Demasiado lejos

Si la operaci¨®n era de car¨¢cter nacional, al servicio de Espa?a, en defensa de la democracia y de la Corona y a las ¨®rdenes del Rey, muchos espa?oles ten¨ªan mejor ganado su derecho a ser convocados para llevarla a cabo que quienes hoy se sientan en el banco rojo del servicio geogr¨¢fico.Aqu¨ª, en Campamento, los letrados defensores est¨¢n llevando tan lejos sus suposiciones y tan a punta de lanza la preservaci¨®n del honor de sus defendidos, que mundan todo el espacio y arrebatan a quienes no conspiraron para la rebeli¨®n el suyo.

Sobre las bases que una y otra vez, con incansable martilleo, atribuyen a sus patrocinados ?c¨®mo podr¨¢n explicar por qu¨¦ no se cont¨® con los dem¨¢s, incluso dentro del propio Ej¨¦rcito?

Cuando el general Armada explica, por ejemplo, las condiciones que pone para intervenir en la b¨²squeda de una soluci¨®n que termine con la ocupaci¨®n del Congreso, menciona expl¨ªcitamente la de evitar la divisi¨®n del Ej¨¦rcito. Pero esa pretensi¨®n resulta desplazada en el tiempo. La divisi¨®n del Ej¨¦rcito, o mejor dicho, la escisi¨®n de una peque?a parte del mismo, ya se hab¨ªa consumado, precisamente a cargo de los conspiradores que, al menos desde la reuni¨®n de la calle general Cabrera el 18 de enero de 1981, procedieron a realizar su particular escrutinio del barbero, separando a los oficiales y jefes que visten el mismo uniforme en filas de adictos y sospechosos.

Torres Rojas y San Mart¨ªn eran adictos, el coronel I?iguez, sospechoso.

Por eso la ocupaci¨®n de RTVE no se le encomend¨®, como hubiera dictado la l¨®gica, al regimiento de la red permanente, sino al de Villaviciosa.

?Qu¨¦ hubiera pasado si tan s¨®lo una vez alguien hubiera deslizado en la sala donde se celebra la vista la m¨¢s m¨ªnima sospecha sobre la deslealtad del general Milans, pongamos por caso, o sobre la falta de cumplimiento a la palabra empe?ada, o sobre la falta de honorabilidad?. Veamos lo sucedido en el asunto de Diario 16 y el capit¨¢n Alvarez Arenas, repasemos la resoluci¨®n tomada por el tribunal al respecto y podremos formarnos una ligera idea. Pues bien, cada d¨ªa, cada minuto, en esa misma sala, se da por descontada la deslealtad del Rey hacia sus soldados y hacia su pueblo, su falta de cumplimiento a la palabra dada y su falta de honorabilidad y aqu¨ª nadie se da institucionalmente por aludido para salir al paso.

Alguien en alg¨²n momento tendr¨¢ que asumir la defensa del Rey en cuyo ataque permanente se sienten incursos todos los buenos espa?oles.

Hay que dejar en claro que no es posible el medio camino que intentan los defensores al se?alar con grandilocuencia las dimensiones patri¨®ticas de la operaci¨®n y subrayar al mismo tiempo todos los descompromisos que pudieran aliviar la carga penal de sus patrocinados.

Y todo ello queriendo hacerlo parad¨®jicamente compatible con la invocaci¨®n del c¨®digo de los caballeros.

As¨ª, por ejemplo, no cabe defender leg¨ªtimamente la actitud del comandante Ricardo pardo Zancada por parte de quienes no tuvieron la decisi¨®n de acompa?arle hasta el Congreso de los Diputados.