrid era cosa aparte. Dada la irreversibilidad que la Constituci¨®n de 1978 consagra para ciertos actos auton¨®micos, los argumentos sobre la castellanidad de Madrid de poco van a servir ante el antimadrile?ismo militante, disfrazado de anticentralismo, de que se viene haciendo gala en todas partes.
Conviene antes de seguir adelante, y sin tener que recordar ni el dos de mayo, ni el cuartel de San Gil, y ni siquiera el mes de noviembre de 1936, que Madrid ha soportado y soporta el peso del llamado centralismo administrativo como nadie. Un ejemplo pudiera ser definitivo: en toda Espa?a el planeamiento urban¨ªstico lo generan los ayuntamientos, en Madrid lo genera y aprueba la Administraci¨®n central.
Ante el casi aislamiento forzoso a la que se ha reducido a la provincia y dada la necesidad de un destutelaje central, lo m¨¢s l¨®gico es que Madrid intente acceder a su autogobierno por las v¨ªas que la Constituci¨®n tipifica. Ello debiera de conseguirse en un plazo corto y con una seguridad pol¨ªtica que exigir¨¢ el acuerdo previo de los partidos con representaci¨®n parlamentaria en la provincia.
V¨ªas de acceso
Ell primer problema que habr¨¢ de resolverse es el de la v¨ªa auton¨®mica. Dos posibilidades se abren: la del art¨ªculo 143 y la del art¨ªculo 144 de la Constituci¨®n. Si realmente Madrid tiene ?entidad regional hist¨®rica?, la v¨ªa l¨®gica puede ser la del art¨ªculo 143 con iniciativa de la Diputaci¨®n Provincial y redacci¨®n posterior del, estatuto. Si se opt¨¢ por el art¨ªculo 144 los resultados debieran ser id¨¦nticos en cuanto a contenidos, pero conviene adelantar que cualquier intento de desmembramiento de la provincia utilizando la v¨ªa del 144 encontrar¨¢ la oposici¨®n del PSOE.
Dejando a un lado el contenido de las competencias que no tienen por qu¨¦ ser distintas en el autogobierno de Madrid que en cualquier otro (excepci¨®n hecha del art¨ªculo 41 del Estatuto vasco con referencia a los conciertos econ¨®micos y que para el que suscribe es una aut¨¦ntica carga de profundidad contra la Irrenunciable solidaridad que el Estado debe garantizar). El problema que surgir¨¢ est¨¢ ligado al sistema electoral. El principio de solidaridad exige una sola circunscripci¨®n, es decir ?un hombre un voto?, sin embargo, existe el temor de que aparezca de la mano de UCD la teor¨ªa del ?voto de la hect¨¢rea? consistente, como es sabido, en que el votante que vive en zonas menos pobladas tenga -no se sabe por qu¨¦ raz¨®n- mayor representaci¨®n electoral.
No parece razonable, en fim, que tras el autogobierno siga existiendo la Diputaci¨®n, ni que se vaya a un proceso electoral intercalado antes de 1983. Si los acuerdos pol¨ªticos se producen, Madrid pudiera acceder a una situaci¨®n de normalidad dentro de Espa?a en el plazo se?alado, lo cual ser¨ªa bueno para los ciudadanos que por aqu¨ª habitan y conviven.
es el secretario general de la Federaci¨®n Socialista Madrile?a (PSOE).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.