Los j¨®venes buscan 'nuevos horizontes' para la cultura de siempre
La generaci¨®n de los rebeldes que culmin¨® en el Mayo franc¨¦s, en 1968, engendr¨® esc¨¦pticos que 'pasan' de todo menos del empleo
La vieja calle del barrio de Malasa?a, en Madrid, est¨¢ vacia, silenciosa, con el ruido adusto y posado del tendero que despacha lentamente una exigua clientela habitual. Ha pasado el barrendero con su carretillo nuevo recogiendo arrugadas colillas y botes de cerveza dejados aqu¨ª y all¨¢ hace algunas horas, hasta la madrugada, por la multitud de j¨®venes que quemaron la noche en el barrio, Quiz¨¢s alg¨²n gato, como en El extranjero de Camus, atraviese lentamente la calle desierta. Y dentro de unas horas, a la anochecida, volver¨¢n el viejo caf¨¦ de la tertulia, el rodar de los dos caballos, la m¨²sica estridente. El barrio, como otros tantos barrios semejantes de la geograf¨ªa nacional, recuperados por la nueva cultura juvenil de los a?os setenta /ochenta, volver¨¢ a vivir el ajetreo de los atascos, de las manos que se saludan, las bocas que se besan y los cigarrillos que se lian ¨¢vida y ceremoniosamente. Es la nueva clase, la juventud de los ochenta, angustiada por el paro, el desencanto, el pasotismo. ?Qu¨¦ fue de los j¨®venes rebeldes, del. Mayo franc¨¦s, de la revuelta estudiantil? ?C¨®mo se comportan sus sucesores? Apenas hay unas pocas respuestas que confluyen en el nuevo horizonte cultural de la juventud.
El 70% de la poblaci¨®n mundial tiene menos de treinta a?os. De ¨¦sta, la mitad no pasa de los quince. Dos de cada tres parados es un joven de menos de veinticinco, a?os y ese desempleo afecta por igual a todos los niveles sociales, desde el universitario al bracero agr¨ªcola. Se calcula que en Espa?a no menos de 30.000 licenciados buscan trabajo sin esperanza: la universidad, con 700.00 estudiantes, se ha convertido en un aparcamiento de aspirantes a empleo. Paralelamente, los j¨®venes han roto con formas y modelos familiares flasta tal punto que apenas se habla ya de conflictos generacionales: el padre da por perdida la batalla. En cambio, la juventud renunci¨® ya al pulso con el poder: d¨¢ndole la espalda, ignor¨¢ndolo. Estamos, por tanto, ante lo que el fil¨®foso catal¨¢n Salvador P¨¢niker llama una generaci¨®n de hu¨¦rfanos esc¨¦ptica y sin ¨ªdolos. Y en medio de ese proceso, que entra en crisis a partir del fracaso del mayo franc¨¦s en 1968, se produce un cambio profundo en el comportamiento y en el propio concepto de la juventud.Seg¨²n las definiciones al uso, joven es toda aquella persona que ha cumplido catorce a?os y no ha superado los veintinueve. Pero ese concepto de juventud est¨¢ siendo revisado por la propia realidad Hay adultos y hasta viejos de vein¨ªte a?os, y ni?os de trece a?os que cometen atracos a mano armada o que, de acuerdo con las encuestas oficiales, ya han hecho el amor alguna vez. Por el contrario, cada d¨ªa son m¨¢s las personas mayores que adoptan comportamientos juvenfles. Ser joven no es cuesti¨®n de edad, sino que implica un estado de esp¨ªritu, una mentalidad una sensibilidad, una actitud.
