Bipolarizaci¨®n y bipartidismo
En las ¨²ltimas semanas, a ra¨ªz de la conferencia de Landelino Lavilla en Santander, ha readquirido actualidad el debate -el viejo debate inspirador de toda la transici¨®n pol¨ªtica espa?ola- sobre el peligro de bipolarizaci¨®n en la vida p¨²blica de nuestro pa¨ªs. ?Es simplemente la justificaci¨®n dial¨¦ctica para defender una posici¨®n pol¨ªtica centrista de cara a las pr¨®ximas elecciones o se trata, por el contrario, de un riesgo que, real en el pasado, puede repetirse en el presente espa?ol a corto plazo?.Una adecuada respuesta a este interrogante exige previamente, de una parte, clarificar los conceptos, frecuentemente confundidos, de bipartidismo y bipolarizaci¨®n y, de otro lado, evaluar si hoy inciden o no en la sociedad espa?ola circunstancias objetivas susceptibles de generar una din¨¢mica de fuerte tensi¨®n en el continuum derecha-izquierda como principal espacio pol¨ªtico en el que compiten los partidos.
En sentido estricto, es decir, m¨¢s all¨¢ del mero car¨¢cter descriptivo o figurativo del vocablo, el concepto de bipolarizaci¨®n alude, en primer t¨¦rmino, a la distancia ideol¨®gica existente entre dos Polos, y en segundo lugar, a la intensidad con que ideol¨®gicamente se manifiestan y act¨²an quienes se s¨ªt¨²an en uno u otro polo.
La bipolarizaci¨®n no es, por tanto, la simple concentraci¨®n de voto en torno a dos grandes opciones pol¨ªticas, sino la divisi¨®n del electorado en dos bloques con posiciones pol¨ªticas e ideol¨®gicas alejadas entre s¨ª, e intensamente enfrentadas.
De ah¨ª se extrae una primera conclusi¨®n: los sistemas pol¨ªticos bipartidistas son precisamente aquellos que no est¨¢n bipolarizados, porque la distancia ideol¨®gica entre los dos grandes partidos es poca y la intensidad con que se diferencian es escasa. Esta conclusi¨®n resulta igualmente aplicable a aquellos sistemas mulapartidistas en los que, por operar en sociedades estables y bastante homog¨¦neas, sin agudas fragmentaciones sociales y con tensiones cuya incidencia no desborda la capacidad de las instituciones para canalizar el conflicto, los partidos, en su actuaci¨®n pol¨ªtico-electoral, se superponen en buena medida entre s¨ª en el espacio derecha-izquierda y buscan la diferenciaci¨®n en factores m¨¢s secundarios (Alemania Occidental, Suiza, Holanda, B¨¦lgica). En algunos de estos pa¨ªses, la voluntad pol¨ªtica de conciliaci¨®n o de compromiso de los dirigentes de los partidos es uno de los elementos para comprender la ausencia de radicalizaci¨®n o de bipolarizaci¨®n.
An¨¢lisis de las circunstancias espa?olas
La segunda cuesti¨®n previa nos remite al an¨¢lisis de las circunstancias en las que actualmente se desenvuelve la sociedad espa?ola. A este respecto puede ser ¨²til empezar por rese?ar someramente el conjunto de precedentes insertos en la etapa de transici¨®n pol¨ªtica pre y posconstitucional. A los pocos meses de las elecciones generales de 1977 se suscribieron los pactos de la Moncloa y se manifest¨® y realiz¨® la voluntad pol¨ªtica de elaborar la Constituci¨®n por la v¨ªa del compromiso o consenso. Despu¨¦s de la Constituci¨®n se configuraron las relaciones industriales sobre la base del di¨¢logo institucionalizado para hacer viables los acuerdos-marco interconfederales de car¨¢cter nacional entre empresarios y trabajadores, se pact¨® la casi totalidad de las leyes institucionales, se firmaron los acuerdos auton¨®micos y locales y se formaliz¨® el acuerdo nacional sobre el empleo entre el Gobierno, los sindicatos y la organizaci¨®n empresarial CEOE.No importa ahora dilucidar si el fondo o el contenido de esta serie ininterrumpida de acuerdos ha sido acertado o err¨®neo. Lo que resulta relevante retener es que, desde 1977, la nota que singulariza nuestra vida p¨²blica ha sido el pacto, el compromiso o la adopci¨®n de posiciones conciliadoras para hacer frente a la definici¨®n y articulaci¨®n de las grandes claves de la convivencia, a una situaci¨®n socioecon¨®mica manifiestamente adversa o a la resoluci¨®n de problemas cuya conflictividad latente podr¨ªa haber desbordado unas instituciones incipientes y fr¨¢giles, si se hubiesen tratado de solventar por la v¨ªa de la confrontaci¨®n y, consecuentemente, mediante la sola fuerza formal de los votos parlamentarios.
