"Que dicen que hay m¨¢s de un mill¨®n..."
Cuando Carrillo llega al punto de partida de la manifestaci¨®n -a la hora exacta, ni minuto m¨¢s ni minuto menos-, Fraga, que llevaba ya largo rato all¨ª enfundado en su loden, le saluda guas¨®n: ?Santiago, que llegas tarde, que van a poner la bandera ... ? ??Qu¨¦ bandera??, contesta Carrillo, pillado de improviso. ?La espa?ola, naturalmente ... ?, remata Fraga.
La masa de manifestantes es impresionante. La cabeza se pierde entre una nube de fot¨®grafos, de modo que cuando aparece Tierno con seis maceros del Ayuntamiento -los ropajes de seda, las plumas, las mazas doradas al hombro- y todos los concejales detr¨¢s acapara la atenci¨®n del p¨²blico y chupa plano a los dem¨¢s l¨ªderes pol¨ªticos: la gente le vitorea y achucha cari?osamente al bloque municipal, por lo que, nada m¨¢s comenzar la marcha, el grupo del Ayuntamiento queda aislado, se rompe su cord¨®n de seguridad y la gente se une gozosamente a la comitiva adornada de maceros. Un miembro del servicio de orden, perplejo, se acerca con cara de susto a otro y le pregunta: ??Qu¨¦ hacemos con el Ayuntamiento?? El otro, muy serio, responde: ?Protegerlo?. El primero vuelve el rostro, observa el api?amiento de gente y se dice en voz alta, desalentado: ?Pues si que ... ? Fraga y Camacho van codo con codo, formando una pareja un tanto peculiar. Algunos abuelos que forman parte de la manifestaci¨®n o que observan su paso emocionados vitorean a Fraga y a Carrillo con fervor incongruente y parejo. Una viejecita diminuta, una menudencia de se?ora, intenta repetidamente atravesar el cord¨®n de seguridad. Al fin, con perseverancia septuagenaria, consigue colocarse entre los componentes del servicio de orden. Uno de ellos le dice que no puede estar all¨ª, que no lleva distintivo, que no forma parte del servicio: ?Con lo que yo he "pasao"?, contesta ella, ?me vas a explicar a m¨ª lo que es un servicio de orden?. Al final consigue situarse en uno de los cordones de seguridad, y ah¨ª, con los brazos enlazados a los de los componentes del servicio, chiquitina y arrugada, continua el resto de la manifestaci¨®n colgada de ellos.Comienza a llover: ?Un a?o de sequ¨ªa, y precisamente hoy va y llueve?, comenta un hombre. Ha transcurrido una hora desde el comienzo de la manifestaci¨®n, y el centro de la misma a¨²n no se ha movido de la ronda de Valencia. Desde las ventanas, la gente jalea y corea los gritos de libertad. Se aplaude a un reportero de radio que est¨¢ subido al techo de una furgoneta'con sus cascos. Desde un primer piso, una muchacha provista de un transistor va voceando a la masa de manifestantes a sus pies las ¨²ltimas noticias: ?Que dicen que hay m¨¢s de un mill¨®n de personas..., que dicen que la cabeza est¨¢ llegando a Neptuno?. Cerca de la calle Argumosa, inmovilizados como el resto de los manifestantes durante m¨¢s de una hora, hay muchos rostros conocidos del cine y del teatro: el sector se cit¨® en La Corrala, y de all¨ª bajaron todos juntos para estancarse en la ronda de Atocha en esta gigantesca masa de personas que parece no moverse nunca. Clemente Auger otea el horizonte de cabezas desde su altura y comenta: ?Es la manifestaci¨®n m¨¢s grande de toda Europa, esto es una manifestaci¨®n propia de Jomeini ?. Qui¨¦n sabe por qu¨¦ secreta alquimia social, la manifestaci¨®n parece estar ordenada en estratos: a la cabeza se ven muchos abrigos de pieles, muchas camisas inglesas, muchos pasadores de corbata de pretensiones doradas, muchos zapatos italianos. A medida que se va hac¨ªa la cola de la manifestaci¨®n se empiezan a encontrar grupos de obreros de manos callosas, amas de casa con los ni?os colgando -porque no tienen a qui¨¦n dej¨¢rselos, o quiz¨¢ porque quieran que ?aprendan lo que es la libertad?, como dec¨ªa una de ellas, j¨®venes con chubasqueros de pl¨¢sitco barato y botas camperas reventadas. Al final del todo, unas doscientas personas, la mayor¨ªa adolescentes, corean gritos contra la polic¨ªa y diversos esl¨®ganes: ?Tejero, al agujero, con Franco y con Carrero? ?Chile callado fue aplastado?... Los manifestantes intentan acallarles, pero al cabo la polic¨ªa carga contra el peque?o grupo y lo disuelve. En Neptuno, por el contrario, un quincea?ero saca un gran retrato en color del Rey, lo levanta sobre su cabeza y consigue as¨ª que la masa se abra milagrosamente entre aplausos, permiti¨¦ndole el paso: ?Ese es un truco para llegar a la cabeza?, masculla un viejo. A partir de las 20.30 horas, muchos de los integrantes de la manifestaci¨®n comienzan a marcharse por las calles adyacentes, sin haber podido llegar siquiera a Atocha. En los metros hay grandes colas, y m¨¢s de uno pregunta en la taquilla con cara de despiste: ??A cu¨¢nto est¨¢ el billete??.
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