El pobre Siglo de Oro
?De manera que fue por esta tierra por donde deambul¨® para siempre aquel loco? ?Qu¨¦ vio Cervantes en esta llanura exagerada, paciente y casi clandestina, que le llev¨® a elegirla para depositarla en la inmortalidad, ese lugar donde a los siglos se les mellan los dientes? Hemos de imaginar a don Miguel mirando parsimoniosamente toda esta horizontalidad, ley¨¦ndole sus poblaciones apagadas, sus caminos humildes, alucinados, su cebadal sediento. Ver¨ªa las amapolas rojas disput¨¢ndole su mon¨®logo al verde del centeno; ver¨ªa la vestimenta lujosa de la espiga de avena; ver¨ªa la grama enrareciendo los liegos en reposo o confundiendo sus ra¨ªces blanquipardas con los barbechos reci¨¦n removidos; ver¨ªa la hambre de agua en los hierbajos de las lindes. Se sentar¨ªa quiz¨¢, contra el furor del cierzo, al abrigo de una pedriza. ?En qu¨¦ momento decidi¨® que habr¨ªa de ser aqu¨ª, en este dilatado andurrial donde se va perdiendo el ce?o austero de Castilla la Vieja y que carece de la excelsa lujuria de la cercana Andaluc¨ªa? Tierra de paso y finalmente tierra eterna. Tierra donde los ¨¢rboles -?tan pocos!- parecen patriarcas que se han quedado solos, exhalando su conocimiento del mundo en silencio y a nadie. Quiz¨¢ durmi¨® cien veces, y so?¨® m¨¢s de cien, con la cabeza resguardada entre la sombra de la p¨¢mpana, hurt¨¢ndose de la violencia estereof¨®nica del agosto caliginoso. Quiz¨¢ se recostaba a meditar (?nos damos cuenta? Pensaba en Alonso Quijano: ?nos damos cuenta?), quiz¨¢ reflexionaba en la umbr¨ªa de los pareazos, y luego, descansado -o inquieto- se levantaba, se internaba en las calles de polvo, buscando la posada fresca y sirvi¨¦ndose de sus p¨¢rpados para que el espejo calc¨¢reo de las fachadas blancas no le lastimase los ojos.Quiz¨¢ sintiera l¨¢stima. Cuando el gran energ¨²meno ruso a quien la gloria recuerda con el nombre de Dostoievski dijo que Don Quijote de la Mancha es el libro m¨¢s grande y m¨¢s triste del mundo, sin duda hab¨ªa advertido que aquel alcabalero manco hab¨ªa compuesto en ese libro, junto a otros muchos mensajes ejemplares, una epopeya de la misericordia. ?Qui¨¦n, conociendo que el sabio es genial en cada detalle de su obra, no advertir¨ªa que la presencia de La Mancha como paisaje geol¨®gico y humano de la novela m¨¢s grande del mundo no pudo ser sino elecci¨®n meticulosamente deliberada y sopesada? Tal vez, Cervantes eligi¨® ayudado de la piedad. Debi¨® de ver con una ternura compasiva a la magra alacena, el sudor cotidiano del campesino parecido al mendigo y abandonado de unos siglos llamados de oro, las grietas que en la cara de los trabajadores iban labrando el ¨¢brego y la desesperanza. Debi¨® de ver la inclemencia de julio y la ferocidad de enero, la escalera de la pobreza de aquellas gentes silenciosas, la pena cobre del candil de aceite, la salvaci¨®n modesta del mendrugo reblandecido en una servilleta h¨²meda. Debi¨® de ver con insistencia compasiva aquellas bolitas de alcanfor con que las gentes preservaban sus pocas ropas contra las dentelladas de los a?os. Debi¨® de ver esa mirada popular que vigila los cielos en espera de una limosna de agua que sane la enfermedad de la sequ¨ªa, debi¨® de ver el ni?o de seis a?os esforz¨¢ndose por alcanzar a ser adulto en la era de la trilla, en el arreo de las ovejas, en el prematuro silencio con que buscaba sombra para almorzar pan y sand¨ªa. Mir¨® con atenci¨®n, durante a?os, la tierra y la vida manchegas, oy¨® tal vez al fondo de su coraz¨®n el soliloquio fraternal de la misericordia, se pregunt¨® quiz¨¢ sobre qu¨¦ lugar de la patria habr¨ªa de desplegar su inmensidad y su derrota aquel hidalgo "ciego de amor un d¨ªa -amor nubl¨®le el juicio: su, coraz¨®n ve¨ªa-" (as¨ª supo expresarlo el cervantino Antonio Machado), y entonces, iluminado ya por la paciencia y la justicia y el amor, debi¨® decirse a solas en el cuarto de una posada: Don Quijote es manchego; aqu¨ª, en La Mancha, desplegar¨¢ su desvar¨ªo y su esforzado ¨¢nimo, aqu¨ª caer¨¢ apagado por la desilusi¨®n y la vejez y rejuvenecido para siempre por la memoria, la piedad y el asombro de los seres humanos; aqu¨ª, en La Mancha, en esta derrotada porci¨®n de una famosa y derrotada Espa?a. Entonces se sent¨® a la mesa, tom¨® la pluma de ave, reflexion¨® quiz¨¢ varias semanas, y al fin, tit¨¢nico y cansado, alegre y viejo, con lentitud y decisi¨®n, escribi¨® letra a letra una frase sencilla, pesarosa y perfecta: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.