Se plantea aqu¨ª, impl¨ªcitamente, el tema del modelo de democracia m¨¢s conveniente para Espa?a. ?Democracia de mayor¨ªas o democracia consociacional? Es tema para otro art¨ªculo
Parece claro, en todo caso, que cinco a?os de compromisos b¨¢sicos entre las grandes fuerzas pol¨ªticas y sociales sin renunciar a sus respectivos principios fundamentales no son el efecto del azar ni el producto del capricho, de la debilidad o de la mayor comodidad de la clase pol¨ªtica. Es, por el contrario, la respuesta consciente a una exigencia generada por nuestra plural y potencialmente conflictiva realidad. Es, asimismo, la respuesta necesaria para paliar el excesivo distanciamiento ideol¨®gico que tiende a engendrar la sociedad espa?ola cuando se encuentra agobiada por problemas graves. Es, finalmente, la respuesta apropiada en un pa¨ªs como Espa?a, cuyo pasado reciente y remoto no invita precisamente, aun cuando las condiciones objetivas sean muy distintas, a imponer soluciones r¨ªgidamente dogm¨¢ticas y, por tanto, simplistas, a cuestiones complejas, ya sea en nombre del progreso, del cambio o de los valores constitutivos de la reserva espiritual de occidente.
Ante las pr¨®ximas elecciones generales cabe pues preguntarse si han cambiado nuestra problem¨¢tica realidad, nuestra cultura c¨ªvica y nuestras actitudes y comportamientos colectivos hasta el punto de poder afirmar que ha quedado definitivamente conjurado el riesgo de la bipolarizaci¨®n.
Caldo de cultivo para la radicalizaci¨®n
En t¨¦rminos generales puede afirmarse que Espa?a es un pa¨ªs socialmente se segmentado, con considerables diferencias de clase y renta, culturalmente heterog¨¦neo y con tensiones latentes o potenciales de car¨¢cter cumulativo (que son lasque tienden a la maximizaci¨®n del conflicto). En estas coordenadas, un tanto abstractas en su formulaci¨®n, pero que pueden llegar a ser el caldo de cultivo para una radicalizaci¨®n de la vida social, hay que insertar los problemas concretos. He aqu¨ª un sint¨¦tico cat¨¢logo:La fragilidad de las instituciones pol¨ªticas democr¨¢ticas, a¨²n sin ra¨ªces s¨®lidas en la conciencia colectiva y en fase de legitimaci¨®n social; la crisis econ¨®mica, profunda y de larga duraci¨®n, cuyos dos grandes efectos sociales -inflaci¨®n y/o paro- son de muy dificil control y pueden llegar a exigir medidas coyunturales muy dr¨¢sticas; el terrorismo; la articulaci¨®n pr¨¢ctica de la divisi¨®n territorial del poder pol¨ªtico y la resistencia de los nacionalismos perif¨¦ricos a su plena asimilaci¨®n o integraci¨®n; la cuesti¨®n militar a¨²n no resuelta y que contin¨²a incidiendo en nuestra vida pol¨ªtica, como prueba la simple lectura de los peri¨®dicos; la existencia de grupo antisistema sin arrastre electoral pero con poder real, y, finalmente, el conjunto de problemas que derivan del proceso de modernizaci¨®n de la sociedad que la democracia ineludiblemente impulsa y que, en t¨¦rminos de valores socioculturales, puede encontrar rechazo m¨¢s o menos fuerte en importantes capas de la poblaci¨®n.
Este sumario de problemas reales pone, a mi jucio, de relieve que el peligro de bipolarizaci¨®n es grande. En otros t¨¦rminos: ?es la distancia ideol¨®gica entre la derecha conservadora y la izquierda espa?olas lo suficientemente corta como para que no se provoque una din¨¢mica de confrontaci¨®n radical -cuna de la bipolarizaci¨®n del electorado-, indigerible por las instituciones democr¨¢ticas? ?Se pueden continuar encauzando aquellos problemas con pol¨ªticas fuertemente ideologizadas, impuestas mediante la mitad m¨¢s uno de los votos en las Cortes? La historia de la transici¨®n democr¨¢tica (que ha girado en torno a UCD, cuya actitud ha permitido afrontar todos aquellos problemas b¨¢sicos con recurso al di¨¢logo y al compromiso como instrumento del Gobierno), demuestra, a mi juicio, que la democracia espa?ola requiere marginar antagonismos y adoptar f¨®rmulas de acuerdo y actitudes tendentes a la aproximaci¨®n de posiciones. No creo que desde esta perspectiva la derecha conservadora est¨¦ en condiciones de sustituir a UCD en el papel que ¨¦sta ha desempe?ado y que debe continuar desempe?ando. No veo f¨¢cil un esquema de di¨¢logo y entendimiento m¨ªnimo entre la derecha tradicional y la izquierda, entre AP y PSOE. Divergen en exceso en actitud y en ideolog¨ªa. Tuvieron y tienen raz¨®n Adolfo Su¨¢rez y Landelino Lavilla. El centrismo pol¨ªtico en Espa?a es imprescindible y se justifica por la necesidad de evitar la tendencia a la b¨ªpolarizaci¨®n. Pero se justifica no como bisagra, sino como alternativa b¨¢sica de gobierno, tal y como ha sido hasta ahora. Se pueden perder o ganar unas elecciones, pero todo cuanto se haga para conservar el centrismo pol¨ªtico como fuerza hegem¨®nica, es decir, como alternativa de gobierno principal al socialismo contribuir¨¢ a fortalecer la democracia y a garantizar su definitiva viabilidad, porque el centrismo pol¨ªtico, en el Gobierno o en la oposici¨®n, representa, entre otras cosas, la negaci¨®n de cualquier tentativa de bipolarizaci¨®n.
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