Pero ser joven empieza a ser sin¨®nimo de parado. De los 18.231.304 j¨®venes que hay actualmente en Espa?a (9.313.027 var¨®nes y 8.918.277 hembras), s¨®lo tres millones trabajan, y figuran como parados, -en expectativa de empleo- 1.049.500. Es decir, casi el 36% de. desocupados, el 40% si nos referimos al conjunto de los pa¨ªses de la Comunidad Econ¨®mica Europea. Los efectos psicol¨®gicos y culturales de ese panorama hace tiempo que condicionan el comportamiento social de esas masas juveniles, cada d¨ªa m¨¢s alejadas del papel tradicional fijado por la sociedad industrial. As¨ª, ya puede afirmarse que subculturas como las hippies, pasotas u otras denominaciones simpl¨ªficadoras son, en gran parte, producto del paro. Los estudiantes ya no est¨¢n en rebeld¨ªa, fracas¨® el mito revolucionario del a?o 68, cuando se pens¨¦ que acababa de nacer una nueva clase social, la juvenil, que deber¨ªa sustituir a la clase. obrera, domada por el consumismo. La juventud est¨¢ descomprometida con la sociedad, el joven pasa de pol¨ªtica, no tiene l¨ªderes, no los admite.
Rebeldes con causa
Uno de los ¨²ltimos estudios realizados en Espa?a sobre la juventud, escrito por Jos¨¦ Luis L. Aranguren para la colecci¨®n Temas clave, de Salvat (Barcelona, 1982), analiza la perplejidad con que la sociedad de la posguerra se enfrenta a estas actitudes juv¨¦niles
"Es sintom¨¢tico que un libro cl¨¢sico en ese an¨¢lisis, escrito por Schelsky, tenga como t¨ªtulo La generaci¨®n esc¨¦ptica", piensa Aranguren. Rebelde sin causa, el expresivo t¨ªtulo de la pel¨ªcula de Nicholas Ray de 1955 sobre la juventud nor teamericana, nos introduce en aquel mundo que hace alardes de valores l¨²dicos, de pandillas cerradas, marginales, que visten, hablan y se comportan con unas maneras que escandalizar¨ªan a una pac¨ªfica sociedad reci¨¦n salida de una. guerra mundial.
"Lo caracter¨ªstico de esta juventud de posguerra", afirma Aranguren, "es el desplome de los ideales, la desilusi¨®n y, consecuentemente, el escepticismo". Frente a los sen timientos de angustia (incluso de n¨¢usea: el existencialismo sartriano) que produce el derrumbamiento del mundo anterior, la juventud impone, por los. a?os sesenta, una desesperanza tranquila, que renuncia a los grandes porqu¨¦s y que se instala en un nihilismo en el que, a, pesar de, todo, puede uno acomodarse y vivir bien. Son ¨¦pocas de esplendor, de bienestar, que favorecen el nacimiento de para¨ªsos artificiales. M¨¢s tarde, alcanzado el techo de las reivindicaciones y mejoras posibles, llega el hast¨ªo y el aburrimiento.
La juventud, que hab¨ªa cobrado el papel prota gonista ("Los Beatles ¨¦ramos no sotros. Nosotros confundimos su m¨²sica con nuestra juventud. Entre todos hac¨ªamos avanzar el siglo", ha escrito Francisco Umbral), que fumaba cigarrillos de marihuana y recorr¨ªa el mundo en autostop, impuso una nueva moral, rompi¨® con la familia y se sinti¨® con fuerza para cambiar el mundo, asumiendo, seg¨²n Aranguren, "el papel que en el ¨²ltimo tercio del siglo XIX y en el primero del siglo XX se hab¨ªa atribuido a s¨ª mismo el proletariado"; esa juventudpierde su batalla y reacciona de sentendi¨¦ndose.
Crisis de creencias
"La tendencia mayoritaria de la juventud actual", dice Aranguren, "oscila entre el llamado pasotismo y la acracia". En la pr¨¢ctica, se reduce a una misma actitud: la desmovilizaci¨®n, Los j¨®venes se desentienden de la pol¨ªtica, se desmarcan, pasan de ella y se concentran en lugares de encuentro exclusivos (el lanzamiento de Malasa?a, en Madrid). Reducido a cifras, seg¨²n las ¨²ltimas encuestas de la Direcci¨®n General de la Juventud, dependiente del Ministerio de Cultura, eso quiere decir que los j¨®venes ocupan el 22,5% de su tiempo libre en estar con,sus amigos, frente al 8,3% de dedicaci¨®n a su familia, el 12% al deporte, el 11,7% al sexo, el 6% al baile y a la discoteca. La lectura y el estudio ocupan el 20,1 % de ese tiempo libre.
