Un delito contra la libertad
Considero la violaci¨®n como la mayor agresi¨®n a la dignidad, la integridad y la libertad de la mujer. Es imponer por la fuerza y la violencia la consecuci¨®n del acto sexual, transgrediendo los m¨¢s elementales derechos del ser humano. Sin duda, por la p¨¦rdida de la virginidad que conlleva la violaci¨®n consumada, las penas previstas para este delito son, como es sabido, superiores a las que se imponen en el resto de los abusos sexuales, tanto o m¨¢s vejatorios en muchas ocasiones que la violaci¨®n propiamente dicha.No puede tratarse la instituci¨®n jur¨ªdico-social de la violaci¨®n sin entrar en el an¨¢lisis del contexto cultural en que ¨¦sta se produce. La importancia social de la virginidad ha dado lugar tradicionalmente a su protecci¨®n como bien jur¨ªdico y a que la mujer, en el orden social patriarcal, haya sido la destinataria de la honra, que alcanzaba a todos los hombres ligados a ella por v¨ªnculos de parentesco. Aunque estas instituciones hayan perdido hoy d¨ªa su vigencia social, ha sido tal su importancia durante siglos, y se encuentran ligadas de tal forma a la funci¨®n que a la mujer se le ha asignado en la sociedad, que siguen arraigadas en gran parte de la colectividad y todav¨ªa no han desaparecido de nuestras leyes penales. La mujer, como grupo dominado, ha interiorizado la sumisi¨®n frente al hombre, sobre todo en el orden sexual. Al hombre le correspond¨ªa el nada grato papel de vengador de la honra de las mujeres que le pertenec¨ªan.
Dentro de este marco, resultaba coherente que no se persiguiera al violador si contra¨ªa matrimonio con la violada, que hubiera un tratamiento social y jur¨ªdico benigno para el que mataba al violador o que la violaci¨®n dentro del matrimonio, considerada como d¨¦bito conyugal, no fuera perseguida.
Sin embargo, este orden social, transmitido durante siglos, se ha quebrado, en parte, en las sociedades industrializadas de Occidente, dando lugar a no pocas contradicciones entre la obligada persecuci¨®n del delito y la actitud de los llamados a incoar las diligencias, a juzgarlo o a defender al presunto violador. Si bien antes las mujeres, mayoritariamente, no denunciaban las violaciones por el rechazo social consiguiente que ello tra¨ªa consigo, hoy, a pesar de las llamadas del movimiento feminista sobre la necesidad de denunciarlas, sigue siendo alto el porcentaje de violaciones que queda impune por no formularse la correspondiente denuncia.
Ello se debe, fundamentalmente, al sentimiento interiorizado entre los hombres de que la mujer provoca la violaci¨®n directa o indirectamente, o incluso la quiere, de tal modo que la primera humillaci¨®n que padece la mujer que denuncia una violaci¨®n es la transmisi¨®n de la sospecha de su conducta, lo que la convierte de v¨ªctima en culpable. Esta actitud, que hoy d¨ªa no se verbaliza como anta?o, se transmite, sin embargo, inconscientemente, en los gestos y las actitudes hacia la mujer violada, que padece la vejaci¨®n igualmente. Todav¨ªa en nuestros d¨ªas, la defensa de los violadores por parte de sus abogados ha llegado a extremos de pretender la exculpaci¨®n porque la violada hiciera auto-stop, fuera sola por la noche o llevara una vida promiscua sexualmente. Ello da cuenta de la falta de respeto hacia la mujer y su independencia, y lleva tambi¨¦n a la reflexi¨®n de la poca sutileza del hombre que confunde cualquier actitud no tradicional en la mujer con la provocaci¨®n, y, sobre todo, pone de manifiesto que el hombre, en general, es muy primario en las relaciones sexuales.
Los que defienden que el hombre provocado por la mujer se ha visto impelido a violarla, como tantas veces hemos o¨ªdo, deber¨ªan reflexionar y preguntarse si tales hombres -privados, como pretenden, de su voluntad en tal situaci¨®n- no quedan por derecho propio ligados irremediablemente al mundo animal y fuera del pacto social de una comun¨ªdad civilizada.
Sin embargo, esta reflexi¨®n, que parece obligada, no forma parte de la educaci¨®n que el hombre ha recibido; al contrario, ha sido socializado en la prepotencia y agresividad sexual hacia la mujer, en considerarse m¨¢s hombre cuanto m¨¢s bruto y, para mayor miseria y rid¨ªculo, en pensar que la mujer lo desea siempre. Un somero an¨¢lisis de la cartelera de espect¨¢culos de cualquier gran ciudad o de los chist es al uso en torno al tema demuestra con creces lo dicho. El hombre, cuando agrede a la mujer en sus m¨²ltiples variantes, desde el insulto callejero hasta la violaci¨®n, no interioriza ninguna indignidad, mientras que la mujer, cada vez m¨¢s concienc¨ªada de su propia identidad como persona, se rebela contra la humillaci¨®n y sumisi¨®n de siglos, alej¨¢ndose conscientemente de ese tipo de comportamientos primitivos y lamentables.
El peso de una ideolog¨ªa de dominaci¨®n a la que la mujer inconscientemente' se ha plegado da paso a una mayor claridad y seguridad en su comportamiento, sin que la mujer, como cualquier grupo oprimido, tenga que utilizar por m¨¢s tiempo el arma de la simulaci¨®n. Las mujeres, desde hace ya tiempo, se han agrupado para defenderse de las agresiones sexuales de los hombres, habiendo considerado el movimiento feminista uno de sus principales objetivos la lucha contra la violaci¨®n.
Las soluciones dadas al problema han sido muy diversas, desde dejarse violar sin oponer resistencia? evitando al menos ser lesionada, hasta tomar la justicia por su mano y castrar a los violadores. En la pr¨¢ctica, resulta poco habitual que la mujer tenga la serenidad suficiente como para lograr un acercamiento al violador o violadores, dejarse violar y evitar las lesiones, a lo que hay que a?adir que, si lo logra, tendr¨¢ luego que o¨ªr que, como no se ha resistido, no hay violaci¨®n, en l¨ªnea con la defensa de los violadores. Con respecto a la soluci¨®n extrema de castrar al violador, lo importante es, a mi juicio, el valor simb¨®lico del enunciado "contra violaci¨®n, castraci¨®n", tantas veces esgrimido, que evidentemente no hay que tomarlo al pie de la letra, sino en el sentido de castrar simb¨®licamente, descalificando su actitud, al que viola o agrede a una mujer.
De hecho, ya puede decirse que existe una castraci¨®n simb¨®lica desde el lugar del no reconocimiento colectivo hacia aquellos que se obstinan en un comportamiento sexual agresivo y prepotente hacia la mujer. Existe un sentimiento, cada d¨ªa m¨¢s generalizado, que considera al violador como un ser humano degradado que no controla sus ¨ªnstintos primarios y que tiene comportamientos no sociales. Ahora bien, la sociedad que genera estos comportamientos manifiestos tiene que plantearse la educaci¨®n del hombre y su socializaci¨®n en coordenadas distintas de las que hasta ahora lo ha venido haciendo. La consideraci¨®n de la mujer como objeto sexual, su situaci¨®n de inferioridad social, la violaci¨®n en las relaciones sexuales, el tratamiento de la mujer en los medios de comunicaci¨®n, son elementos que contribuyen al estado latente, de agresi¨®n en el hombre e intimidaci¨®n en la mujer, situaci¨®n que en ocasiones culmina con la m¨¢s brutal de las agresiones: la violaci¨®n, que no es sino el resultado final de todo un sistema social basado en la opresi¨®n de la mujer.
Tambi¨¦n la sanci¨®n, sin duda, tiene una gran incidencia en la disuasi¨®n del presunto delincuente. Si las violaciones se denunciaran en su totalidad, se persiguieran con m¨¢s celo y no quedara ning¨²n violador sin castigo, es evidente que habr¨ªa menos violaciones. No es admisible que en nuestras actuales circunstancias sociales, y con una Constituci¨®n que consagra el principio de no discriminaci¨®n por raz¨®n del sexo, est¨¦ reconocido por nuestra legislaci¨®n penal que el perd¨®n de la violada extinga la pena impuesta al violador. Ello demuestra, por s¨ª solo, la poca importancia que a las agresiones sexuales contra la mujer han dado los c¨®digos patriarcales.
Por ¨²ltimo, quiero referirme a la importancia que tiene la violaci¨®n en el tema del aborto. La mujer violada puede quedar embarazada, lo que ocurre muy a menudo, y, l¨®gicamente, debe tener derecho a procurarse un aborto en condiciones sanitarias que no pongan en peligro su integridad fisica. Tal derecho, que resuta elemental, no est¨¢ previsto en nuestras leyes, y as¨ª, se asiste a situaciones escandalosas, como el caso recientemente aparecido en los medios de difusi¨®n, en el que la mujer violada es detenida, procesada e ingresada en prisi¨®n por abortar, mientras que el presunto violador, localizado y procesado, se encuentra en libertad.
Ante hechos como el comentado, se ha producido una sensaci¨®n de verg¨¹enza colectiva y generalizada que pone de manifiesto el desfase de las leyes vigentes con respecto a la realidad social y la aut¨¦ntica necesidad de un reconocimiento real de la dignidad de la mujer y sus derechos.
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