?Cu¨¢l es el problema? He aqu¨ª la pregunta que cada ¨¦poca se hace a s¨ª misma, seg¨²n la acertada observaci¨®n de Salvador P¨¢niker, que busc¨® una respuesta en Aproximaci¨®n al origen. "El problema hoy est¨¢, ante todo, en la misma multiplicidad de los problemas. Hay muchos m¨¢s datos que teor¨ªa para procesarlos", afirma P¨¢niker. Pero, al entrar en el an¨¢lisis de lo que llama "la crisis c¨®mo sistema", apunta una observaci¨®n que puede llevar al principio de respuesta: "Lo que los individuos le piden a su cultura es una exigencia doble: seguridad y est¨ªmulo". Que, la sociedad actual no ofrece a los j¨®venes ni una cosa ni otra lo dice Aranguren hablando de la juventud, "de la contestaci¨®n y de la contracultura". En primer lugar, porque el joven tambi¨¦n entra, desde muy temprano (antes incluso de iniciar sus estudios finales, que en muchos casos escoge pensando en las salidas de empleo que en aquel momento ofrezca cada t¨ªtulo acad¨¦mico), en la angustia por encontrar un trabajo y, sobre todo, un sueldo "que le valorice socialmente y le permita escapar a una dependencia casi siempre familiar". Y ello a pesar de que el sino de esa laboriosidad "suponga entrar", seg¨²n explica Aranguren, .en una mec¨¢nica alienante, sin tiempo libre o como la simple pieza humana de una cadena de montaje".
Por encima de ese panorama laboral, el empleo es la nueva utop¨ªa juvenil: el 70% de los estudiantes preuniversitarios seleccionar¨¢ carrera seg¨²n su utilidad, y s¨®lo un 20% se dejar¨¢ llevar de sus caprichos intelectuales. Ello desembocar¨¢ en el nivel de la universidad actual, muy inferior al de los a?os sesenta, donde se conjugaban resistencia pol¨ªtica curiosidad intelectual y voluntad de trabajo. "Cuando, despu¨¦s de once a?os de ausencia, fui restituido a mi c¨¢tedra en 1976", recuerda el profesor Aranguren, "me llev¨¦ una decepci¨®n. Los j¨®venes estaban ya descomprometidos".
Ese desapuntarse, ese pasar, no es, sin embargo, la panacea en los an¨¢lisis al uso que se suelen hacer sobre la juventud act¨²al. "Antes el joven se pod¨ªa permitir el lujo de ser pasota, pero ahora no", afirma Aranguren. "El pasotismo requiere un cierto desahogo econ¨®mico relativo seg¨²n las necesidades que cada cual se haya creado. Y ahora, el paro en la familia, la misma preocupaci¨®n ante el futuro de las personas que tienen trabajo, impide a muchos j¨®venes llevar esa vida de pasotas, que incluye en ocasiones un coche y numerosos gastos en espect¨¢culos, bebidas, droga o la serie de gestos de esa civilizaci¨®n del ocio". Ese "no poder ni siquiera pasar" de la sociedad desemboca en ansiedad y, muchas veces, en violencia, aunque las encuestas oficiales desmienten el mito del joven violento arquetipo de La naranja mec¨¢nica.
"Formamos una sociedad de ansiosos", afirma P¨¢niker aludiendo al fen¨®meno de v¨¦rtigo analizado por tantos psicoanalistas. "La angustia, igual que la violencia", explica, "procede del desencantamiento del mundo y de la posibilidad de reencantarlo por la v¨ªa simb¨®lica". Angustia es, adem¨¢s, "incertidumbre, dualidad, enfrentamiento con una cierta nada". O es tambi¨¦n voluntad inequ¨ªvoca de jugar todos los naipes que nos han servido, por utilizar la expresi¨®n de Hemingway, es decir romper (con alucin¨¢genos, pasando de normas y convencionalismos sociales, etc¨¦tera) el calificativo del hombre "como un ser de carencias".
Droga, sexo, violencia
Droga, sexo y violencia son cuesti¨® nes que suelen suscitar pol¨¦mica cuando, entre los mayores, se discute el tema de la juventud. Efectivamente, en esos tres camnos se manifest¨® con mayor originalidad el movimiento de contestaci¨®n que recorri¨® el mundo desarrollado a partir de los a?os sesenta. Pero m¨¢s que contestaci¨®n deber¨ªa emplearse el t¨¦rmino provocaci¨®n.
Las encuestas afirman que la posici¨®n del joven de catorce a veintinueve a?os ante la droga y el sexo es de hedonizaci¨®n en el sentido menos sublime y m¨¢s estrictamente desidentificador. Hasta el punto de que, sin abandonar la teor¨ªa del placer, del ocio, de la b¨²squeda de mundos mejores, Aranguren apunta un aspecto importante, casi siempre inconsciente: la actitud transgresora que implica y el rechazo de la falsedad de una sociedad antigua que ve ?licitud, por ejemplo, en la nueva droga y legaliza otras no menos da?inas, como el alcohol o el tabaco. As?, del 34% de los j¨®venes espa?oles entre los doce y los veinticuatro a?os que han probado o consumen con regularidad alg¨²n tipo de droga, seg¨²n las encuestas del Ministerio de Cultura, el 25%. lo ve como una forma de protesta. Otro guarismo (el 76%) indica que la droga se toma como una forma de huir de los problemas, frente a quienes fuman por vicio o por cualquier otro motivo. Un dato revelador de esa encuesta es que ocho de cada diez consumidores de droga se iniciaron en su propio entorno, el 50% en el barrio, el 42% en su grupo juvenil, el 10% en el colegio y el 4% dentro de la propia familia. En cuanto al sexo, las encuestas coinciden pr¨¢cticamente con las cifras anteriores, con un dato significativo: hay un 9% de j¨®venes que tiene sus primeras relaciones sexuales a los trece a?os, y un 30% a los quince.
Respecto a lo que Aranguren llama "la cultura de la violencia" como tercera tendencia de la juventud de la contestaci¨®n, se se?alan dos corrientes. La primera, que se propon¨ªa derrocar activamente la cultura establecida con recursos que justificaban la violencia contra la violencia del Estado (Rudi Dutschke en Alemania, el tambi¨¦n alem¨¢n Daniel Cohn Bendit en el mayo franc¨¦s de 1968, y detr¨¢s de todos ellos las filosof¨ªas de Sartre y Marcuse), fracasa y desaparece con los a?os sesenta, derrotada por el poder. La otra actitud, la violencia por la violencia, tuvo su exponente cultural en La naranja mec¨¢nica, de Stanley Kubrick (1972), pero la lectura de ese mensaje, seg¨²n Aranguren, se dirig¨ªa m¨¢s bien hacia el contrapeso de una "violencia abierta, arriesgada, ir¨®nica y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, humana del joven Alex, frente a la violencia solapada y qu¨ªmico-psiqui¨¢trica del Sistema".
Hoy el joven es pacifista (la delincuencia tiene sus ra¨ªces fundamentales en el paro); dem¨®crata (seg¨²n una encuesta todav¨ªa no hecha p¨²blica por el Ministerio de Cultura, el 74% de los j¨®venes est¨¢ muy de acuerdo con la actual forma de gobierno en Espa?a, el 51% bastante de acuerdo, el 20% en parte de acuerdo y s¨®lo el 2% nada de acuerdo); no demasiado religioso (el 26% se declara cat¨®lico practicante, el 29% poco practicante, el 22% no practicante y el 15%, no creyente); apenas habla con sus padres (de pol¨ªtica s¨®lo el 9,8% lo hace con alguna frecuencia, y el 34%, nunca); y ¨¦l mismo se muestra alejado de la militancia pol¨ªtica o sindical aunque rechace la violencia o la tensi¨®n como formas de acabar con las desigualdades sociales (s¨®lo el 5,6% quiere esa violencia, prefiriendo el di¨¢logo y el pacto un 37,3%). Y un ¨²ltimo dato revelador en esa encuesta oficial todav¨ªa in¨¦dita: el 32,6%. de los j¨®venes espa?oles piensan que no hay manera ni r¨¦gimen pol¨ªtico capaz de terminar con las injusticias y las desigualdades sociales. Esa constataci¨®n es, sin embargo, una forma muy distinta de pasar.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.